Soria: el mentiroso en su rincón y la soberbia de luto
José Manuel Soria ha vuelto a demostrar que lo suyo no es la geografía. Ya lo demostró cuando se empeñó en que el meridiano de Greenwich pasa por las Islas y ahora, en unos días, Soria pasó de no saber dónde está Panamá, que confundió con las Bahamas, a negarse a ir al Congreso donde querían aclararle, bondadosamente supongo, por donde viene cayendo la república acanalada. Pero lo cierto es que fue a tener a Jersey justo cuando, tras pensárselo mejor, anunció que acudiría al Congreso a explicar lo inexplicable. Tardaron los círculos políticos de Madrid en hacerse cargo de lo que los canarios ya sabíamos, pero no es menos cierto que no estaban los medios peninsulares dispuestos a tragar carros y carretones como demostraron estarlo los canarios; alternativamente, eso sí, pues estaban o no a partir un piñón con el excelentísimo en plan de tiro porque me toca y según el lado de la cama por el que se levantara los correspondientes días de autos.
Confieso mi contrariedad por la espantada soriana. Bueno, no por la espantada en sí sino porque pudo esperar al lunes. Lo digo porque ya había enviado mi colaboración semanal en la que, augur cortoplacista que soy, daba por hecho que el hombre cogería puerta antes y no comparecería en el Congreso y va y se me adelanta por molestar por lo que no me quedó más remedio que rehacer el texto para actualizarlo. Y no se me ocurrió mejor modo que darle para atrás a la moviola en la que salió, como primera imagen, la de Rafael Hernando, impresentable portavoz pepero, quien justificó la negativa inicial de Soria a acudir al Congreso porque el afán de control parlamentario del Gobierno provisional responde sólo, piensa él aunque no tenga costumbre, al propósito opositor de “echar más madera” para avivar la hoguera que consume a su partido; como si no se bastaran ellos solos, como acaba de demostrar Soria, mismamente.
Visto desde esa perspectiva, lo de menos es que Soria mintiera. El problema para los populares no es tanto que esas cosas se sepan como no poder impedir que se hable de ellas, que los jueces actúen inutilizando los mecanismos dispuestos para controlar la judicatura y que hasta el Congreso de los Diputados pida explicaciones. Aunque, en realidad, poco importa todo eso frente a la inquietud que deberían provocar las inmensas tragaderas de la sociedad española y del electorado que, según las encuestas, volverá a darle la mayoría a Rajoy en los más que probables comicios anticipados a la vuelta de la esquina. Un mentís rotundo a la afirmación de Lamartine de que las democracias se fijan más en las manos que en las mentes de los gobernantes. Yo diría que no se fijan ni en las unas ni en la otra salvo, en el segundo caso, que sea cierto que los políticos en el machito se pasan la mitad de su vida útil haciendo leyes y la otra mitad enseñando a sus amigos a no cumplirlas. Y si afino más señalaría como otro error a situar en este contexto la mala lectura de las encuestas por la dirigencia pepera: más de una vez las han puesto por delante como prueba del apoyo social a sus políticas; no sé si para escarnecernos o para llamarnos bobos.
En el caso que nos ocupa, Soria se parapetó inicialmente en la negativa del partido a dejarse controlar y “darle más madera” a los representantes de la ciudadanía en la que es mayoritario, en las encuestas electorales, el sector masoca, que vota derechona, que cosa distinta es la derecha democrática, haga lo que haga; “¡Vivan las caenas!”, pues. Así, espera Rajoy ganar de nuevo y poder recortar, de una vez, las pensiones, que es de lo poco que le falta. Ya George Bernard Shaw indicó que “la democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que merecemos’” y Jardiel Poncela: “Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y luego te cambian el programa’”, fue su comentario premonitorio del triunfo de Rajoy en 2011 y más ajustado a nuestra realidad que el del autor de Pigmalión.
