Para los anales de La Caja, nutridos con millones de historias para no dormir, quedará aquel episodio en el que un importante empresario portuario se dirigió a la entidad para solicitar que se ampliara de 500.000 a un millón de euros su póliza de crédito. El director general, Juan Manuel García Falcón, denegó la operación, lo que condujo al poderoso empresario a dirigirse en son de queja al presidente de la entidad. Recabadas las correspondientes explicaciones por parte de Suárez del Toro, la reacción de García Falcón fue de airado cabreo: “Tú no eres nadie para meterte en el negocio bancario”. La anécdota ilustra a la perfección quién mandaba realmente en La Caja de Canarias hasta el otro día, hasta que empezaron a encenderse todas las alarmas, hasta el instante último en que podía acogerse a una ventajosísima prejubilación: Juan Manuel García Falcón, el catedrático de Economía llamado a sanear la entidad, el mirlo blanco, el tecnócrata que limpiaría cualquier atisbo de influencia política de la esfera de decisión de La Caja. Se despachaban con coacciones a los consejeros molestos, se otorgaban créditos solo a los conocidos, incluido el director general, se compraba el silencio de los medios informativos con la inversión publicitaria. Las cuentas se aprobaban por el consejo de administración aunque se presentaran escritas en arameo, ha resumido de modo gráfico el ex presidente de la Comisión de Control de la entidad. Se les suponía pulcritud y ajuste estricto a las normas bancarias impuestas por el Banco de España, pero en realidad no eran más que el reflejo de lo que querían aparentar los gestores de la entidad. Ninguno de los conocedores de la verdad se atrevía a abrir la boca porque nadie (o casi nadie) se iba a hacer eco de tal atrevimiento.