No es la primera vez que José Miguel Bravo de Laguna declara abiertas las hostilidades contra el Gobierno de Canarias y contra la malvada Nivaria, a los que acusa, cada uno con su correspondiente cuota de responsabilidad, de actuar siempre pensando en perjudicar a Gran Canaria. El discurso, como demuestra la historia, cuaja fácilmente por el terreno abonado que han dejado otros conflictos de antaño cerrados en falso, pero en realidad esconde una clamorosa incapacidad de la clase empresarial y de muchos políticos para estar a la altura de las circunstancias cuando se les requiere. Y no porque se les reclamara en el pasado cruzada alguna contra el vecino de enfrente, sino porque no supieron elegir lo que mejor convenía en cada momento a los intereses de la isla. Lo ha dicho este mismo domingo Fernando Fraile a La Provincia: en su día se equivocaron empresarios e instituciones eligiendo un modelo extrahotelero, mientras Tenerife se dotaba de las camas hoteleras que ahora añoran y se convierten en agravio para los grancanarios. Y en su momento hicieron trampas cuando pidieron excepciones a la moratoria y no cumplieron con lo que se les autorizó. Bravo de Laguna no solo reconoce esos errores, sino que va mas allá curándose en salud cuando afirma que si nos equivocamos ahora y lanzamos “una oferta birriosa, peor para nosotros, lo pagaremos nosotros, pero queremos equivocarnos nosotros”. Claro que este es el mismo Cabildo que en otros momentos ha clamado por una oferta turística canaria conjunta, compacta y competitiva. Ahora toca regresar al contorno insular y al insularismo papanatas que tanto retrasó y sigue retrasando nuestro progreso. Cada isla, un fortín; cada isla, su propio modelo de negocio turístico; cada isla, su cacique jaleado por su grupo predilecto de empresarios. Al carajo el proyecto solidario de región porque a la mínima necesidad de una bandera que cubra otras miserias, regresan el agravio y el despojo. Don Pepito desde Tenerife; Bravo de Laguna, desde Gran Canaria.