El general Martínez tiene una ganada fama de persona educada y cortés, y así parece reflejarse en la entrevista que le hizo El Día este domingo. También queda de manifiesto su prudencia a la hora de contestar, no sólo en los asuntos más ásperos, sino en cualquier otro que ajeno al bombo y el platillo al benemérito cuerpo que representa. Pero volvamos a la pregunta: ¿Qué opina de que esta semana se haya pedido su dimisión por un problema de competencias entre la Guardia Civil y la Policía Nacional por una infracción de tráfico cometida en Las Palmas? Y ahí va la respuesta: “Es el primer medio de comunicación que me pregunta por el tema; llevan cinco días publicando cosas y nadie me ha preguntado nada, ni a mí, ni a la Guardia Civil. No quiero hacer declaraciones sobre ese asunto, ni entrar en polémicas. Ser objeto de insidias, de vez en cuando, forma parte de mi sueldo”. Pues muy bien, mi general, sólo que ante esa magra respuesta, cargada de simbolismo y de chupa del frasco Carrasco, tenemos que oponerle algunos aspectos absolutamente incontestables: 1) Si no piensa “hacer declaraciones sobre este asunto”, ¿por qué ha echado de menos que los medios le preguntaran por él? y 2) quizás nadie quiera recabar del general su versión porque ya la conocemos de sobra: la escribió personalmente, negro sobre blanco, bajo membrete del instituto armado, en una carta enviada a la delegada del Gobierno y a la jefa superior de Policía. Lo de las insidias lo saltamos por ser apreciación subjetiva imposible de evaluar.