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HELSINKI DESDE DENTRO

Toda ciudad tiene dos vertientes; es decir, la que se ve a simple vista, y la que se conoce cuando se vive en ella. Este blog quiere contar lo que sucede en esta ciudad nórdica, tratando de no recorrer los lugares comunes tan del gusto de las guías turísticas. Y todo ello, en lengua castellana.

NIGHT VISIONS BACK TO BASICS 2019: ANTES DE BAJAR EL TELÓN

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Último acto. Escena primera: Elisabeth Harvest (Sebastian Gutierrez. Estados Unidos, 2018)

Mucho antes del nacimiento de la oveja Dolly -también conocida por 6LLS, el código alfanumérico dado por los científicos que la crearon, hecho que ocurrió el cinco de julio del año 1996- se llevaban décadas fabulando y/o teorizando con la posibilidad de clonar seres vivos, especialmente, seres humanos. En realidad, una parte de la ciencia ficción literaria y cinematográfica ha jugado, y abusado con dicha posibilidad, antes siquiera de que empezaran a ser conocidos algunos de los dementes experimentos médicos desarrollados por el doctor Josef Mengele en las instalaciones del campo de concentración de Auschwitz. El resto de los avances logrados por tan desalmado personaje, muy a pesar de los pocos supervivientes de dichos experimentos, pasaron a formar parte de los archivos médicos incautados por las fuerzas aliadas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Lo que luego pasó con aquellos estudios seguro que daría para escribir no una, sino varias docenas de películas, pero eso es otra cuestión…

Volviendo al tema que nos ocupa, el problema que siempre se ha planteado nada más empezar a teorizar con la posibilidad de clonar a un ser vivo para así poder lograr, por ejemplo, una copia de alguien fallecido, es si ese clon resultante se parecería al original, más allá del aspecto físico. En esto, la novela The Boys from Brazil, escrita por Ira Levin en 1976, propone que para que un clon se llegue a parecer al original de quien procede se deben repetir una cadena de sucesos que logren que la vida y la psique del clon se vea condicionada por los mismos sucesos que marcaron la vida del ser que proporcionó las células originales.

Partiendo de esa premisa, y sin el sesgo ideológico del que se nutre la novela de Ira Levin, queda claro que el director y guionista Sebastian Gutierrez no pierde de vista las enseñanzas vertidas en dicha novela y plantea en su película Elizabeth Harvest lo que ocurriría si alguien clonara a un ser querido y, luego, tratara de que la copia se comportara como lo hizo el original en su día. Dicho de este modo, el trabajo de Henry (Ciarán Hinds) y su asistente, Claire (Carla Gugino) buscaría llevar los estudios científicos en el campo de la clonación a un estadio superior, pero sin los excesos y la falta de deontología profesional que demostró Mengele, el médico y Hauptsturmführer SS (capitán) alemán, durante los años que permaneció en el campo de concentración y exterminio instalado en Polonia.

© 2019 AG Studios, Automatik Entertainment, Motion Picture Capital & Voltage Pictures.

El resultado de todo este trabajo desarrollado a espaldas de los dictados éticos que siguen maniatando el progreso científico-tal y como Henry no se cansa de expresarle a su colega- se llamará Elisabeth, una criatura perfecta, en todos los sentidos, que responde a los deseos de quien la ha creado. El único problema es que, como buen científico, Henry no duda en poner a prueba a su creación y, cuando ésta no responde a sus expectativas, termina por destruirla y empezar todo el proceso de nuevo.

