Brosens y Woodworth crean una fábula inspirada en la naturaleza sobre la supervivencia humana
VALLADOLID, 24 (EUROPA PRESS)
Los directores Peter Brosens y Jessica Woodworth han creado una fábula protagonizada por la naturaleza en 'La Quinta Estación', una historia sobre la supervivencia humana llevada al límite que ha sido recibida con aplausos en la Sección Oficial de la 57 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).
Inspirada en la naturaleza, como ya lo estuvieron sus dos anteriores trabajos, 'Khadak' y 'Altiplano', el último capítulo de esta “trilogía” ahonda también en la relación del ser humano con el entorno natural pero desde una perspectiva distinta: esta vez es la naturaleza la enemiga.
“Es una fábula porque las estaciones pueden modificarse pero continuarán”, ha recalcado Brosens en la rueda de prensa posterior a la proyección, momento en el que ha explicado que la idea surgió de un paseo --“caminar es muy útil para pensar”-- con su mujer, Jessica, en la que se plantearon la duda de qué pasaría si no llegara la primavera.
“La idea de que la naturaleza, un enemigo invisible, pueda dejar de aportar lo suyo no era hollywoodiense pero sí muy interesante”, ha recalcado en referencia a su película, que recorre el deterioro de las cuatro estaciones en una pequeña localidad situada en plena región de las Ardenas y la consiguiente ruptura social.
Una cuidada fotografía, que se deleita especialmente con los paisajes y las copas de los árboles como testigos de lo que sucede, pone luz y color al primer otoño, en el que los vecinos del pueblo celebran el rito para dar el adiós al invierno y se dan cuenta de que algo ocurre: los árboles preparados en la pira no se queman y, en el concurso de cantos de gallo, el del pueblo no canta.
La primavera, que comienza con la incipiente relación de Alice, Thomas, llega acompañada de la muerte de las abejas que Pol, un filósofo que vive de manera itinerante con su hijo discapacitado Octave, así como con el cese de la producción de leche por parte de las vacas, que son retiradas y la no germinación de las semillas.
Los árboles, que a lo largo de toda la película simbolizan la destrucción de la naturaleza, mueren, como también lo hace el padre de Alice, momento en el que el pueblo se levanta, culpa de todo a Pol y rechaza de manera tajante su propuesta del racionamiento.
La llegada del verano no es nada halagüeña: la comida escasea --los padres de Thomas, que al contrario que su hijo no creen en la caridad ni en la solidaridad, empiezan a rescatar a las moscas que permanecen pegadas a las tiras de pegamento y borran las fechas de caducidad--, llega la nieve, los árboles caen, los peces mueren y los mosquitos campan a sus anchas. La gente se marcha.
El gallo con el que peleaba uno de los vecinos para que cantara es decapitado y, con la llegada del otoño, llegan las lluvias torrenciales; Alice, enferma, tiene que prostituirse a cambio de alimentos y Pol, aún considerado culpable de todo, es objeto de la ira de sus vecinos, amantes de costumbres de otra época.
RODADA EN SU PUEBLO
Para 'La Quinta Estación' eligieron, en esta ocasión, un escenario bien familiar: el del pueblo en el que viven, “a la puerta de casa”, dado que el estudio antropológico estaba ya hecho en su década de residencia allí y el camino para implicar a la población local, como hacen en todas sus películas, estaba ya hecho.
El personaje de Pol llevaba, antes del rodaje, el nombre de un actor, Sam Louwyck, y el de Thomas es “clave”, según el director, dado que representa la integridad del ser humano; la producción reúne a actores profesionales y no profesionales que, capitaneados por él y su mujer, que realizan un “esfuerzo conjunto” y lo pasan “bien”, se enfrentan a una quinta estación, aspecto cuya respuesta ha vinculado el director a la metafísica.
Los silencios de 'La Quinta Estación', importantes en el desarrollo dado que se agudizan en función del agravamiento de la situación, darán paso, en los proyectos cinematográficos de Brosens y Woodworth, a una comedia centrada en la vida del último rey de los belgas, perdido en los Balcanes, y especialmente volcada en la caracterización y en los personajes.
Hasta que ese proyecto salga a la luz los directores, que viajan por distintos festivales del mundo con su fábula sobre una naturaleza levantada contra el hombre, rehúsan atribuir un mensaje a los trabajos que realizan --“no vamos como misioneros de ningún credo”-- pero sí invitan a los espectadores a ver las distintas formas de la realidad y a interactuar con la película.