Populismo Pepero (PP)
Luis Doncel preguntaba el miércoles pasado, en El País, si no sería enfrentarse por lo derecho a los populistas la mejor manera de ponerlos en evidencia. Su reflexión, fechada en Berlín, partía de la preocupación de los alemanes muy sensibles, por razones históricas, ante el avance de los ultranacionalistas ante propuestas como la de Frauke Petry, la líder de Alternativa por Alemania (AfP), de utilizar las armas para evitar la entrada de refugiados. Como no faltaron réplicas indignadas, salió en defensa de su jefa Beatriz von Storch, vicepresidenta del mismo partido, quien opinó que, ya puestos, también debía tirotearse a mujeres y niños. Von Storch reveló que Ángela Merkel estaba a punto de abandonar Alemania “por motivos de seguridad”; para aclarar enseguida que sólo se hacía eco del rumor de que la canciller “va a tener que huir a Chile o Sudamérica” para evitar el castigo por su “debilidad” con los refugiados. Estas declaraciones llevaron a Doncel, como digo, a plantearse si no habría que enfrentarse a los excesos populistas y desmontar sus argumentos antes de que sea demasiado tarde.
Muchas veces me he hecho esa pregunta. No andamos faltos de populismos y no sé si hacemos bien no plantándoles cara mediante, pongamos, un programa de alfabetización política. Más que nada por su intento de rentabilizar a su favor la escasa cultura política de amplios sectores sociales mediante la siembra de incertidumbres y falsos miedos.
Deberíamos tener muy presente la historia europea del siglo XX y adonde llevaron al continente los populismos nacionaleros. Y reparar sobre todo en la relación del auge actual de estos movimientos, con la crisis que vive la UE. Habría que recordar, en definitiva, que uno de los móviles fundacionales del entonces llamado “Mercado Común” fue, precisamente, la creación de un ámbito de intereses comunes y solidarios (económicos, pero también humanísticos, por así decir) como marco en el que desarmar los nacionalismos responsables, en gran medida, de dos guerras europeas en menos de medio siglo. La orientación neoliberal ha restringido el papel de la UE a lo meramente económico y ha reducido su capacidad de contención, cosa que acabaremos pagando.
La pregunta volví a hacérmela el otro día al leer la afirmación de Australia Navarro de que, frente a lo maravillosa que sería nuestra vida bajo la presidencia de Rajoy, nos exponíamos a sufrir corralitos “como en Venezuela”. Navarro es militante del PP, en el que ocupa o ha ocupado la tira de cargos, como la soriásica de confianza que es de puro acrítica con el señorito. Ha sido consejera del Gobierno, senadora y sigue siendo, creo, diputada regional. Comprendo que de tan ocupada no tenga tiempo de leer periódicos ni de pararse ante la tele y echarle un “soslayo”, que diría mi isleño de tierra adentro. Sin embargo, aunque sea comprensible que no se entere, no puede perdonársele a toda una dirigente política no saber que en Venezuela no hubo corralito alguno, que eso fue en Argentina.
Como nadie se ocupó del error, la doña se creció y el miércoles pasado soltó un artículo en Canarias7 que puso de manifiesto su altura intelectual. Lamentaba Navarro que no se atendiera la oferta de diálogo de Rajoy para formar “un Gobierno amplio y constitucionalista junto a PSOE y Ciudadanos”. Nada menos. Después, tras los lugares comunes del triunfo electoral del PP, con las obligadas referencias al “Gobierno de perdedores” que trata de montar Pedro Sánchez al que, por si fuera poco, emplazó a elegir “entre su ambición y España”, coño; o sea, entre intentar la investidura que le pidió el rey y la España encarnada en Rajoy que, por lo visto, no ambiciona nada, qué va. Su cobardía e irresponsabilidad nutren la esperanza de que se repitan las elecciones y lo hagan presidente allá por el segundo trimestre del año. Sin ambición, claro, aunque trate de imponerle al país sus cálculos y conveniencias. Puro patriotismo.
El que me ocupe del escrito de Australia Navarro no debe entenderse como réplica a sus tesis extraídas del “prontuario” de respuestas del PP a las críticas más frecuentes. Lo que me interesa es la imagen que da de su partido aunque, me temo, utilizó una edición atrasada del dicho “prontuario”; lo que deduzco de que no hace la menor referencia al “vicio o abuso introducido en las cosas no materiales”, que así define metafóricamente el Diccionario de Autoridades la corrupción, a la que ni menciona la doña. No debió llegarle a tiempo la última entrega que, seguramente, distribuyeron esta misma semana en que se agolparon los dirigentes estatales del PP para recitar al unísono cuanto les avergüenza el grado de envilecimiento, por decirlo suavemente, a que ha llevado la corrupción a un partido que se autoproclama “serio”. Hubiera caído en la grosería del dicho sobre la seriedad del burro de no terciar de nuevo el Diccionario dieciochesco, para el que serio es un tipo “grave, sentado y compuesto en las acciones y en el modo de proceder”.