Al ser su creador, esto no debería suponer ningún problema, dado que Elizabeth es como la oveja Dolly; es decir, un experimento de laboratorio que debe ser testado y, si no sale como los científicos esperaban, deben destruirlo y repetirlo. El problema viene cuando, a medida que va pasando el tiempo, el afán investigador de Henry deja paso a un deseo libidinoso y caprichoso que nada tiene que ver con los estadios iniciales del trabajo originalmente concebido…

Contada con un ritmo lento, de largas y elaboradas secuencias, muy descriptivas éstas, y con una iluminación exportada del giallo italiano, el libreto literario de la película mezcla el pasado, el presente, y los deseos de una persona -por mucho que se trate de un clon- por empezar a recorrer un camino fuera de las cuatro paredes en las que Henry recluye a sus creaciones. Elizabeth Harvest termina por poner sobre la mesa qué sucede cuando se juega con los tubos de ensayo sin tener claras una serie de reglas que deberían imperar en los avances científicos, y más cuando estos tienen que ver con seres vivos. En ningún momento se tocan temas religiosos ni ideológicos, sino que se plantea que Henry acabó por perder el sentido y empezó a disfrutar con el círculo de la creación y la destrucción sin importarle nada más, tal y como muy bien le plantea Claire al último clon de Elizabeth.

Henry (Ciarán Hinds) y Elizabeth (Abbey Lee) en una secuencia de la película Elizabeth Harvest © 2019 AG Studios, Automatik Entertainment, Motion Picture Capital & Voltage Pictures.

El que un día fuera un brillante científico acaba por perder el anclaje con la realidad y se convierte en una suerte de dios insensato y caprichoso que sólo busca perpetuar un momento de su existencia, aquél en el que fuera feliz con su esposa, que ningún clon podrá sustituir. No existe en su comportamiento el afán por lograr el que las cosas vuelvan al mismo punto en el que estaban, tal y como sí trata de conseguir William Foster (Keanu Reeves) en la película Réplicas (Jeffrey Nachmanoff, 2018) tras perder a su familia.

Por el contrario, todo en la vida del creador de Elisabeth juega en su contra, incluyendo la casa en la que se desarrolla toda la acción. Ésta oprime a los personajes que en ella habitan, al igual que hiciera el enorme y omnipresente retrato de Rebeca, en la película de mismo nombre, dirigida por Alfred Hitchcock en 1940.

Elizabeth (Abbey Lee) en una secuencia de la película Elizabeth Harvest © 2019 AG Studios, Automatik Entertainment, Motion Picture Capital & Voltage Pictures.

En realidad, Elisabeth Harvest plantea lo que sucede cuando el irrefrenable deseo por crear y/o conseguir una cosa termina por hacer olvidar el planteamiento original de todo aquel viaje. Poco importan las consideraciones éticas y morales cuando, quienes están implicados, olvidan el mundo en el que viven y las reglas de juego de nuestra sociedad. Al hacerlo, los desvaríos científicos del doctor Josef Mengele y la continua insatisfacción de Henry terminan por desembocar en el mismo meandro de la locura que tan bien describiera el marino y literato Joseph Campbell.

Último acto. Escena segunda: Morto Nāo Fala (Dennison Ramalho. Brasil, 2018)

Imaginen, por un momento, que trabajan en el turno de noche de un depósito de cadáveres de cualquier ciudad de un país tan violento y desgarrado como lo era Brasil antes de la llegada del nuevo y lustroso presidente y/o empresario privatizador y/o azote del mal, en cualquiera de sus formas. Y digo esto, porque aún no se ha podido cuantificar el daño que el recién llegado mandatario le terminará ocasionado a un territorio ya casi al borde del colapso, aunque a tenor de lo que ya ha ocurrido, los depósitos de cadáveres del mencionado país deberán ampliarse hasta tener la capacidad de un estadio deportivo y de los grandes, para mejor prever…

Ahora, volviendo al depósito de cadáveres en cuestión, conoceremos la vida de Stênio (Daniel de Oliveira) quien trabaja en el ya mencionado turno de noche, siempre rodeado de muertos. Trata de sobrellevar su existencia de la mejor manera posible, aunque tal y como está el escenario en el que le ha tocado representar su tragedia personal, poco lugar queda para la esperanza y menos, en Brasil. Ni siquiera en su casa Stênio encuentra un momento de tranquilidad que le sirva para olvidar una existencia que huele igual que aquéllos a los que trata de adecentar, tras llegar desgarrados a la mesa del lugar en el que trabaja. Y cuando parece que la cosas van a ir a peor, si esto es posible, Stênio descubre que puede hablar con los difuntos con los que “trabaja”, muchos de ellos, miembros de las bandas que asolan las calles de las Favelas de la ciudad de São Paulo.

