José Manuel Soria tiene especial debilidad por la corrupción, y no precisamente para erradicarla, sino todo lo contrario. Le gusta estar rodeado de gente indecente, presuntos corruptos, individuos e individuas sin apenas escrúpulos, que sean espabilados y que, sobre todo, contribuyan con su presencia a diluir la propia imagen que de él tiene gran parte de la sociedad canaria. A personas tan poco recomendables desde el punto de vista de la rectitud ética y jurídica como Jorge Rodríguez (parlamentario regional, imputado en Faycán), Soria ha incorporado recientemente a los ya mencionados Esteban Bethencourt (condenado y a punto de volver a ser juzgado por malversación de caudales públicos en Valle de Gran Rey) y Javier Trujillo (expulsado del PSOE gomero por un delito urbanístico aún en investigación). Ahora suma a ese trío el que completaría el póquer del que él es el capitán de uno: Nacho González, implicado en otra investigación relacionada con financiación ilegal de su propio partido derivada en orígen del caso Las Teresitas. Descontamos el ramillete de imputados del PP que han sido rehabilitados por Soria a pesar de estar a punto de sentarse en el banquillo de los acusados, como es el caso de la alcaldesa de Telde (Faycán); o incursos en instrucciones penales por prevaricación urbanística, como Pepa Luzardo o Felipe Afonso El Jaber (caso canódromo). Pero como de momento el electorado no castiga la corrupción, él siempre tan campante.