No sé si será “compuesto en las acciones y el modo de proceder”, pero manda huevos, oye, que Navarro hablara de un “Gobierno amplio” tras la experiencia de los últimos cuatro años en que Rajoy batió el récord de uso de los decretos ley regalándole al Congreso, eso sí, una legislatura cuasi sabática. Al propio tiempo, invitaba a formar Gobierno sólo a los “partidos constitucionalistas”, según dije. Una denominación que presupone la existencia de fuerzas “anticonstitucionalistas” que son, faltaría más, las de izquierdas entre las que incluyen o no los peperos al PSOE, según se incline Sánchez por la ambición o por el nada ambicioso Rajoy. Aquí caben varias consideraciones.
La primera consideración es que a mí no se me ocurriría llamar “anticonstitucional” al PP aunque sea público y notorio que a sus filas incorporó a gentes de la ultraderecha que no aceptan la Constitución y la democracia ni amarrados. Ni siquiera se me pasaría por la cabeza tal cosa por más que recuerde al PP haciendo en su día campaña contra la Constitución, precisamente; podría también sacar a colación los artículos de Aznar, por ejemplo y aludir la de veces que el Gobierno Rajoy se ha ciscado en la dicha Constitución; o recordar la alineación del PP con los sectores más reaccionarios de la jerarquía católica, empeñada en condicionar las leyes aprobadas en el Congreso. Tampoco mencionaré la serie de iniciativas legales de profundas raíces democráticas que su partido ha combatido delatando la pervivencia en su ADN de actitudes y obsesiones franquistas. El PP le exige a Podemos, muy en su derecho desde luego, que abomine de Venezuela a Irán. Lo que me parece muy bien, sobre todo para recordarle que ellos no lo han hecho respecto a la dictadura franquista. Si se fijan, la ejecutoria política ha sido de enfrentamientos que culminan por ahora con la definición asumida por Navarro de unos “partidos constitucionalistas” que, como digo, presuponen la existencia de otros “anticonstitucionales”: es evidente que siguen los peperos trabados en enfrentamientos de corte decimonónico. Es significativo, en este sentido, que Navarro le señale a Pedro Sánchez no quienes son sus “rivales”, “contrincantes”, “adversarios”, “oponentes”, “contrarios”, etcétera, sino sus “enemigos”, la muy antigua.
De coña son sus alusiones, madre, a los esfuerzos del PP para aprobar y reformar la Constitución a fin de desarrollar el Estado de las Autonomías y descentralizar la acción pública. Oculta que hasta no hace tanto estaba su partido contra la reforma constitucional, que ahora la admite con la boca chica para olvidarla a poco consiga subirse al machito. No puede esperarse otra cosa de un personaje, Rajoy, que ya ha amenazado con utilizar sus diputados y senadores para bloquear las iniciativas legislativas que plantee un Gobierno que no sea presidido por él. Amenaza, pues, con la misma estrategia que ya utilizó contra Zapatero y que provocó gran crispación, notable descrédito institucional y casi todo lo malo que nos ha traído hasta aquí.
Conviene también pararse en que el PP considere a cualquier gabinete ministerial no presidido por Rajoy un “Gobierno de perdedores”, como lo califica Navarro, voz de su amo donde las haya. Porque perder, lo que se dice perder, han perdido todos; tanto el PP como el PSOE; también Podemos y Ciudadanos, que tampoco vieron cumplidas sus expectativas. El PP sacó mayoría de votos, sí, pero pasó de una mayoría absoluta sin precedentes en la democracia a su no menos absoluta incapacidad de formar Gobierno; si eso es un éxito que venga Dios y lo vea. Se queja el PP de que nadie quiere juntársele sin caer en que su desprestigio es un grave riesgo para quien pacte con él. Cómo será que hasta Fernando Clavijo parece haberse dado cuenta. Incluso Ciudadanos, que parecía inclinarse por el “gran pacto” en apoyo de Rajoy parece haber recogido velas.
No sabe Navarro distinguir la anécdota, por muy pintada que venga, de la realidad de que en España no se han producido unas elecciones más que han dado un ganador sino que todo indica un cambio de era. Un cambio que, de no materializarse pronto, traerá consecuencias no queridas. Y la actitud del PP, su amenaza de bloquear las iniciativas reformistas de un Gobierno que no sea el suyo, indica la voluntad de la derecha cavernícola de procurar que España llegue tarde una vez más a su cita con la Historia, dicho sea en plan solemne. Y puede conseguirlo pues no se aprecia en el PP movimiento alguno para cerrar la etapa del amortizado Rajoy y no acaban los demás partidos ni el electorado de obrar en consecuencia.
