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De la yenka nacionalista

Pedro Quevedo (NC) y Ana Oramas (CC).

José A. Alemán

Los técnicos del Ministerio de Hacienda cuestionan lo que llaman el “anclaje” del REF en el Estatuto de Autonomía que por lo visto, sólo por lo visto, tratan de reformar en el Congreso de los Diputados. Es lo que dice José Miguel Ruano, negociador en jefe, temerariamente confiado en que las reticencias del Estado no retrasen la reforma; aunque la utilización del término “anclaje”, de resonancias marineras, evoca la necesidad de encontrar enseguida donde echar el ancla y botar cabos de amarre para no naufragar.

Es verdad que por agotamiento y para aprovechar el tiempo poco me interesan ya estos asuntos. Pero donde hubo siempre queda y no se me escapa que año tras año se repiten las noticias y las situaciones, lo que permite adivinar el rumbo de los concernidos en función de si el Gobierno central necesita o no los votos isleños; para constatar después que, superado el momento de apuro, todo se olvida hasta una próxima ocasión. La yenka debería ser el baile nacionalista canario por aquello de derecha-izquierda-derecha, adelante-atrás un-dos-tres.

A falta de explicación suficiente, observo que Ruano parece reducir las reticencias de los negociadores del Estado a cuestiones meramente técnicas y me emociona, de verdad, su confianza en que no retrasen la reforma, la del Estatuto supongo; aunque a renglón seguido aventura el hombre la idea de que no entienden los funcionarios estatales la dimensión jurídica del Estatuto. Cosa que no debería sorprenderle por cuanto a él corresponde procurar que la entiendan.

En realidad, estoy convencido de que a Ruano no se le oculta que Madrid trata de impedir, a como dé lugar el blindaje del REF, ya sea mediante su vinculación al Estatuto autonómico, ya sea colándolo en la Constitución, lo que también se intenta. Es la vieja práctica matritense, o sea, puro y muy acrisolado instinto de conservación funcionarial para no ver reducido su coto de caza del ciudadano. Todo sin acritud y de acuerdo con las orientaciones políticas del Gobierno de España. Éste prefiere un REF transustanciado en simples partidas presupuestarias sometidas a cualquier avatar como el de la mayor o menor sintonía con quienes mandan en Madrid. Procuran, así, ignorar la situación geográfica de las islas, la evidencia de que cada una es hija de su padre y de su madre, sin que nada les diga su lejanía de los mercados, la escasez de recursos naturales y el largo etcétera de desventajas que trata de paliar el REF para hacer realidad, es un decir, la igualdad de todos los españoles. Limitaciones permanentes que ahí seguirán por los siglos de los siglos evidenciando que el mito de las Afortunadas fue ocurrencia de algún coñón.

El régimen especial canario es, pues, consecuencia de esas circunstancias. Algo que prefiere pasar por alto el Gobierno y hasta el Tribunal Constitucional que dio por válido el régimen canario hasta que las islas alcancen el grado de riqueza de otras comunidades; lo que no será posible pues los impedimentos son permanentes e insuperables. No aumentará el territorio, las islas no se unirán hasta formar una sola pieza territorial, etcétera.

Madrid sigue apegada a su concepción centralista del Estado y si algo ha cambiado es que la burguesía canaria de hoy nada tiene que ver con la del siglo XIX, que dio la batalla y hasta generó una auténtica escuela económica canaria de corte liberal, la que dio lugar al decreto de Puertos Francos de 1852 en el umbral de la moderna economía de las islas; capitalista, por supuesto. Contra quienes hacen este tipo de observaciones suele argumentarse que reivindican una antigüalla, un trasunto histórico, que los guía la añoranza de un pasado ya muerto. A veces resulta divertido oír esas cosas a quienes hacen al propio tiempo un canto al sentido inglés de las tradiciones, las que conservan con un talante que se ha convertido en sello inconfundible de su carácter nacional. Por supuesto que el decreto de puertos francos, que luego fue ratificado como ley, está desfasado en todo lo que se quiera menos en lo que se refiere a la situación y condicionamientos de las islas que no se han modificado sino en la forma determinada por el paso el tiempo, el progreso tecnológico y cultural, la creciente interdependencia y demás.

Más de 150 años desde el decreto de 1852 no pasan en vano. Para mi generación, muchos de los instrumentos y herramientas que hoy usamos habitualmente y se nos antojan imprescindibles eran ciencia-ficción no hace tanto. Casi resulta ofensivo pensar que una generación que ha vivido semejante y muy acelerado progreso sigue pensando en antiguo, por así decir. Quiero decir que a lo mejor sería más acertado considerar que quienes a finales de los años 60 y principios de los 70 estuvieron contra el REF y fueron represaliados por ello, aparecen hoy como sus defensores. Una bonita manera de olvidar que la oposición al REF unía distintos puntos de vista, de razones, para oponerse. Por un lado, no puede negarse la existencia entonces de sectores puertofranquistas movidos por la añoranza y hasta tradiciones familiares. Por otro, estaban quienes consideraban la franquicia una suerte de Carta Magna que aseguraba a la burguesía un determinado estatus y proporcionaba a los estamentos inferiores alguna ventaja de cara al consumo; siempre y cuando se tuviera con qué consumir: conviene no olvidar que la franquicia, aún siendo de efectos positivos, no dejó de tener sus inconvenientes e incluso acarrear males, como la reducción de las ya escasas posibilidades industriales, el arrinconamiento de la agricultura tradicional acorralada por las importaciones baratas…

