La jefa de estudios del colegio Adán del Castillo, en Tamaraceite, todavía tiene los ojos a cuadros. Nunca había tenido una visión similar en tantos años de servicio público: de repente, sin avisar, aparece como un rayo una señora que me sonaba de haberla visto en la tele y en los periódicos, que jamás había pisado las losetas del colegio. Y rauda y veloz, como si en la boca tuviera una metralleta, exclama que viene a ver a los trabajadores de una empresa constructora que van a despedir, que le han mandado un comunicado y viene a interesarse por ellos. La jefa de estudios no tuvo tiempo a reaccionar, y cuando todavía no había podido hablar por teléfono con el director, convaleciente en su casa de un ataque de lumbalgia, Pepa ya estaba en la azotea departiendo con la clase obrera. El empresario constructor ha reconocido que es verdad que va a despedir a algunos trabajadores, que los seis meses para los que los contrató se acaban, y que la vida es así. Pepa regresó por donde había venido. Suponemos que proclamando que lo mejor es el despido libre para que los trabajadores no sufran tanto desvarío. Y a ella la molesten menos, si es posible.