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En memoria de Marcos. Un amigo que nos dejó para siempre

Ángel Palomares

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Conocí a Marcos en el verano de 1986, de la mejor forma que uno pueda imaginar. En su ambiente, en su isla, en los paisajes acantilados de La Caldera de Taburiente.

La vida merece la pena si en tu camino te encuentras personas como Marcos. Su nombre en el DNI era Gonzalo García Lorenzo, pero casi nadie lo conocía por ese nombre.

Conocí a Marcos en el verano de 1986, de la mejor forma que uno pueda imaginar. En su ambiente, en su isla, en los paisajes acantilados de La Caldera de Taburiente, en cuyos bordes había pastoreado cabras y había seguido la pista de las últimas cabras salvajes. Él era un un experto conocedor de los vericuetos de esos acantilados, que a mí me parecían intransitables.

En ese momento Marcos vivía en Hoya Grande (Garafía), donde cuidaba junto a su mujer un rebaño de cabras, ya la mayor parte del tiempo estabuladas o con pequeños desplazamientos hacia la costa. En sus años jóvenes fue muchos veranos a pastorear a los codesares de las cumbres.

Lo conocí por un cazador de Puntagorda que quería cazar arruís en las cumbres de Santa Cruz de La Palma, apostándose cerca de lugares de paso de animales que salían de La Caldera, siempre que algunos cabreros o personas conocedoras de los riscos “tocaran o batieran” determinados lomos. Accedí a que entraran a batir sin armas y les pedí acompañarlos. Me comentaron que los riscos no eran para todos los públicos.

Así Marcos, Jorge (Puntagorda) y yo, entramos una tarde desde las cumbres por la Barranquera Abierta, dormimos en la galería de la Faya y a la mañana siguiente subimos por el Lomo de Tacote en dirección a la Punta de Los Roques. Esa tarde noche dormimos en los piroclastos frente a la fuente de Juan Diego para ir al día siguiente a batir los barrancos por encima de Marcos y Cordero. Con ellos probé por primera vez el vino de tea y el gofio amasado. En la cumbre con frío entran bastante bien junto al queso de cabra.

Creo que pasé la prueba de risquero, y entre Marcos y yo, surgió un vínculo de amistad y respeto que hemos mantenido siempre.

Un tiempo después se estaba haciendo un estudio de presencia de arruís en el Parque y los biólogos contratados para hacer los seguimientos necesitaban buenos guías conocedores del terreno, tanto por seguridad como para evitar pérdidas de tiempo. Le propuse que trabajase con nosotros, pero con la condición de no vender su rebaño, pues el Parque no podía garantizarle trabajo estable. Él aceptó y creo que los años que le quedaron hasta jubilarse trabajó con nosotros sin interrupciones.

Su conocimiento del territorio y de las gentes de la zona, con una actitud leal y una clara voluntad de aportar, hizo que su presencia fuese mas valiosa que todas las publicaciones y conversaciones con expertos en botánica mantenidas hasta la fecha.

Pudimos ir a donde no había llegado ningún botánico, por lo que del desconocimiento más absoluto, el Parque pasó a ser el que tenía la información más real de la situación de las poblaciones de plantas amenazadas. Se acordaba de dónde habían vivido los últimos retamones antes de desaparecer por fuegos o por el diente del ganado. Él tenía un retamón en su casa desde los años sesenta.

En 1987 lo acompañé en primavera por las cumbres de Garafía, Barlovento y San Andrés y Sauces para buscar plantas pequeñas de retamón. Esos eran lugares de peregrinaje primaveral. Vimos en unos 20 lugares fuera del Parque Pacional plántulas. Informé a los gestores del territorio sobre la necesidad de vallar esos sitios porque eran lugares que se pastoreaban, ya que el Parque no era competente en ese lugar. Ese año no se valló ningún recinto. En otoño no quedaba ninguna planta de retamón (Genista).