Tanto el Nobel irlandés como el dramaturgo español murieron a principios de los 50; la moviola me llevó demasiado atrás. Aunque peor hubiera sido si me remonto a los trágicos griegos en busca de un personaje asimilable a Soria, cosa que no hice por respeto a los clásicos que, obviamente, no se pueden defender. Ajusté el artilugio a hace unos días y saltó la indignación primera del sujeto al verse en los papeles. Daba miedo. Sin embargo, en lugar de dejarlo solo, rebobiné y volví a pasar las imágenes despacio. Noté enseguida que el empute era impostado a juzgar por la dicción de zetas, menos arrastradas que las de otros tiempos, pero zetas al fin. Me recordó los gruñidos amenazadores de los animalitos cuando se sienten acosados. Acabó anunciando, como dije, que sí, que irá al Congreso; aunque, genio y figura, aclaró que lo hace porque le da la gana, no porque Rajoy le dijera chacho, mira a ver. Iba a ser la comparecencia el lunes si Dios quiere, escribí por lo que me apresuro a anotar que por lo visto no estaba el Altísimo por la labor y es probable, agregué, “que ya no sea ministro para entonces”. Lo que nada tiene de particular pues se daba por descontado en los mentideros madrileños, por fin impuestos en la catadura del sujeto, que igual no llegaba al telediario de la noche. Su única satisfacción es que nadie puede decir, con propiedad, que ha dimitido ni que lo dimitieron sino que renunció o lo renunciaron, que parece menos fuerte.
Si les digo la verdad nada encontré que explicara la equivocación de los amanuenses, en este caso los panameños, por más que me resulte un lío, mentiras aparte, muy de factura soriana. No acabo de entender que estén los nombres de los que no son y resulte luego que sí que son, aunque no quieren que nadie sepa que están o estuvieron, lo que no significa que dejen de estar ni que estén ni sean, no sé si me entienden porque yo tampoco. Lo que sí comprendo, ya ven, es que de tanto complicar Soria la cosa desbordó las entendederas de Rajoy, que no encontró resquicio por el que enviarle un mensaje para que sea fuerte, como a Bárcenas; para ponerlo de ejemplo de gobernantes como a Matas y Carlos Fabra; para decirle, como a Camps, que estaría siempre con él, a su lado, delante, detrás, un, dos, tres que ésta la yenka es. No encajaba bien con ese estilo cuasi “tresmosqueteriano” de Rajoy la intemperancia y la soberbia incapacidad para evitar las contradicciones que no puede permitirse un mentiroso de nivel medio, cuanto más (menos, quiero decir) un “liar’” como él, dicho sea en inglés de garrafón. Y eso que me divirtió bastante el tiempo que tuvo engañados a los colegas de las Españas, que, les dije, ni caso hicieron de las advertencias canarias sobre la catadura del ex muy ministro. Tan asumida tienen en los madriles su condición de centro y guía del pensamiento de los alrededores que, a pesar de estar avisados del peje que les cayó, no le fue difícil a Soria, por ejemplo, presentar allá como absolución de un supuesto delito lo que, en realidad, fue prescripción. Por no hablar del marco de benevolencia judicial que le permitió salir tan campante en no pocas ocasiones.
Hay quienes alegan, con razón, que la denominación offshore’no implica ilegalidad, lo que no es, desde luego, descubrir el charco de los Clicos. El anglicismo surgió, si no estoy mal informado, en el mundo del petróleo para designar las prospecciones que se realizan en el mar (out at sea) y se ha extendido a las empresas que invierten en compañías extranjeras que operan, especialmente, en países con ventajas fiscales. No deja de ser acto de justicia poética que Soria, empeñado en desfondarnos el mar canario de la mano de Repsol buscando oil fields, la pifie offshore’ precisamente. Dios castiga sin piedra ni palo.
