Quítese el cinturón, los zapatos y la chaqueta. Despójese del reloj, la cartera, las monedas y cualquier tipo de joya. Saque su ordenador portátil de su funda y póngalo en una bandeja aparte. Meta todos sus tarros con líquidos -en cantidad inferior a 100 centrímetros cúbicos- en una bolsa transparente... Y rece para que, encima, no le pite el arco de seguridad y el vigilante o vigilanta de turno no tengan el día tocón. Todo eso le puede pasar a cualquier ciudadano que decida viajar a través de cualquier aeropuerto del mundo. Salvo que ese ciudadano sea José Manuel Soria y lo intente desde el aeropuerto de Gando. Aena acaba de abrir un expediente informativo para conocer por qué se dejó pasar al vicepresidente del Gobierno el pasado día 4 después de que el arco de seguridad pitara como un descosido: no se había quitado el reloj o el cinturón, ni por supuesto sacó de sus bolsillos la calderilla, que habitualmente y en cantidad cercana a los 4.000 euros, lleva encima para cualquier imprevisto. Un sacrificado padre de familia, descalzo y con los calzones amenazando con caérseles, presenció la escena junto a sus hijos, en similar situación. Y presentó la correspondiente denuncia por trato de favor y vulneración de medidas de seguridad.