La edad de oro

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La edad de oro es el título del libro de Miguel González Santos sobre el que quiero hacer una reflexión y del que quiero decir lo que ha representado su lectura para mí. Presentarles al autor es complicado debido a los numerosos títulos que posee, la cantidad de trabajos que ha llevado a cabo en el mundo del periodismo y la difusión; los seminarios, congresos y cursos a los que ha acudido y los que ha impartido. Sólo decir que es experto en medicina tradicional china por la Universidad de Santiago de Compostela; tiene el Máster de Diseño Gráfico por el Instituto de informática de Canarias; es Experto Universitario en Medicina por la Escuela Superior del doctor J.K. Aggarwal de Prashanti Nilayam de la India, es miembro del equipo de investigación del profesor Anil Kumar Kamaraju de Sri Sathya Sai University for Human Excellence también de la India y que, como investigador y conferenciante, ha participado en numerosos congresos y publicaciones con una serie de temas como el impacto de los contenidos audiovisuales, género, estética. y cultura audiovisual; seminarios de epistemología como crítica de la razón científica, seminarios de deporte, etc., etc. En la actualidad trabaja como colaborador libre en prensa, radio y televisión, y sigue ocupado en temas de investigación y desarrollo del modelo educativo sobre valores humanos.

Si ustedes leen su currículum entenderán por dónde va su obra, su trabajo, sus investigaciones, y, lo que es fundamental para mí: por dónde va Miguel González, cuál es el camino que ha elegido para trabajar y para vivir. Todas las contestaciones que necesito me las va a dar esta obra, porque en ella vierte no sólo pensamientos suyos, sino que hay una serie de citas donde quedan abiertamente declaradas esas respuestas. En el prólogo, por ejemplo, hay palabras de otros pensadores, de otros investigadores, de otros científicos y humanistas dónde se ofrecen afirmaciones sobre la vida como oportunidad para realizar, reconocer, y practicar los valores que tenemos dentro los seres humanos; para explicar que esa vida es una aventura y como es una aventura tenemos que vivirla como tal, pero en esa aventura nos encontramos con determinados elementos que nos rodean que tenemos que cuidar, que amar, que entender fundamentalmente, y, una vez que los hayamos entendido, poder trabajar y trabajarnos a nosotros mismos en relación con ellos. Hay en esta obra una clara invitación a que la leamos y actuemos sobre nosotros mismos. Hay una insistencia por parte del autor en hablar de la conciencia, a qué nivel de conciencia hemos llegado los seres humanos, y cómo ese nivel de conciencia actúa sobre el entorno, sobre el contexto en el que nos ha tocado vivir.

No es un libro de consejos, no es un libro de lecciones éticas, no es un libro donde se te den reglas o normas, aunque a veces lo parezca. Hay momentos en el que tú lo lees y piensas: me están adoctrinando, pero no es cierto, no es un libro de doctrina, es un libro para leerlo relajados y no de un tirón, evidentemente, porque sería agotador. Hay que aceptar leerlo y aceptar lo que se te está diciendo. No se te exige que comulgues con esos pensamientos, sólo que aceptes el hecho de hacerte pensar y que esos pensamientos puedan alimentarte la conciencia. Porque vivimos acontecimientos continuos. La vida es un fluir de acontecimientos que, como un tsunami, se nos vienen encima. No estamos viviendo precisamente un tiempo de seguridad, sino más bien de incertidumbre, porque nos suceden tantas cosas a la vez, tantas cosas buenas, tantas cosas malas, tantas ideas y noticias contrapuestas, que uno se ve envuelto en dudas y contradicciones hasta que llegamos a una edad en que la confusión va dando paso a una mayor tranquilidad interior y el caos es menor porque ya, más o menos, eres responsable en tu interior de muchos pensamientos y de muchos actos.

En un momento dado hablar de paz como una esencia emocional o del amor como un lenguaje del corazón, te hace entrar en íntimos desacuerdos. Cómo despertar de todo eso, ser conscientes de lo que la vida te está ofreciendo y poder asimilarlo, aprovecharlo o rechazarlo, es cada vez más difícil. Discernir entre las opiniones y los diferentes criterios que el mercado te brinda en estos momentos, lo que el mundo te proporciona en los diferentes estadios de la vida, se te viene encima como una tromba. Cuando uno vive entre escaparates, cuando uno vive entre ofertas, halagos y mentiras; cuando uno vive en esa barahúnda, esa enorme algarabía que te hace pensar que todo lo que vale puedes adquirirlo con dinero; que puedes comprar lo que quieras a base de monedas o mentiras, es imposible encararse con la verdad. Cuando llega un momento en la vida o bien por la experiencia o bien por la sabiduría en el que dices o piensas que nada de lo que posees vale, has dado el primer paso.