La relación de ventajas e inconvenientes es amplia, pero bastan estos botones de muestra para recordar que los puertos francos no son ni fueron una panacea sino un instrumento de política económica que funcionará mejor o peor, según las circunstancias y el buen juicio de los responsables políticos. Desde luego, no remedió la miseria de las islas que siguieron con una fuerte emigración a América que hizo de espita de las tensiones sociales.

Lo que interesa destacar, en definitiva, que de la oposición al REF participaron, junto a puertofranquistas, sindicalistas, empresarios, monárquicos, liberales y gentes que militaban o estaban cerca de la izquierda clandestina, hasta entonces reducida al PCE pues el PSOE andaba todavía en trance de levantar cabeza. Jerónimo Saavedra, entonces en expectativa socialista si mal no recuerdo, ya anduvo implicado en aquellas movidas. Era entonces director, en la Universidad de La Laguna, del Instituto Universitario de la Empresa (IUDE) que acogió a buena parte de aquellas actividades.

Era, en su conjunto, un sector abigarrado con todos los colores ideológicos posibles. Era evidente que el REF, planteado so pretexto de la por otro lado necesaria actualización de los puertos francos, buscaba asegurarle a los comerciantes, a los empresarios canarios en general, muchos de ellos libres importadores de productos extranjeros, el mercado de las islas frente a los peninsulares que pretendían entrar en él con el BOE por bandera y con los franquistas abriendo calle. No faltaban nacionalistas que consideraban la franquicia un factor diferenciador; tampoco los que participaban más interesados en la erosión del Régimen que en las franquicias o en la misma autonomía. También andaba de por medio obtener ingresos recaudatorios con que financiar a las corporaciones locales en gran medida controlada por el grupo dominante, el que acabó por enfrentarse a Madrid; un choquetazo entre sectores del franquismo, al parecer el primero que trascendió al gran público.

Los franquistas canarios, como es sabido, se llevaron el gato al agua y procedieron sobre la marcha a liquidar los “nidos de rojos” entre los que destacaban el Centro de Investigación Económica y Social (CIES) de la Caja de Ahorros y el semanario Sansofé. Del primero desalojaron a los economistas Antonio González Viéitez y Oscar Bergasa, lo que supuso la pérdida de equipos de investigadores de la economía canaria que pudieron aportar mucho; a Sansofé sencillamente lo cerró el Consejo de Ministros en cuanto vocero principal de quienes, como el propio CIES, el superclandestino PCE y otros sectores, reclamaban que a lo económico y fiscal se añadiera, como tercera pata del régimen especial canario, lo administrativo y que el REF no fuera resuelto por el Ministerio de Hacienda sino que pasara a la Presidencia del Gobierno para darle la dimensión administrativa que se quería añadir a los económico y fiscal.

El título de la portada del número 12 de Sansofé (18 de abril de 1970) fue muy explícito: “De los puertos francos a la autonomía regional”, rezaba con lo que desató a todas las furias, desde el Gobierno Civil de Las Palmas a la delegación de Información y Turismo, pasando por la Capitanía General radicada en Santa Cruz de Tenerife. Se acertó al calcular que el Gobierno trataba por aquella fechas de mejorar su mala imagen en el exterior y darle la soluta a Sansofé podía ser contraproducente de cara a la opinión europea; en cuanto a la posibilidad de que el Gobierno cerrara la revista, era dar a conocer en el exterior una publicación aquí, entre nosotros, no iba más allá de los círculos politizados y de algún novelero. No la ignoraba, desde luego, la eterna izquierda que la veía como un intento de apuntalar al Régimen simulando un aperturismo falso. Era evidente que no consideraban para nada la de expedientes con fuertes sanciones económicas; los secuestros; las presiones de todo tipo, incluidas las personales y las ejercidas sobre potenciales anunciantes; sin olvidar los profesionales que amenazaron a más de un colaborador.

Nada más aprobarse en las Cortes la ley del REF se desataron las represalias. La Caja de Ahorros adoptó las medidas precisas para que Viéitez y Bergasa cogieran puerta. Y en cuanto a Sansofé se agarraron a un problema con uno de sus directores, funcionario de TVE y dependiente, por tanto, de la delegación de Información y Turismo, para clausurarla. Un episodio sobre el que conviene correr un estúpido velo. Tupido, por supuesto. Hubo un intento de sacar otra revista, que fue rápidamente aplastado. Lástima que quienes animaron la revista no supieran que había tantos demócratas como los que aparecieron tras la muerte de Franco. Una pena de no haberlo sabido antes.

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