A Manuel Fernández pueden reconocérsele algunas virtudes personales, como el valor que otorga a la amistad y a la lealtad hacia los que él considera sus amigos o sus líderes. Incluso es de dominio público que es un hombre que combina a la perfección las nobles actividades de la política y la empresa sin el menor trauma. Al menos para la parte empresarial. Pero, como cualquier ser humano, tiene algunas carencias que afloran a poco se le observa. Y nos referimos en estos momentos a sus carencias políticas que, unidas a una cultura general más bien básica, lo convierten en una auténtica bomba de relojería. Lo demostró este pasado sábado cuando, al término del comité regional de su partido, el PP, lanzó esa amenaza de corte tan fascistoide: Sepan los cargos públicos que han de obedecer todo lo que se les ordene porque, de lo contrario, se les disparará como en las trincheras, vino a decir más o menos textualmente. Soria no hizo el menor mohín de disconformidad o de desagrado, y tuvieron que ser algunos de los presentes los que se enfrentaran a la dirección del PP canario preguntándole por esa deriva totalitaria y pendenciera.