Siempre procuramos que aquella ruptura con Chavanel y Cortezo no fuera traumática, aún soportando ofertas hostiles al personal de nuestra empresa o el saqueo a los archivos de la fonoteca de nuestra radio. Porque Chavanel no quería que conserváramos los cientos de comentarios que leyó en antena sobre el famoso clan de la avaricia o sobre su anterior jefe, Juan Francisco García, propietario de Canarias7, al que ponía a caer de un burro con obsesiva frecuencia. Entonces, igual que hace ahora, trataba de justificar haber pasado de un lado a otro de la fuerza, sólo que con nosotros disfrutó de una total libertad editorial y periodística, sin consignas ni campañas, y ese bagaje no lo puede exhibir ahora que trata de justificar públicamente su regreso al lado oscuro. Y como nada tiene de nosotros que nos avergüence, se dedica a inventar sin recato, a violar nuestra vida privada, a acusarnos de estar en una suerte de camarilla que conspira para perseguir a Soria y a cuanto consideremos pueda tener algo que ver con la corrupción. De eso exactamente se nos acusa, de excesos en la batalla contra la corrupción, que el locutor justifica e incluso ampara porque en ella se mueve como pez en el agua. Nosotros nos limitamos a publicar las cosas que son verdad, como que el dueño de 7.7 Radio, su jefe, el que le quiso hacer el Jiménez Losantos canario, se ha de enfrentar a una causa penal muy puñetera por un presunto delito de estafa. De estafa, no de conspirar contra la corrupción. Es el sino de los farsantes: la paja en el ojo ajeno con la viga cegándolos por completo.