Humor frenético en el Teatro Cuyás de la mano de 'Ron Lalá'

“Lo bueno de enfrentarse al fin del mundo es que uno puede hacer lo que le venga en gana sin temer las consecuencias”. La llamada de un amargado al servicio de Tele destrucción es el punto de partida de Mundo y Final, la comedia hilarante, inteligente y gamberra que la compañía Ron Lalá pone en escena este fin de semana en el Teatro Cuyás de Las Palmas de Gran Canaria.

Álvaro Tato, uno de los integrantes de este grupo de “pirados”, adelanta que “esto no es un aviso; ni siquiera un ultimátum. Es el fin del mundo de verdad, del que no se escapa”. Pero con el sello particular ronlalero: “Un coktel de teatro, música y humor para intentar trasladar al público un mensaje y que se parta de risa, pero se vaya a su casa pensando”, destaca Daniel Rovhaler. “A casa o a tomarse unas cañas”, responde con celeridad Miguel Magdalena.

Y es que esa es una de las señas de identidad de esta compañía rompedora que, pese al breve y delicioso sabor de boca que dejaron en la gala de los Premios Max, se estrenan en el Cuyás. Ritmo. Ritmo frenético. “Vamos muy deprisa porque creemos que el humor debe pasar por encima del público. Nuestro director (Yayo Cáceres) hace un símil en el que compara al humor con un combate de boxeo. Hay que dar sin tregua y golpear al público una y otra vez y de ahí el frenesí en el que nos metemos”, puntualiza Juan Cañas. Y ese dinamismo se pone de manifiesto en una rueda de prensa frenética llena de réplicas y contra replicas que promete espectáculo.

Y entre medias el fin del mundo. Nada más y nada menos. Un tema de calado que se toma de manera ácida y muy gamberra. “Tenemos mucho morro”, señala Miguel Magdalena. “Esto es una muestra más de nuestro humor cítrico y crítico que vuela hasta convertirse en una auténtica liberación. Una liberación total, porque ante la inminencia del fin del mundo uno puede hacer lo que le dé la gana y eso se contagia al público de manera casi inmediata”, comenta Magdalena.

Música en directo, una sucesión de sketches que, bajo la óptica de la destrucción inminente nos muestran las miserias y grandezas de las situaciones más cotidianas y un montaje en el que la “Caja negra se muestra desnuda tal y como es”, son los ingredientes de este espectáculo de hora y media de duración. “A lo largo de la función”, comenta Íñigo Echevarría, “pasamos por muchísimos planos y muchos estilos. Y el espectáculo se desarrolla por entero en la caja escénica, sin artificios o veladuras. En todo momento el público ve a los cinco actores y eso crea una magia que creemos es muy especial. Enseñamos todo el truco y aún así la gente entra de inmediato en el juego y se lo pasa bomba”.

“Es que nos mostramos como somos”, puntualiza Álvaro Tato. “Eso, una auténtica apología de la chorrada”, responde Daniel Rovalher. No hay tregua.

Y adelantan que la parodia avanzará sin descanso a ritmo de tango, rock, flamenco, bolero. Y que los textos ácidos serán el nexo de unión de una maraña de situaciones tan normales como disparatadas que ponen de manifiesto, según Magdalena “que todos y cada uno de los humanos no estamos muy bien de la cabeza” y eso se plasma en un espectáculo que muestra “lo que queremos decir y cómo queremos decirlo”, finaliza. “Todas las mañanas salimos a la calle pensando que nos pueden meter en la cárcel”, responde Echevarría con sorna en un diálogo casi surrealista que se salta las normas no escritas de cualquier presentación.

Un cuidado trabajo teatral

El argentino Yayo Cáceres es el director de este montaje realizado “de manera directa, sencilla y sin pretensiones”. Pero el resultado es otra obra maestra con el sello de Ron Lalá que, dicho sea de paso, se estrenan en la plaza grancanaria (más allá de su espléndida aparición en la gala Max) con una sátira que ha cosechado un éxito importante en los principales escenarios españoles. “Humor sin descuidar la calidad con un estilo propio”. Para el responsable escénico de este fin del mundo este espectáculo descansa “en la necesidad que el hombre tiene de crear algo aún en los momentos en los que se enfrenta a la vida. Esta particular destrucción del mundo llega con la intención de construir un nuevo mundo”.

El resultado es una obra ágil y de ritmo trepidante en lo que lo colectivo es la base para contar las vicisitudes de “un mundo que se muere de risa”. Una buena forma de tomar el primer contacto con una compañía que va camino de convertirse en todo un clásico de la escena española de los próximos años.

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