ANÁLISIS

La Unión Europea adopta una nueva posición global como actor geopolítico

Protesta en Barcelona contra la guerra en Ucrania

Irina Betancor Almeida

Bruselas —

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Escasos días atrás, la invasión de Ucrania se tornaba en la más realista de las pesadillas ante la atónita mirada de aquellos analistas que habían descartado por completo la posibilidad de un retorno de la realpolitik con implicaciones militares de gran calado. De esta forma, la historia volvía a mirarse al espejo dibujando un nuevo tablero de ajedrez geopolítico al compás del avance progresivo de las fuerzas rusas a través del territorio soberano de la república de Ucrania.

Francis Fukuyama, prominente politólogo estadounidense, teorizó a finales de los 90 sobre el supuesto del fin de la historia. En este periodo histórico tenía lugar, de forma coetánea, la desintegración de la Unión Soviética y la extensión del modelo liberal, convertido en corriente ideológica hegemónica a través de sucesivas oleadas de globalización. La batalla en el campo de las ideas se daba por terminada, dando paso a una llanura cronológica que debía estar caracterizada por la ausencia de conflicto, elemento central de los sistemas políticos liberales. Estas ideas emanaban parcialmente del concepto de paz perpetua, una construcción desarrollada por el filósofo Immanuel Kant en el siglo XVI. A posteriori, la llamada paz democrática se convirtió en uno de los logotipos más llamativos de un orden internacional basado en la competencia económica a través de la especialización y la carrera en el desarrollo de economías de escala. Hasta ahora, la Unión Europea había jugado su papel en el marco internacional centrándose fundamentalmente en la regulación negativa de su espectro económico. Es decir, la UE, a través de la liberalización del comercio, ha sacado a relucir la fortaleza de su mercado interno y la capacidad adquisitiva de su población. Dicho énfasis ha traído consigo la transformación del club europeo en un gigante económico, un enano político y un gusano militar, en palabras del ex primer ministro belga, Mark Eyskens.

Las aspiraciones de Rusia en Ucrania, comenzando con la invasión de la Península de Crimea en 2014, han destartalado por completo la ficticia estabilidad geopolítica entre las naciones contendientes de la segunda guerra mundial. En el caso de Europa, la frustración tras los múltiples ensayos para la creación de una política de defensa común de todos los estados miembros choca con la inesperada agilidad del aparato de gobernanza a la hora de adoptar sanciones económicas y financieras a gran escala contra Rusia. Esta inusitada determinación en materia de política exterior dibuja un nuevo rol global para la bandera de las 27 estrellas. Tras el discurso pronunciado el pasado martes en el seno del Parlamento Europeo por el Alto Representante para la política exterior de la UE, Josep Borrell, cualquier duda ha quedado disipada: ha dado comienzo una nueva era, en la que la Unión se perfila como un hard power geopolítico, convirtiéndose en un actor con capacidad para influir en la política interna y externa de terceros estados.

La era del intervencionismo americano ha dejado un vacío de poder, una señal malamente interpretada por el dirigente ruso, Vladimir Putin, como una puerta abierta para sus propósitos expansionistas. La línea que divide el área de influencia militar de la OTAN del antiguo anillo de poder soviético se ha convertido en un campo de batalla. Ante este escenario de violencia y crueldad, los países europeos se han volcado a la hora de dar apoyo y gestionar la crisis humanitaria derivada de la guerra. Polonia abría sus fronteras sin limitaciones a todos los refugiados ucranianos horas después de darse por iniciado el enfrentamiento. El Consejo de Justicia y Asuntos Internos, celebrado el pasado 3 de marzo, concluía con la luz verde a la implementación de la Directiva de Protección Temporal, una medida jamás puesta en marcha, y que supone la simplificación de los procedimientos para acceder al estatus de refugiado, además de la flexibilización de los criterios, así como una serie de ventajas en lo que respecta a acceso al mercado laboral, al sistema educativo y de salud o la solicitud de ayudas de protección social.

La aplicación de este instrumento, sin precedentes en la historia de la Unión, será de un año, renovable hasta un máximo de tres años, dependiendo del avance del conflicto. Si bien cabe preguntarse como es posible que, en cuestión de días, se haya dado un paso tan contundente en lo que respecta a la política de migración y asilo. En especial, tomando en consideración como las sucesivas crisis migratorias en el sur de Europa han tenido una respuesta más lenta y, en muchos casos, deficitaria. Las palabras del Alto Representante para la política exterior de la UE en el Parlamento Europeo ilustran los motivos sobre los que se construye esta renovada voluntad.

“Nadie puede mirar de lado cuando un potente agresor agrede sin justificación alguna a un vecino mucho más débil, nadie puede invocar la resolución pacífica de los conflictos”, recalcó Borrell.

Europa se ha puesto como deberes ser la gran aliada de Ucrania en este sombrío momento histórico. Ahora bien, no está claro hasta que punto los países miembros de la UE mantendrán esta actitud de cara a futuras crisis.  Lo que si ha quedado en evidencia es que da comienzo una nueva etapa histórica y, por ahora, la Unión parece dispuesta a tomar las riendas y posicionarse como líder, también en lo que respecta a política dura.

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