Soria estaba en su salsa este lunes en medio de una cuadrilla de banderilleros y picadores que no hicieron otra cosa que resaltar la belleza de su traje de luces. Él soltaba una trola y los presentes se regocijaban hasta el infinito, la jaleaban, la sacaban al ruedo, le daban un par de pases y, a la hora de matar, se disputaban quién debía tener el honor de empuñar el estoque. Y cuando la faena parecía rematada, nuevo pero fraternal enfrentamiento a ver quien daba la puntilla y obtenía el aplauso postrero. Ni que decir tiene que manipularon conveniente y groseramente la grabación supuestamente ilegal obtenida por Soria ante el denunciante del Grupo Europa; se mofaron de que desde el viernes lo esté desmintiendo todo en todos los medios de comunicación, incluidos los afines; acusaron a la Policía de “llevar cuatro años al servicio del Gobierno de la Nación”, y culparon al PSOE, por supuesto, de dirigir la mayor cacería jamás ejecutada contra unos ciudadanos cándidos e inmaculados como los veinte imputados por corrupción que tiene el PP en Canarias. Incluido el torero, claro.