La pastoral dominical machacó por completo cualquier posibilidad de que alguien pueda alegar algo en favor de las playas de Fuerteventura, de los paisajes únicos de Lanzarote, de las cualidades naturales y turísticas de G. Canaria. Nada, una porquería si los comparamos con Tenerife, venía a decir el editorialista. Pero en un alarde de euforia ombliguista, el escribidor nivariense pasó por alto algo muy singular, la defensa de las restantes islas que componen la provincia de Santa Cruz de Tenerife, la Caldera de Taburiente, los fondos marinos de El Hierro, los impresionantes paisajes de La Gomera... Para que luego nos quejemos de centralismo: es mucho más nocivo el que ejercen las islas capitalinas con sus cercanas que el de Madrid con Canarias.