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El redescubrimiento del Silbo Gomero

Fotografía antigua de un silbador gomero

RICARDO J. VALERIANO RODRÍGUEZ

HERMIGUA —

Juan Bethencourt Alfonso (San Miguel de Abona, Tenerife, 5 de febrero de 1847 – Santa Cruz de Tenerife, 29 de agosto de 1913) fue un importante historiador y médico canario. Escribió los dos tomos de la colección de libros de historia canaria Historia del Pueblo Guanche, que se convirtieron en algunos de los más destacados libros de historia aborigen. En noviembre de 1881 la “Revista de Canarias” recogió un interesante artículo de Juan Bethencourt Alfonso acerca del silbo gomero. El autor realiza una enconada defensa del pueblo gomero, de sus ancestrales tradiciones y de las bellezas naturales de La Gomera. A continuación transcribimos fielmente, respetando la grafía de la época, parte del mencionado artículo escrito por Juan Bethencourt:

“La isla de la Gomera es una de las más hermosas del archipiélago canario. Calumniada por los que no la han visitado, ó sólo dada á conocer bajo el criterio estrecha de las pocas comodidades que ofrecen sus caminos, es lo cierto que la generalidad de las personas tienen un concepto muy equivocado de su suelo, de su riqueza y hasta de la cultura de sus habitantes, tan generosos y desprendidos con todo viajero que llega á sus playas.

Una de las cosas más curiosas que los gomeros del día conservan de sus antepasados los primitivos gomeros, es un acto de significación, el silbido, elevado á la categoría de un verdadero lenguaje de expresión articulado. El viajero que por primera ocasión visite la isla é ignore el fenómeno de que nos ocupamos, no deja de llamarle la atención oír por todas partes silbidos, ora suaves y cadenciosos que imitan á veces el melodioso canto de las aves, ora intensos y robustos, como el de la locomotora, que ensordece y aturde; ya ligeros, rápidos, imperativos, como que ordenan, ó bien sostenidos, suplicantes y temerosos, como quien ruega y da largas explicaciones.

¡Qué lejos estará el viajero de presumir que quizás su propia persona sea la causa de tantos silbidos!

El mismo guía que le acompaña, y que repentinamente se pone á silbar obedeciendo a las excitación y preguntas que les dirigen desde las alturas dé una montaña, desde las profundidades de un valle ó de la espesura de un bosque, está diciendo á millares de seres humanos, sin darse uno cuenta de lo que sucede, cómo se llama la persona que conduce, de dónde es, á dónde va, qué profesión tiene, por qué recorre los pueblos de la isla; en una palabra, les dice minuciosa y detalladamente la vida pública y privada del viajero, si la conoce y quiere contarla.

No es este el momento más oportuno para ensayar una explicación fisiológica sobre la formación del silbo articulado; pero sí debemos manifestar que los gomeros lo producen empleando tres principales procedimientos, ó mejor, modalidades de un mismo fenómeno fundamental.

1.° Contrayendo y dirigiendo los labios hacia adelante, de manera que deje entre ellos una pequeña abertura más ó menos redondeada.

2.º Dilatando lateralmente los labios y aproximándolos de modo que formen una hendidura transversal y estrecha, á cuyo centro se aplica la lengua dispuesta en forma.de pequeño canal ó embudo; y

3.° Apoyando la extremidad de un dedo sobre la lengua, ó la de dos dedos semejantes dispuestos en V, con el vértice hacia el fondo de la boca; ya colocando entre los arcos dentarios (que es el más usado), por su cara dorsal y en flexión, cualquiera de los cuatro últimos dedos, ó bien el arco formado por la unión de la extremidad libre del pulgar con la de cualquiera de los restantes dedos de la misma mano.

En todos estos procedimientos, que pone á los gomeros en posesión de un registro de silbidos que puede recorrer cerca de dos octavas, si bien en sus conversaciones ordinarias no pasan de media, los labios (y los dedos cuando se emplean) son los agentes del sonido, así como la lengua es el factor principal en la articulación del silbo, en el que hay que distinguir, lo mismo que en la voz, su timbre, tono, intensidad y duración“.

Revista de Canarias. 8 de noviembre de 1881, Número 71.

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