© 2019 Canal Brasil, Casa de Cinema de Porto Alegre y Globo Filmes.

Tras el shock inicial, su mente se mueve entre una suerte de compasión forzada -muchos de los que llegan hasta el depósito son sociópatas que siempre han vivido según el código del “más fuerte”, el cual impera y dicta las normas de las calles- y su afán por sacarle provecho a este nuevo don, el cual puede ayudarle a dejar atrás su desastrosa existencia. Quizás en cualquier otro sitio, los deseos de padre, marido y amigo de unos pocos supervivientes como él mismo se hubieran cumplido, pero en este tablero de juego la vida es tan miserable e insignificante que hasta el último movimiento está certificado de antemano.

Morto Nāo Fala no es una película de género al uso. Ni siquiera respeta muchas de las reglas de este tipo de producciones, aunque sí que es cierto que usa y abusa de determinados elementos para llevarnos hasta un mundo de pesadilla, donde los vivos y los muertos se pelean por demostrar quién es el más insensato de todos los allí congregados.

La cinta del director y guionista Dennison Ramalho es una excusa para mostrarnos la realidad de una sociedad donde sobrevivir y/o escapar de los continuos abusos que se cometen por doquier representan el mayor reto. Los muertos con los que Stênio interactúa son las víctimas de un país donde una minoría, ajena a la realidad del resto de sus habitantes, trata de explotar y/o de servirse de todo aquello que le aporte un beneficio, mientras se muestra ciego y sordo ante una mayoría de vidas que ya no valen nada.

Stênio, su familia, sus vecinos y los mismos cadáveres con los que habla, noche tras noche, mejor desaparecieran de la faz de la Tierra, como los árboles de la Amazonía. Así nadie le diría a quienes manejan las riendas del país, a aquellos que quieren privatizar todo aquello que se pueda vender y, de paso, quieren vestir a los niños de azul; a las niñas, de rosa; y al resto que no comulga con estos principios, encarcelarlo que lo que están haciendo no está del todo bien visto en el resto del mundo.

Lo más paradójico el caso es que la película se lleva proyectando en festivales de cine internacionales desde julio del pasado año 2018, pero no será hasta septiembre de este año 2019 cuando, si las condiciones -y la autoridad lo permite- se estrene en su país de origen. Veremos qué opinan los nuevos mandatarios del país americano sobre el trabajo de Dennison Ramalho, siempre que sus entendederas den para tanto, claro está.

Último acto. Escena tercera: T-34 (Aleksey Sidorov. Federación Rusa, 2018)

Si basara esta última reseña sobre la primera película que vi en la edición de primavera del festival Night Visions, en mi querencia para con todo lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial, empezaría a escribir un largo ensayo sobre la historia y las bondades del tanque soviético T-34, uno de los mejores blindados -por no afirmar que fue el mejor de cuantos combatieron durante la Segunda Guerra Mundial- y, luego, hablar de la película, escrita y dirigida por Aleksey Sidorov.

T-34 © 2019 Mars Media Entertainment & Amedia.

No obstante, doce horas después de ver la película, pude compartir espacio y tiempo con el director de la misma y fue, entonces, cuando me di cuenta de que lo importante de esta sobresaliente película bélica no son los vehículos blindados que aparecen en ella, sino las personas. T-34 es la historia de dos combatientes, Nikolay Ivushkin (Alexander Petrov) y Klaus Jäger (Vinzenz Kiefer), dos hombres que en cualquier otra circunstancia serían amigos y no, antagonistas.

T-34 es, también, la historia de Nikolay Ivushkin y su romance con Anya Yartseva (Irina Starshenbaum), una mujer dura, decidida y empeñada en sobrevivir a la contienda con cada célula de su cuerpo. Y T-34 es la historia de Nikolay Ivushkin con su tripulación y la estrecha relación de todos aquellos hombres con el vehículo blindado soviético que cambió el rumbo de la historia, por mucho que, luego, con la llegada de los no menos míticos “Tigres” alemanes, las cosas se igualaran sobre el campo de batalla.

