El buenismo es una actitud que bien podríamos afirmar que deriva del talante, y éste a su vez de la concepción Bamby de la política que los corrillos periodísticos de la Villa y Corte endilgaron desde el primer día de su puesta de largo al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Ese buenismo, que cayó simpático y cómplice en un primer momento, ha llevado al Gobierno de España a sonados patinazos, con sus respectivas peticiones de públicas disculpas, cuando no a errores garrafales que han puesto en peligro muchas cosas de comer. Al buenismo cabe atribuir, por ejemplo, el nombramiento del ultraconservador Carlos Dívar al frente del Poder Judicial y, en estúpida compensación a los aprovechados de siempre, a que el órgano de gobierno de los jueces se haya convertido en una auténtica jaula de grillos a ver quién coloca mejor a los suyos y jeringa a los contrarios. Esa actitud mezcla de bisoña, cobarde y peligrosa es exportable a Canarias en toda su amplitud, y acaba de manifestarse de manera desgarrada con el Consorcio para la Rehabilitación Turística del Sur de Gran Canaria.