Que don Pepito es un protogolpista está suficientemente acreditado por él mismo a lo largo de su dilatada vida profesional. Todo el mundo en Canarias recuerda su cruzada contra el malvado canarión cada vez que ha sospechado o ha soñado que le querían quitar de Santa Cruz la sede de la Capitanía General, del mismo que han sido antológicas sus empalagosas alabanzas a todo hijo de vecino que luzca uniforme con entorchados, estrellas y pegatinas de colores. Ahora, ante su soledad y su hilarante independentismo clama por un golpe de estado que lo coloque a él de ministro de Información y Turismo. Le gusta más un ruido de sable que el sonido incómodo e incomodante de ese timbrillo con sensor que se ha hecho instalar en el pasillo que conduce a su despacho para que ninguna presencia imprevista pueda turbar ninguno de sus gloriosos momentos de tono verde que él tiene con relativa frecuencia. Ahora le ha tocado al director de este periódico ser el destinatario de unos insultos que no resistirían la primera condición que impone su periódico para las opiniones de los lectores: “No se aceptan comentarios insultantes, difamatorios, contrarios a las leyes o que tengan contenido racista, homófobo o discriminatorio por razón de nacionalidad, sexo, religión, edad o cualquier tipo de discapacidad”. Nosotros siempre respetaremos esta su norma, y por eso no prosperan ninguna de sus querellas y demandas, y por el contrario, por eso lo condenan siempre a él.