Anya Yartseva (Irina Starshenbaum) y Nikolay Ivushkin (Alexander Petrov) en una secuencia de la película T-34 © 2019 Mars Media Entertainment & Amedia.

Aleksey Sidorov (AS): Para mí, la película es, sobre todo, una historia sobre unas personas que debieron unir fuerzas para hacer frente a una invasión exterior, sin preparación y con unos mandos que no siempre sabían lo que debían hacer.

Finnkino (FK): Es cierto. La operación Barbarrosa fue una brutal invasión por parte de la Alemania nacional socialista.

AS: Sí, ellos nos invadieron y nosotros solamente nos defendimos.

FK: Y debieron pagar un precio muy alto…

AS: Así es. No creo que ninguna familia se librara de perder alguno de sus miembros durante todos aquellos años. En mi familia los hubo, al igual que en las familias de quienes trabajan conmigo en la película.

FK: En mi caso, y lo digo como persona que siempre ha tenido relación con el ejército, sobre todo del ejército de tierra y del ejército del aire, disfruté mucho con las relaciones personales de los protagonistas y con otro elemento que me pareció absolutamente increíble: poder rodar dentro de un T-34 auténtico.

AS: Tendría que estar aquí el director de fotografía, Mikhail Milashin, quien fue capaz de colocar media docena de cámaras en el interior de la torreta… ¡Y lo mejor de todo es que los actores podían moverse sin estar tropezando con ellas todo el tiempo! Desde el principio quise que se notara la simbiosis entre las tripulaciones, tanto las soviéticas como las alemanas para con sus carros de combate. En realidad, aquellos monstruos de acero eran su casa y, de alguna u otra forma, solamente se encontraban a gusto dentro de ellos. Cuando estaban fuera era cuando se sentían mal.

Klaus Jäger (Vinzenz Kiefer) en una secuencia de la película T-34 © 2019 Mars Media Entertainment & Amedia.

FK: La primera secuencia, aquélla en la que los vehículos blindados alemanes se enfrentan con un antagonista muy superior a ellos, te mantiene tan alerta que llegas a sentir el calor, la tensión e, incluso, el ruido de los proyectiles cuando éstos impactan contra la torreta de los Panzers alemanes y del T-34 soviético.

AS: Ésa era mi intención; es decir, lograr que el espectador se diera cuenta de lo que se pasaba, en medio de un combate como los que se desarrollaron en aquellos años, en mi país. Lo cierto es que traté de documentarme mucho para luego plasmar la realidad, con sus cosas buenas y sus cosas malas.

FK: Sí, no hay “buenos ni malos”, solamente personas que luchan por un bando o por otro, según unas reglas del juego.

AS: Por eso aparecen más banderas alemanas que soviéticas, dado que a los primeros les gustaba todo este tipo de parafernalia y al ejército soviético, no. A unos les gustaba “adornar” la contienda, mientras que a sus antagonistas les importaba más sobrevivir, sin importar los símbolos y la ideología que se escondía detrás de ellos.

FK: Unos se veían como las fuerzas vencedoras y los otros, sólo trataban ver el siguiente amanecer…

AS: Hasta que los alemanes se dieron cuenta de que las cosas no son tan fáciles como se planean en una sala de reuniones…

FK: Sí, suele pasar. Lo segundo que más me ha gustado es la relación, disfuncional por el escenario, pero, sincera que se establece entre los dos antagonistas principales. En otras tantas películas, los bandos están tan delimitados que se olvida que las personas no son enemigos por elección, sino por el bando en el que están.

AS: Los dos personajes principales son soldados profesionales y disfrutan con su trabajo, pero no son enemigos por ser de distinto país, o por una cuestión ideológica. Son enemigos, porque un líder decidió invadir un país, por culpa de una decisión política y arbitraria, y luego debieron enfrentarse en el campo de batalla. Como te dije antes, en cualquier otro escenario, Nikolay y Klaus serían amigos y saldrían de patrulla juntos.

