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El origen del tópico español

Tanto el flamenco, concebido como cultura popular moderna, como las vanguardias artísticas surgen a finales del siglo XIX. Éste es el aspecto que aborda la exposición que recoge el Museo Reina Sofía de Madrid, bajo el título La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura popular 1865-1936 (hasta el 24 de marzo).

La muestra se abre con un retrato de la bailarina Carmencita, que actuó en Nueva York a finales del siglo XIX. Retratada por William Merrit Chase, fue también la primera mujer filmada en la historia del cinematógrafo por Thomas Alva Edison. Antes que Chase, Édouard Manet había introducido en su pintura no sólo los asuntos españoles, sino también, y gracias a ellos, un nuevo modo de pintar que sigue a Velázquez y preludia el impresionismo. El autorretrato de Gustavo Adolfo Bécquer fumando, y entreviendo mujeres en el humo de su cigarro, da idea de cómo el baile abre las puertas a un mundo de ensoñación y ocio, “otro mundo”. Las caricaturas de SEM (seudónimo de un grupo en el que se incluyen los hermanos Bécquer) muestran sin embargo cómo desde ese mundo “otro” se puede hablar de la realidad.

La publicación de España negra, un libro de viajes de E. Verhaeren y Darío de Regoyos, extiende una imagen dura y pesimista de España que pervive bien entrado el siglo XX. Las obras de Regoyos, Solana o Nonell contribuyen a dibujar esa imagen, a la que también se acercan otros pintores considerados tradicionalmente luministas, como Anglada Camarasa o Sorolla. Pastora Imperio será la bailarina de esa España tremendista, cuyos escenarios pueden seguirse en las fiestas populares o en los cafés urbanos. El mundo de los gitanos, el “otro” español por excelencia, forma parte de esas imágenes oscuras.

Coincidiendo con la difusión del cubismo y con la llegada a la península ibérica de artistas que huyen de la guerra, como Gleizes, Picabia, o los Delaunay, el baile español aparece como modelo de ritmo abstracto y decorativo. Numerosos artistas utilizan la imagen de la bailarina para descomponer la figura, transitando de la figuración a la estilización o abstracción: entre ellos Picasso, Severini, Lipchitz. Lo mismo sucede con la imagen de la guitarra.

Los temas castizos se convierten en un género de éxito, entre la visión turística y publicitaria, el estudio folclórico y la reflexión sobre la identidad. Son además años de fiestas y excesos, y el motivo flamenco aparece en muchos de ellos. El disfraz y el travestismo adoptan a menudo carácter español.

Finalmente, el área dedicada primero a la república y luego a “la españolada” cuenta con las figuras de Picabia, Miró y Man Ray. A partir de ellos aparece un cierto radicalismo que coincide con el afianzamiento de los estereotipos en las artes de vanguardia y el flamenco. El flamenco es plenamente consciente de su identidad y se desgarra entre el purismo estético y los tópicos comerciales. La generación del 27 explora las virtudes lúdicas modernas de la verbena, pero también estudia con mirada crítica la España eterna. Ambas aparecen en las imágenes de Dalí, Lorca, o Giménez Caballero.

La óptica cinematográfica y el tópico popular defendido por la publicidad se adentran en la pintura: las imágenes de Romero de Torres o de Martín Durban dan fe de ello. El cine español, preocupado por regalar a sus públicos con asuntos de tema local, recoge lo “español” superficialmente -toros, mantillas, gracia andaluza y mujeres deshonradas- y lo relaciona, además, con la vida suburbana o rural, contraponiendo un mundo de señoritos y miserables

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