El caso de la asociación Gandhi es uno de los más sintomáticos. Encargada del tratamiento de toxicomanías, la gestión ha sido tan nefasta que agota las subvenciones antes de que le lleguen, y reclama más porque sus rectores no han sido capaces de ceñirse a lo que tienen. Utilizan la huida hacia adelante en la creencia de que ésa es la mejor solución, cuando lo que consiguen es que la bola de nieve se convierta en imparable. Menos mal que en esa bola de nieve el director general de Drogodependencias, Francisco Candil, no incluyó la atención a menores, porque cuando llegó en la anterior legislatura a hacerse cargo de esas competencias se cargó un convenio que su antecesora había suscrito con Gandhi. La asociación está verdaderamente tocada de muerte, y culpar en este caso a las Administraciones cuando el problema es ciertamente una mala gestión, no parece serio. Otras ONG que iban proa al marisco, como Calidad de Vida, han iniciado el camino hacia la recuperación, una vez se sacudieron viejos lastres de encima.