Nikolay Ivushkin (Alexander Petrov) en una secuencia de la película T-34 © 2019 Mars Media Entertainment & Amedia.

FK: En realidad ése es el mensaje que más me gustó de su película: las guerras las declaran quienes no las libran y las sufren quienes menos ganas tienen de combatir.

AS: Nosotros fuimos invadidos por Alemania, pero no creo que muchos de los soldados alemanes que entraron en mí país tuvieran algo contra los habitantes de la Unión Soviética de aquellos años. Cumplían órdenes y eso les llevó a tener que enfrentarse contra personas como Nikolay, su tripulación y todos los soldados que, como ellos, lucharon y también murieron en la Segunda Guerra Mundial. Yo quería hacer una película bélica entretenida y trepidante, pero sin olvidarme de quienes son los protagonistas de cualquier guerra; es decir, los soldados que las libran.

FK: Pues debo felicitarle tanto por lo apasionante de los combates bélicos como por aquellos momentos en donde los rigores de la guerra se dejan atrás y solamente vemos a un grupo de personas tratando de ser felices y sobrevivir.

AS: Te agradezco tus palabras, porque ésa era mi idea mientras escribía la historia y luego cuando la rodaba. Y veo que lo entendiste, tal cual.

FK: Para mí ha sido un placer ver su película y le agradezco poder haber compartido este tiempo con usted.

MIENTRAS EL TELÓN ESTÁ BAJANDO…

En esta parte final de la reseña, me hubiera gustado detenerme, de manera más extensa, en un detalle de la organización que, lejos de agradarme, me volvió a demostrar una cosa que sigue sin ser positiva. En realidad, ya les he hablado anteriormente de ello y, en resumen, viene a decir que los voluntarios llegan hasta donde llegan, por mucha buena voluntad que éstos puedan tener y/o demostrar. Si a esto se le suma, la falta de experiencia en exhibición cinematográfica que demuestran dichos voluntarios, con mayor o menor responsabilidad, tanto en Finlandia como en España el resultado dista de ser el deseado. Por eso, si se tuviera dicha experiencia previa, NO dirían las estupideces que me dedicaron algunos de los voluntarios más veteranos y experimentados del evento cuando les dije, claramente, que lo que estaban haciendo, mejor, lo que NO estaban habiendo, demostraba que NUNCA habían trabajado en un cine y que su bagaje personal en dicho particular se limitaba a los pocos días en los que se celebraba en el evento y, después, hasta la siguiente edición.

Cada cual es muy libre de hacer y pensar lo que quiera, pero si en algo se asemeja un festival de cine con el funcionamiento de un cine normal y corriente, es que ambos necesitan de espectadores que compren entradas para poder sobrevivir. Tratándonos como nos trataron durante algunas jornadas de la pasada edición del festival Night Visions, a uno se le terminan quitando las ganas de acudir y menos en esas condiciones, por mucho que siempre aparezca una persona que, ignorando esas reglas que dicen defender, busque quererte demostrar lo contrario a lo que ven tus ojos y sienten tus cansadas piernas.

Charley Brewster (William Ragsdale) en una secuencia de la película Fright Night © 1985 Columbia-Delphi IV Productions & Vistar Films.

Sería algo así como lo sentía Charlie Brewster (William Ragsdale), el desesperado protagonista de la película Fright Night (Tom Holland, 1985), cuando trataba de convencer a todos los que le rodeaban que, justo enfrente de su casa, vivía un vampiro y, claro está, nadie le creyó hasta que ya fue demasiado tarde, pero ¿quién dijo miedo?

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019

Elizabeth Harvest © 2019 AG Studios, Automatik Entertainment, Motion Picture Capital & Voltage Pictures.

Morto Nāo Fala © 2019 Canal Brasil, Casa de Cinema de Porto Alegre y Globo Filmes.

T-34 © 2019 Mars Media Entertainment & Amedia.

Fright Night © 1985 Columbia-Delphi IV Productions & Vistar Films.

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