Esa es la razón de este libro: explicarte, capítulo a capítulo, que hay cosas que te hacen progresar; que hay cosas que te hacen ir hacia atrás, quedarte como la mujer de Lot convertida en sal por la curiosidad, pero no por las obras realizadas. Y es entonces cuando debes saber cómo afrontar lo que Miguel González llama tan acertadamente “la era de la confusión”; cómo hacer para que en ese diálogo interior puedas conseguir la energía y las fuerzas necesarias para recibir la luz. La humanidad en este momento necesita que hagamos ese esfuerzo para encontrar la luz. Es un momento de dolor, como un parto. Vivimos una era de mucho dolor y necesitamos soportarlo, encontrar la luz para poder parir. Alumbrar la criatura, textualmente. Cualquier flaqueza en el parto puede malograr el nacimiento. Igual es necesaria ahora la máxima capacidad y aliento para confiar y sobreponerse al dolor resistiendo sin rendirse. Esa palabra “alumbramiento” utilizada en este contexto es absolutamente todo lo que hay que decir. Tienes que amar la condición para alumbrar fácilmente. Hay que hacer introspección, mirar dentro de uno mismo, ver cómo va a ser esa criatura, templarla, inducirle, darle la energía necesaria para que el pensamiento la conduzca a la acción. Lógicamente hay momentos en ese andar, en ese caminar, que hay dolor y a veces incluso hay pérdidas y el dolor de esas pérdidas.

Miguel González Santos nos indica que ya no podemos tener incertidumbres. Hay que prepararse para la pérdida, es decir, tenemos que estar preparados para la muerte, para la muerte física. Siempre será así. Las cosas que existen duran un tiempo, no sabemos cuál, no sabemos si es mucho o si es poco, pero lo que está claro es que la vida no es eterna. La vida es algo efímero. No debemos tener confianza en lo temporal, apegarnos a las cosas sensoriales externas, pues eso es imposible. El deterioro del cuerpo, por ejemplo, que tanto preocupa en esta sociedad, en esta época del falso buenismo cuando hay esa súper protección de los viejos y los débiles y a la vejez se le concede cierta beatitud, hay que pensar que esa postura no es del todo real. Más efectivo sería decir que las cosas no duran, que hay un deterioro y lo sabemos; que el espíritu debe estar preparado y debemos saberlo; que eso va a suceder, que no por ello se deba renunciar a la vida ni renunciar a las cosas, ni dejar de amar, ni dejar de luchar por ello, porque, realmente, si sabemos que la muerte es lo que nos espera, hay que prepararse para ello, dejar las cosas materiales ordenadas y no claudicar ante el miedo a la muerte, porque nosotros sabemos que los seres humanos son también fuerza y energía y que eso no muere, eso está ahí; que el ser humano desaparece y con él su vida, sus actos, sus verdades y sus mentiras. Todo lo que ha sido es lo que va a quedar. Nada es predecible ni inmutable y siempre será así con todo lo que existe excepto la certeza de la muerte.

La consecuencia de este mensaje es que no debemos depositar mucha confianza en lo que se desvanece, en lo que es temporal, porque eso no lo tendremos para siempre. Ni el cuerpo ni la mente, porque la mente también crece y envejece. No es lo mismo envejecer con una mente llena de lucidez y esperanza, que envejecer con una actitud negativa ante la vida y ante esa muerte que nos llega pronunciándose en contra, debatiéndose en contra. Esa evaluación de uno mismo, es muy importante. Oír el corazón, estar atento a la llamada de tu interior, eso nunca falla. Hay que seguir los consejos del corazón. La intuición, más que la inteligencia, en muchas ocasiones te hace ver las cosas muy claras; te dice lo que tienes que hacer, de dónde debes alejarte, con quién debes estar, a quién debes abrir las puertas de tu corazón y de tu comprensión.

La edad de oro es un libro donde te dicen que debes cultivar el desapego a muchas cosas que te hacen distanciarte de los demás seres humanos o de ti mismo; que hay que entregarse a la intuición, practicar la mesura, cuidar el comportamiento, corregir los hábitos, tener serenidad en el ánimo, poner techo a tus deseos y no dejarte arrebatar por ellos porque eso te dará confianza en ti mismo, es decir: tu actitud te llevará a aceptar conductas que te inspiren. No son consejos. Cuando te dices a ti mismo practica la mesura, corrige los hábitos, cuida el comportamiento, etcétera, lo que estás diciendo es de una lógica aplastante; todo eso es algo facilísimo de entender y practicar. Sé amable, sé gentil, sé respetuoso, ama al prójimo… Son palabras que a veces suenan a viejos discursos de púlpito, pero no es cierto. Hay en ellas un eco de sabiduría popular, de viejos refranes que hemos heredado de nuestros mayores y que contienen los pensamientos de aquellos que nos dieron esos mismos consejos derivados del sentido común que es el sentido verdadero de la humanidad. Y ya sabemos que “quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija”. Gracias pues al autor de esta obra por hacer que volvamos a recordarlo.

 

Elsa López

30 de noviembre de 2023

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