El artículo de Navarro es, como dije, una estricta reproducción del “prontuario” pepero para tertulianos adictos especializados en interrumpir a los demás para que no se entiendan sus críticas en medio del guirigay. No se saltó ni una línea, les dije. Todo el artículo refleja la mentalidad inasequible al desaliento del buen franquista. Porque ahí es nada que ponga a los peperos como salvadores de España frente a quienes sólo buscan destruirla y hacerle por puro gusto el mayor daño posible a los españoles en beneficio de nadie: el Mal por el Mal en toda su pureza. Esa mentalidad se vio cuando cargaron la mano sobre Irán y Venezuela como financieros de Podemos. Como se vio que los peperos no se acercan ni de lejos a la creatividad de Franco que señaló a republicanos, comunistas, judíos y demás ralea, que diría Baroja, con el añadido de los “compañeros de viaje”, los “tontos útiles” (mi congregación, por cierto) y desveló los objetivos buscados con la destrucción de España: beneficiar a la Rusia atea aliada del judaísmo internacional y a las decadentes inorgánicas occidentales, como la impía Francia y la pérfida Albión, enemigas de la Santa Madre Iglesia; sin dejar atrás a los que conspiraban para mandar a Segunda el Real Madrid y apoyar al Barça secesionista. La verdad es resultaba más entretenido el imaginario de la dictadura con Franco sin salir jamás de su garita de Centinela de Occidente y Campeón de la Cristiandad.
García Margallo, otro que tal baila
José Manuel García Margallo, ministro de Asuntos Exteriores, ha demostrado ya en no pocas ocasiones su incontinencia verbal. La última ha sido en Roma durante una reunión de la coalición internacional contra el Estado Islámico: dejó caer Margallo que un Gobierno del PSOE con Podemos podría convertir a España en el primer país que abandone la coalición. Una vez más Margallo lanza una suposición de la que ignoro cual sea sus fundamento. Más bien parece un tiro al aire bajo la impresión que debe haberle causado que Sánchez se disponga a intentar la investidura y pueda alcanzar la presidencia mediante un pacto en el que figure Podemos.
Pero, sea lo que sea, que ya se verá, si algo resulta evidente es que Margallo no se ha lucido, precisamente, como jefe de la diplomacia española. Desde los días de Aznar, pasando por los de Zapatero que tuvo que sufrir las constantes tarascadas del PP hasta llegar a los penosos días de Rajoy, la imagen y el peso español en la escena internacional han ido para atrás. Si Aznar se convirtió en el monaguillo de Bush y no disimuló participar del desprecio a la UE y a las viejas democracias caducas de la administración Bush, Zapatero heredó una relación tan viciada que no supo restaurar en alguna medida hasta llegar a Rajoy, que no ha contribuido precisamente a mejorar las relaciones exteriores de España sino más bien todo lo contrario. El hecho de que la diplomacia económica italiana haya conseguido unas condiciones muy favorables para hacer frente a problemas de deuda similares a los españoles es buena muestra. Renzi alivió la situación en que los italianos abordarán el problema que Rajoy cargó directamente sobre el común de los españoles. Y nada digo de los acuerdos de Cameron y Tusk porque eso está aún más lejos todavía de los pobres alcances de la administración española. Esta no ha sabido mantener el tipo ni siquiera con los países latinoamericanos, donde, como en el caso de Cuba, se le anticiparon los franceses. El viaje de Castro a Europa no incluyó a Madrid pero sí a París. El mismo Castro que se negó a recibir a Margallo durante una visita del ministro a la isla. Por no hablar de Venezuela con quien las cosas comenzaron a ir mal ya en los días de Aznar por el empeño de éste en darle a los venezolanos lecciones de democracia. Quiso Aznar hacerle un servicio a Bush y si durante el mandato de Zapatero se aquietaron las cosas, volvieron a agriarse con Rajoy. Total para que ahora esté Venezuela importando por primera vez en su historia gasolina de Estados Unidos, mientras La Habana estrecha relaciones con Washington y se sirve de París, no de Madrid, como punto de apoyo en Europa. Por no hablar de la retención del avión en que viajaba el presidente Evo Morales de regreso a Bolivia, de las tensiones con Argentina y otros incidentes de diversas cuantías que han empeorado la imagen de España en esos países. No es preciso insistir en la mala situación de España en el exterior, aunque sí conviene dejar claro que no ha sido García Margallo el ministro de Exteriores que se necesitaba para comenzar a superarla.