Viaje a un territorio libre de virus: “Nunca he visto La Graciosa tan desangelada”

Vista de La Graciosa desde el Mirador del Río, en Lanzarote.

Natalia G. Vargas

Teguise —

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Cinco kilómetros de mar separan a La Graciosa de un planeta en pandemia. En este pequeño lugar de estrechas calles de arena y con menos de 300 habitantes durante la crisis sanitaria, la televisión ni siquiera se escucha al otro lado de la ventana. Solo el ruido de las olas y de alguna vivienda vacacional en reformas rompe el silencio que envuelve el único punto de España que ha esquivado el virus hasta el momento. No hay conversaciones en las aceras, ningún pescador entre las rocas, ni bañistas en las playas. “Nunca la había visto tan desangelada”, observa Ricardo Cabrera, lanzaroteño de nacimiento pero refugiado graciosero siempre que necesita ver la rutina con la perspectiva de la distancia. A pocas horas de entrar en la fase 3 de la desescalada junto a La Gomera, El Hierro y Formentera, la falta de visitantes ha hecho que la isla no haya experimentado ningún cambio en casi tres meses. Solo los lugares de abastecimiento de bienes de primera necesidad y un restaurante conservan su actividad.

A la espera de que se permitan los desplazamientos interinsulares, el avance desigual del Archipiélago reduce los viajes a aquellos que se den por motivos justificados. En el muelle de Órzola, en Lanzarote, dos compañías de transporte marítimo conectan ambas islas con un servicio reducido: solo cuatro trayectos al día. En el puerto, dos agentes de la Guardia Civil interrogan y piden documentación a cada uno de los pasajeros para conocer el motivo de su desplazamiento. “Tengo una segunda residencia en La Graciosa”, justifica un hombre que finalmente se queda en tierra. Los traslados a segundas viviendas se limitan a la unidad territorial de la isla. Un grupo de diez hombres cargados con botes de pintura y herramientas de albañilería pasan con menor problema. Antes, dos voluntarias de la Cruz Roja les toman la temperatura. A las 9.00 horas el ferry arranca y, con mascarilla, guantes y geles hidroalcohólicos en mano, una veintena de personas escapan rumbo a un lugar libre de COVID-19 en un barco casi vacío.

Al otro lado del Río, el brazo de mar que separa el Risco de Famara de Caleta de Sebo, Daura Vega prepara un bocadillo para uno de los primeros clientes del día. “Es todo muy raro porque nosotros aquí solo lo vivimos (el virus) porque tenemos que tomar precauciones. Hemos estado aislados, pero como no ha habido casos parece que no va con nosotros. Luego ves las noticias o vas a Arrecife (Lanzarote) y te das cuenta de que no es ninguna broma”. Vega trabaja en la panadería por excelencia. Ubicada frente al muelle, el olor a dulces y a pan solía bañarlo todo. Ahora sus estantes están vacíos, y sus ingresos se limitan a los desayunos de algunos obreros que se desplazan desde Lanzarote a trabajar en la adecuación de apartamentos, hasta ahora desocupados.

La panadería no ha cerrado en ningún momento por vender un producto de primera necesidad, pero sí han disminuido el personal y los horarios. Antes abría todo el día, y ahora solo por la mañana, de 7.30 a 14.00 horas. “Al no tener turismo, solo nos mantenemos del pueblo, y al ser tan pequeño hemos notado una diferencia abismal”, confiesa Daura. Ante la reapertura de las conexiones con el Archipiélago, la trabajadora insiste en que “no sienten miedo”, “más bien respeto”. “Tenemos la duda de saber si va a venir alguien que, sin saberlo, pueda estar infectado. Pero yo ya tengo ganas. Si no viene gente, esto no se reactiva. Lo importante es que se tomen las medidas adecuadas”, pide.

