A Román Rodríguez solo le dieron treinta y pico minutos, lo suficiente para demostrar a los que seguíamos (más o menos) el debate de política general de Canarias que se puede aprender y mucho cuando se maneja correctamente una buena información. Que el aprendizaje de gobierno y de oposición, de parlamentario aquí y en San Jerónimo es una beca que, aprovechadita, da mucho de sí. Fue el momento más preciso y precioso del debate, el más certero, porque el ex presidente del Gobierno supo cuadrar perfectamente el diagnóstico con las pataletas del enfermo, el marco internacional con la que se nos viene encima si seguimos sin hacer nuestros deberes. Es la inigualable ventaja de venir de vuelta y tener abierta cualquier posibilidad de regreso, la liberación que supone no mantener pacto de gobierno con ninguno de los partidos políticos presentes ayer en la Cámara para poder decirles a todos ellos que el camino no es el de repetir como cotorras el mismo discurso de siempre, la misma letanía de agravios, las ultraperiféricas ofensas, los inalcanzables propósitos, las miserables comparaciones y el intolerable “y tú más”.