De repente, la clase dirigente tinerfeña se ha abrazado a la libertad de expresión como si la hubiera respetado toda la vida. En una isla donde es más fácil comprar a un periodista que a un político, suena a chiste de mal gusto que Miguel Zerolo se casque un artículo tremendo defendiendo al periódico El Día e invocando precisamente eso, la libertad de expresión. Tiene razón, y desde este periódico compartimos que no se puede amordazar a nadie, lo que pasa es que Zerolo no está moralmente legitimado para esgrimir algo así después de una larga trayectoria plagada de atentados contra ese derecho fundamental. El último, la ordenanza que permitió que Llanos reformara para impedir la entrada de prensa gratuita en la ciudad de la que es alcalde después, fitetú qué cosas, de indicaciones directas de don Pepito desde las páginas de su perseguido diario. Zerolo y Llanos se hicieron pis encima ante el pater nivariense y trataron de prohibir la entrada del diario Metro en Santa Cruz. Y ahora reclaman la libertad de expresión.