Junto a la panadería de Daura, en el restaurante Casa Margucha se escucha movimiento. La terraza está vacía, con las sombrillas recogidas y las sillas sobre las mesas. Pero una pequeña puerta de cristal está entreabierta y deja intuir que en pocos días el toldo volverá a desplegarse. En el interior, una mesa está totalmente cubierta de verduras. Otra, con vajilla y cubiertos, tapada por completo por una sábana, siguiendo con las recomendaciones de Sanidad. Juana Toledo, la propietaria, limpia con ímpetu la barra, a donde los clientes no pueden acercarse a menos de un metro de distancia. El 14 de marzo, con el estado de alarma, el también llamado Girasol cerró. Ni la fase uno ni la dos fueron motivos suficientes para su reapertura. Ni siquiera lo será el paso de La Graciosa a la fase 3, sino que Toledo esperará, al menos, hasta el 8 de junio, cuando el resto de islas avancen en la desescalada.

“2020 ha sido fatídico”. Su restaurante abre todo el año, ya que los inviernos “ya no son como los de antes”: “Ahora está de moda pasar la Navidad aquí”, señala. Otros momentos que los bares esperan “como agua de mayo” son Semana Santa, el verano y los fines de semana en los que la Isla acoge actividades deportivas como La Travesía o El Desafío, dos eventos suspendidos este año por los duros episodios de calima que Canarias no experimentaba desde hacía más de una década. En esta ocasión, Toledo y sus empleados se quedaron “con toda la materia prima” que tenían preparada para esas fechas.

Por el momento, todos sus esfuerzos se focalizan en garantizar las medidas máximas de higiene. “Ajustaremos el aforo a lo permitido, trabajaremos con mascarilla o pantalla y guantes, todos los trabajadores se cambiarán el calzado al entrar al restaurante y limpiaremos el baño al menos seis veces al día”, explica Juana. La desinfección constante de mesas, sillas y el bar en general provocarán un aumento del trabajo. “Voy a estar pendiente todo el tiempo de que haya una limpieza permanente. Intentaremos normalizar los cambios en el ritmo de trabajo y, aunque tengamos que hacer el doble, mantendremos una higiene total”, subraya la propietaria. La crisis sanitaria ha hecho que los nueve empleados de Casa Margucha estén sujetos a un ERTE. “Los iré sacando escalonadamente en función de la demanda”, apunta. Para ella, un elemento fundamental es la sensibilización de los clientes: “Tenemos que protegernos todos”.

Al final del pueblo, Ricardo arregla las palmeras que presiden su casa. Junto a ella, cuatro apartamentos que alquila. “Tengo personas que llevan diez años ininterrumpidos viniendo en verano, pero este año han cancelado”. Para él, es el turismo interinsular el que sostiene a La Graciosa. “Los internacionales realmente van a Lanzarote y vienen aquí a pasar el día. Comen una paella que les hacen en el barco, dan una vuelta en el mismo ferry alrededor de la Isla y, como mucho, bajan a echarse un café. No dejan mucho beneficio aquí”.

Al mediodía la vida parece regresar. Vecinos y trabajadores ocupan la terraza del único restaurante abierto al público: El Marinero, ubicado entre los dos supermercados y junto a la sede del ayuntamiento lanzaroteño de Teguise en la Isla. Un único trabajador atiende tanto a quienes combaten el calor con una bebida como a los que han optado por comer fuera. Calamares fritos o cherne son algunos de los platos del día. También hay carne, pero: “¿Quién va a comer carne en La Graciosa?”, apela un cliente, refiriéndose a la historia pesquera que arrastra la isla. La inauguración del restaurante que dirige Gabriel Pérez coincidió con el estallido de la emergencia provocada por la COVID-19. “Abrimos el 14 de marzo. Como no tenía empleados y estaba yo solo decidí abrir, porque había sido una inversión muy grande”, cuenta.

A las 16.00 horas el muelle vuelve a ocuparse. Los mismos viajeros que entraron por la mañana emprenden el viaje de regreso. Una vez en Lanzarote, dos voluntarias de Cruz Roja diferentes vuelven a tomar la temperatura y otros agentes de la Guardia Civil revisan los equipajes. En la radio, datos y enfrentamientos políticos vuelven a colapsar las emisoras. “Por los ángeles de alas verdes de los quirófanos, por los ángeles de alas blancas del hospital. Por los que hacen del verbo cuidar su bandera y su casa y luchan porque nadie muera en soledad”. Los versos de la canción Los abrazos prohibidos de Vetusta Morla suenan en una emisora musical e interrumpen el debate. Recuerdan que el virus sigue al acecho y la isla silenciosa atrincherada tras el océano se ve cada vez más pequeña.

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