Parece que el Cabildo de Gran Canaria no va a darnos un respiro en este mandato. Los primeros meses prometen, y como de todos es sabido que lo que mal empieza mal acaba, es más que probable que el mal estilo hasta ahora detectado se extienda durante los próximos cuatro añitos. Aquí estaremos tranquilamente sentados observando para relatarlo para todos ustedes. La crisis económica no es ajena a la primera institución de la isla, pero depende cómo se mire. Por ejemplo, hay 57.000 euros para gastar a lo largo del año en izar y arriar la bandera de la Fuente Luminosa; u otros miles para retiros espirituales del grupo de gobierno en un familiar hotel rural de Arucas. Tijeretazos en todas las consejerías, pero se mantienen cargos de confianza, consejeros no electos, directores de gobierno, parientes y parientas enchufados a la vieja usanza, como si nada hubiera pasado, como si nada esté pasando. La familia Bravo impone su estilo, en apariencia transparente, moderno, muy democrático y participativo, pero en el fondo más de lo mismo con renovación generacional. Lucas Bravo de Laguna, que compatibiliza su cargo de consejero de Deportes con la alcaldía de Santa Brígida, hace filigranas para no perder ni un centímetro cuadrado de poder e influencia. Que no se note en la villa que no tiene tiempo suficiente para ocuparse de los asuntos satauteños. Por eso no quiere que la crisis afecte a actos tan populistas como el puchero canario que tradicionalmente se celebra en Santa Brígida con ocasión de unos fastos agrícolas.