Un cura reza para que Sarkozy sufra un infarto
Un sacerdote francés ha afirmado este domingo que reza para que el presidente del país, Nicolás Sarkozy, sufra un infarto debido a que cree que no hay otro modo de que cesen las expulsiones de gitanos de Francia, que comenzaron la semana pasada.
“Rezo, y les pido perdón, para que Sarkozy sufra una crisis cardiaca”, afirmó el padre Arthur, una sacerdote que ha llevado a cabo una intensa labor de ayuda a la comunidad gitana en Lille, la ciudad donde ejerce su labor pastoral.
El religioso más tarde quiso matizar sus palabras sobre el presidente, y negó que quisiera la muerte de Sarkozy, sino simplemente “que Dios le hablara a su corazón”.
Por su trabajo con los gitanos en Lille el sacerdote recibió hace cuatro años la Orden del Mérito Nacional, una condecoración que devolvió este domingo en protesta por las expulsiones de cientos de gitanos a Rumanía y Bulgaria llevadas a cabo por las autoridades francesas esta última semana.
La situación de los gitanos, “deporable”
El padre Arthur afirmó que la situación de los gitanos en Lille es “deplorable”. Según el religioso, intentó convencer a las autoridades del error que a su juicio supone expulsar de Francia a gitanos mediante “el amor” y “la ayuda”, pero vista la política del Ejecutivo, afirmó que lo único que puede hacer para protestar contra la situación de las minoría en Francia es devolcer la condecoración antes citada.
Las expulsiones de gitanos han recibido muchas críticas por parte de la Iglesia francesa. Un ejemplo es el arzobispo de Aix-en-Provence y Arles, que afirmó este domingo en referencia a este asunto que los discursos centrados en seguridad tienen el riesgo de dar a entender “hay más personas que no son aceptables”.
El prelado, además, mostró su disposición para reunirse con las autoridades para encontrar soluciones a este problema y, en caso de que sea necesario, realizar una labor de arbitraje, informa el diario 'Le Monde'.
Por su parte, monseñor André Vingt-Trois, arzobispo de París, afirmó el mes pasado que las expulsiones no constituyen algo propio “del lenguaje del Evangelio o de una sociedad civilizada”.