Tener dinero offshore o relación con empresas que operan por ahí, insisto, no es delito per se aunque esté feo; sobre todo si se trata de un miembro del Gobierno por lo que imagino, y perdonen si me paso, que en el Consejo de Ministros último, al que ya no asistió Soria, dispondrían discretamente palanganas con agua por si algún excelentísimo siente la imperiosa necesidad de remojarse las barbas; dicho sea en sentido figurado pues ignoro qué se mojarían en su defecto las señoras diputadas no menos excelentísimas. Como es injusto cargar las tintas sobre los políticos españoles en estos asuntos, diréles que en todos sitios cuecen habas, aunque las papilionáceas hispanas necesitan menos fuego y tiempo de hervor.
Será, como diría Borges, que en las democracias del centro y del norte europeos hay más varones morigerados y decentes, debido a que se les han corregido los ásperos apetitos originales propios de la especie con el uso y abuso del calvinismo, con que el No Nobel argentino rebajó los del impostor Tom Castro. Aquí el catolicismo no da para prodigar ciertas virtudes. No en vano hay personajes como la abogada del Estado que en sede judicial y a pesar de que lo suyo era defender a la Agencia Tributaria, es decir, los intereses del Estado, calificó lo de “Hacienda somos todos” de mero eslogan publicitario. No reparó en que la verdad escuece, quizá, no sé, porque era novata y todavía es difícil en este país separar los intereses del Estado, que ella debía defender, de los del capitoste de turno, ese que se pone de los nervios y considera comunistas a quien le diga que él también es Hacienda. El peso de la historia. Dicen que el español medio lo primero en que piensa al cobrar algo es el modo de pagar o no pagar impuestos. Falso porque son los españoles medios los que pagan, precisamente. No porque les guste, es verdad, sino porque son los únicos controlados de verdad.
Como ven, no paro de desviarme de la cuestión central, Soria, o sea. Vuelvo a él para lamentar que no comparezca en el Congreso. Porque, de haberla, hubiéramos detectado el grado de entusiasmo de los ex suyos al aplaudirle. Esto nos hubiera indicado el nivel de la moral pepera. Moral de moralidad no la que necesitó el Atlético de Madrid para echarle huevos al descabalgamiento del Barça de la Champions. Por lo demás, acabo, conviene no perder de vista que vivimos en un sistema de mercado que no puede prescindir de los paraísos fiscales. Como mucho, despotricar de ellos retóricamente. Entre otras cosas porque sus usuarios suelen ser gentes cercanas a las señoras y señores diputados con mano para enfriar denuncias. Los paraísos fiscales y su secretismo son piezas esenciales del capitalismo desbocado que padecemos. No creo que nadie se crea que los miles de millones generados por actividades delictivas no tienen por donde entrar en los circuitos legales. Y no hay duda de que estos edenes de los ricos son una buena vía para la acción de las mafias que bien saben hasta qué punto le importa un bledo a la Banca el origen de los dineros que les traen. Ya se estudia incluso la manera de que computen en el PIB los procedentes de la prostitución, el narcotráfico y actividades afines. Como tengo el día de citas, recordaré a Víctor Hugo que no dudaba de la existencia de solidaridad y de una vergonzosa complicidad entre un gobierno perverso y el pueblo que lo deja hacer esas cosas; item más, Paul Valery definía la política como el arte de impedir que la gente se entrometa en lo que le atañe; y más item, hay quienes la consideran el arte de conducir los asuntos públicos para provecho de los privados. Siempre la llamarán arte y no sé a qué esperan para incluirla como tal arte en el patrimonio cultural.
Como me ha dado por tirar de ingenio ajeno, cierro con dos observaciones que reflejan la percepción que mucha gente tiene de las pompas, las obras y las actuales tribulaciones de Soria: “Los grandes (sic) políticos deben su reputación a circunstancias que ellos mismos no podían prever” (Bismark); la otra es una sentencia de Gala: “Los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha”. Lo que no sé si es el caso pues nuestro hombre se ha ido empujado no por las sospechas sino por las certezas.