Qué tiempos aquellos en los que José Miguel Suárez Gil creaba asociaciones del más variado pelaje: de agrupaciones de pulso y púa, de coleccionistas de huesos, de vaciadores de burgados, de empaquetadores de mocos? Lo hacía para aparentar que controlaba sectores empresariales, que tras él había un ejército de pequeños y medianos empresarios que se sentían orgullosos de que los representara. En realidad se trataba de obtener subvenciones por cada una de las asociaciones (hay registradas en el Boletín Oficial de Canarias hasta 18.000 euros por crear una página web) y, a su vez, acaparar epígrafes con los que concurrir a las elecciones en la Cámara de Comercio, cuando las cámaras de comercio manejaban mucho dinero, daban tarjetas Visa Oro a sus directivos o servían como santo y seña para un sinfín de barrabasadas aquí o en el África cercana. Una de las asociaciones que en su febril asociacionismo creó el Zorro Plateado fue una de mujeres empresarias. Un caballero este Gil, oye, que hasta se acordó de que las mujeres también tenían derecho a una subvención para sobres y tarjetas de visita y la posibilidad de sentir el inmenso honor de que él las representara. Pero, como decíamos al principio, era otra época. Ahora, las mujeres empresarias quieren otra cosa para Suárez Gil.