Pero esa dudosa reputación profesional que describen sus subordinados en el Materno se torna milagrosamente ejemplar cuando se trata de analizar la marcha de su consulta particular de la calle Luis Doreste Silva. Por ella pasan los hijos de las familias más señeras de la sociedad grancanaria, a los que puede verse por las instalaciones hospitalarias públicas cuando de hacerse una prueba diagnóstica se trata, ajenos por supuesto a las enojosas listas de espera del público municipal y espeso. Mientras tanto, el servicio de Pediatría del Materno agoniza por la ausencia total de liderazgo y la consecuente desmotivación de su personal, que sobrevive gracias a su profesionalidad y a mucho voluntarismo. Echan de menos un jefe que llegue a las ocho en punto, y no a las ocho y veinte; que llene su agenda de consultas; un jefe que no haga el ridículo en las juntas técnico-asistenciales, donde Machado llegó a preguntar, como gran aportación al conflicto de Cirugía Cardiaca, si no era más barato enviar a los niños con cardiopatías a Madrid en lugar de a Barcelona; un jefe que no se marche de vacaciones y deje el servicio manga por hombros, o que no permita que la gerencia se cargue las guardias de Pediatría sin haber evacuado la más mínima consulta. Fueron los pediatras de a pie los que se plantaron, los que amenazaron con una huelga y los que consiguieron torcer esa imposición de las guardias a la que se plegó sin más su desmejorado jefe.