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Serán los feminismos, o no será

Irina Betancor Almeida

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El feminismo es plural, es global, es transversal e integrador. Ideas dentro de las que caben diversas demandas sociales que tienen que ver con la igualdad ante la justicia, con la ruptura del techo de cristal, con la desmitificación de la maternidad o con la lucha contra la discriminación positiva. Comprender que la realidad de las mujeres es tan plural como las formas de discriminación que sufren es vital para activar la consciencia feminista que anida bajo la idea de libertad.

A expensas del crecimiento de VOX, seguimos estando a la vanguardia de la lucha por la igualdad real entre hombres y mujeres y seguimos llenando las calles para defender a las mujeres de nuestro país -y a las de todos los países-. Por ello debemos enorgullecernos de que las próximas generaciones vayan a crecer en un país en el que ser mujer signifique ser lo que se quiera ser. Simon de Beauvoir dijo que no se nace mujer, sino que se llega a serlo. Esta consigna recoge la idea de que ser mujer es una lucha constante, una lucha de progreso, de desarrollo y de apertura de aquellas puertas que históricamente han estado cerradas para la mitad de la población. Por tanto, el feminismo es un SÍ, es la representación de la fuerza y es el empoderamiento colectivo y personal. Avanzar hacia una sociedad feminista implica transgredir la comodidad, para lo que es necesario un trabajo profundo de deconstrucción de los cimientos que sostienen al sistema hetero patriarcal y que ha penetrado la economía neoliberal.

El feminismo liberal es un concepto que recogía las demandas de derechos políticos para las mujeres durante la segunda ola del feminismo, era encarnado por las sufragistas que se dejaron la piel y la vida para que a día de hoy las mujeres en Europa puedan participar libremente en los sistemas políticos que habitan. Recuperar esta idea para recubrir la explotación directa de los cuerpos de las mujeres mediante prácticas como la gestación subrogada responde a una estrategia electoralista que perjudica al conjunto del movimiento. La politización del feminismo desvirtúa la esencia integradora, imponiendo etiquetas que fragmentan la movilización, diluyendo esfuerzos y demandas colectivas en planteamientos que simplifican las diversas formas de discriminación que sufren las mujeres en todos los puntos del planeta.

Ser mujer y feminista no es incompatible con ser femenina, no es incompatible con movilizarse contra la opresión eclesiástica, ni es incompatible con desear tener hijos. El feminismo lucha, y lo seguirá haciendo, para conquistar la seguridad en la noche, el trato justo e igualitario ante los tribunales, la educación para personas y no para géneros, el derecho a decidir si queremos o no ser madres y cuando lo queremos ser. El feminismo agrega y nunca divide, por eso no se puede poner etiquetas a un fenómeno global que rompe con las fronteras y con las signas, insertándose en la cotidianeidad para modificar la realidad social. Cuanto antes se supere el afán por abanderar al conjunto de feminismos, antes se avanzará hacia una política de Estado que fije una línea de actuación inamovible que no se vea afectada por los procesos electorales y que no sirva como argumento para legitimar la mercantilización de los cuerpos de las mujeres.

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