Ahí la tienen sentada junto a las velas que, concienzudamente, elabora cucharada a cucharada de cera fundida para el Día de los Difuntos. Doña Efigenia mantiene en su casa de Las Hayas una de las tantas tradiciones que poco a poco van desapareciendo. Era costumbre en todas las casas: una vela dedicada a cada familiar difunto; una vela más gruesa para las ánimas benditas. Una manera de iluminar el pasaje glorioso. Una suerte, como ocurre en México, de ayudar a la ascensión del espíritu, de guiar a las almas en su camino. Símbolo sin duda del recuerdo a quienes ya no están. En el Día de los Difuntos los cementerios se llenan de flores, de promesas de memoria, de misas rezadas. En las casas antes se vivía de otra manera, quizá más íntima. Se buscaba con lo que había una manera de iluminar las almas de quienes ya no estaban. No todos podían comprar velas. Algunos las hacían de manera natural. La tradición se mantiene viva aún en varios rincones de La Gomera. Al menos, en Las Hayas doña Efigenia conserva la memoria ancestral que, generación a generación, labró en la isla un rito que debe perderse en la noche de los tiempos. Purificar, como el pasaje bíblico, las almas de nuestros seres queridos es cosa seria. Ella lo tiene claro. Su vida es un inmenso baúl lleno de tradición y memoria.