''Hay muchísimo miedo a emprender en lo social''
Se definen como unos románticos a los que les mueve la motivación de ser felices en el trabajo y de aportar su grano de arena para generar un cambio social. La empresa Impulso 7, ubicada en Las Palmas de Gran Canaria, está formada por un equipo de trabajadores sociales, la mayoría procedente de asociaciones y fundaciones, que decidieron emprender a finales del año 2005 para confirmarse como una alternativa privada que complementara los huecos que dejaba la administración pública en la prestación de servicios comunitarios.
El proyecto comenzó a fraguarse en 1999 y por el camino se quedaron varios profesionales que se bajaron del barco antes de que el proyecto viese la luz por el temor a desarrollar desde la empresa privada una iniciativa vinculada a los servicios sociales. “Hay muchísimo miedo a emprender en lo social. Nosotros creemos en el sistema público, pero hay servicios que la administración no puede cubrir y que nosotros podemos ofertar”, explica Enrique Martí, trabajador en excedencia del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y responsable de la administración de una empresa que ofrece en su catálogo actividades de ocio educativo, formación a empresas y administraciones, servicios audiovisuales y consultoría de empleo (talleres para formar a personas en situación de desempleo).
El gerente de Impulso 7, Javier Sánchez, incide en que la empresa tiene una vocación de complementariedad con el sector público y que, por ello, no renuncia a trabajar con la administración. En la actualidad, el 40% del volumen de negocio de la sociedad se genera a través de contratos con varios ayuntamientos de la isla de Gran Canaria, el Cabildo insular y el Gobierno de Canarias. Impulso Siete ha ido progresivamente reduciendo este porcentaje, ya que hasta hace unos años dependía en un 70% de la vertiente pública. Una quinta parte de los ingresos anuales proceden de la organización de dos campus de verano, la campaña en la que ahora se encuentran inmersos y que les proporciona liquide
Al amplio abanico de actividades de ocio que promueve (talleres de animación, manualidades, juegos populares, ghymkana, organización de efemérides o escuelas y campus de verano), la empresa trata de imprimirle, en palabras de su director, “un matiz educativo y transformador”. “No es el ocio por el ocio, siempre intentamos ir más allá para combinar el componente lúdico con la transmisión de unos valores, que pueden ser el consumo responsable, el rescate de juegos populares que identifican a un pueblo o el fomento de la cooperación”, asevera.
Enrique Martí admite que la compañía estuvo a punto de cerrar hace dos años por una fuerte caída de ingresos, lo que les obligó a acometer un drástico ajuste de personal que redujo de 9 a 3 el número de trabajadores. Ahora cuenta con 7 empleados, aunque no todos con jornada completa. Entre ellos se encuentra el responsable de audiovisuales, que ya había trabajado para la empresa como autónomo y que se incorporó a la plantilla de Impulso Siete cuando su anterior empresa quebró por culpa de la crisis. Como personal eventual, la empresa puede llegar a contratar a 40 personas al año.
Economía del Bien Común
Para Javier Sánchez, la filosofía de la empresa encaja en las directrices que plantea el austriaco Christian Felber en la Economía del Bien Común, aunque la empresa aún no ha tomado la decisión de integrarse en el grupo que se formó en Gran Canaria el pasado mes de diciembre. “Tenemos claro que la empresa tiene que contribuir al bien común y estamos valorando toda la información, intentamos llevar todo de una manera asamblearia”, afirma.
Sin embargo, la empresa ya aplica algunos de los parámetros que fija la matriz de la Economía del Bien Común. En relación a las condiciones laborales, Impulso 7 ha establecido un salario mínimo para los trabajadores contratados a jornada completa de 1.200 euros, mientras que el salario máximo asciende a 1.600 euros. “En el puesto de trabajo es fundamental tener una buena actitud. No vale una persona que no se crea este proyecto, porque no va a encajar. Tenemos que fomentar el buen rollo desde que llegamos a la oficina”, afirma Javier.
Cuando la sociedad ha obtenido beneficios, el dinero se ha destinado a la contratación de personal, a la compra de equipamiento para la oficina o a dotar a la caja de un fondo de previsión con el que afrontar los pagos en los meses de menor actividad, además de dar a sus empleados una gratificación fuera de convenio.
Por otra parte, Impulso 7 ha llegado a acuerdos con particulares y empresas para el intercambio de servicios. Con el artista Khaly Thioune, un senegalés que reside desde hace una década en las islas, ha apostado por el cotrabajo. Thioune utiliza las oficinas de la empresa para realizar sus trabajos y recibe el asesoramiento de un trabajador de Impulso 7 en materia administrativa. “Cuando él necesita que le pongamos sonido a uno de sus eventos, lo hacemos de forma gratuita y cuando nosotros queremos hacer un taller de multiculturalidad, lo lleva él”, explica Javier.
“Estamos por la labor de buscar sinergias, creemos que hay otra forma de hacer negocio y no tiene que ser desde el capitalismo puro y duro, sanguinario. Nuestro objetivo no es que esto se convierta en una multinacional ni en una fábrica de dinero, sino priorizar los valores, hacer una economía alternativa”, sentencia.