Ese otoño, en una bodega de Puntagorda, Marcos me dijo que nosotros (los funcionarios o personal de la Administración) estábamos más preocupados por las competencias que por las plantas, pues parecía que no nos importaban nada . Yo le dije que sí me importaban y que haría lo posible por salvarlas.

Al año siguiente (1988) informé de las plantas de Genista que detectamos de nuevo en primavera, y le dije que si no podían hacer nada por falta de presupuesto, que desde el Parque nos podríamos encargar. Ese año se vallaron 20 recintos. Y fue el comienzo de la gestión activa con la flora de cumbres.

Durante años teníamos un duelo personal, a ver quién encontraba una nueva planta de retamón. Madrugábamos o nos quedábamos hasta tarde para ver con luz baja las nuevas plántulas de Genista, pues destacan a contraluz, parecen fosforescentes.

Con los rastreos en compañía de Marcos encontramos nuevas especies para Canarias (Odontites) y algunos híbridos, que al principio pensamos que eran especies nuevas.

Con él conocí, solo o en compañía de otras personas, la mayor parte de los barrancos accesibles. Hoyo Verde, Los Guanches, Limonero, Piedra Majorera, Los Cantos, Barranco del Diablo. Ahí aprendí que era mejor caminar como él: despacio, pero sin descanso. Llegas a todos sitios y sin calambres.

Al conocer a todos los cabreros y ser respetado por ellos, el ganado suelto y alguno cimarrón desapareció de las cumbres. Entonces había pocos arruís. Fue el momento en el que había algunas plantas en los pies de riscos cercanos a los cauces de los barrancos. Eso se ha perdido otra vez.

Fui visitando con él los lugares donde se conocían los pinos más grandes que hay en el Parque: Los Agujeritos, Gazmil. Al del Espigón de Piedrallana, me acompañó también mi hermano pequeño, que entonces era un adolescente. Fotos de ellos están en la separata de la revista Natura de marzo de 1992 . Entramos por Altaguna y tras decirle que de salida quería ir por otro sitio, si era posible, salimos por la primera Vena. Cuando estábamos llegando al risco me confesó que en una ocasión se había dado la vuelta. Supe por qué. Un ligero extraplomo con caída mortal y rocas sin consistencia o sueltas. Intenté subir y no pude. Me entró una terrible desconfianza. Optamos por probar una solución de emergencia antes de darnos la vuelta. Él se subió sobre mis hombros y alcanzó un tagasates por encima del pequeño extraplomo. Y así subió. Desde arriba nos ayudó a subir a mi hermano y a mí. A partir de ese momento, no me sentí seguro el resto del día y me tuvo que ayudar en todos los pasos malos.

De Marcos te podías fiar. Era de esas personas que puedes poner tu vida en sus manos.

En el incendio forestal que se produjo en el Parque en 1990 participó tan activamente junto Eduardo Pérez, durante tantas horas, que me dejaron impresionado. Ahora no se lo permitiría por su seguridad. Estuvieron en casi todos los frentes dando contrafuegos cerca de tres días. Hice una propuesta para que reconocieran su mérito.

El año 1994 en un incendio sobre Santa Cruz de La Palma, donde el humo estancado por encima de la ermita de Las Nieves apenas dejaba ver el frente sur, el barranco del Río. Antes los fuegos que empezaban al norte de ese barranco se paraban ahí. Estas dos mismas personas fueron de inspección entre la humareda y tras reconocer el lugar alertaron que el frente había pasado ese barranco e indicaron dónde aparcería la primera lengua de fuego por la zona de La Hilera. Al final se controló al día siguiente en el Riachuelo y el hombre que daba el contrafuego en ese barranco era Marcos.

Era muy buen observador y tras conocer la planta de Lotus pyranthus que había en Marcos y Cordero descubrió un nuevo ejemplar en el barranco de Gallegos.

El año 1999 nos pidieron desde el Ministerio si había alguien a quien quisiéramos hacer un homenaje por su contribución al Parque Nacional de La Caldera de Taburiente. Lo propusimos a él. Fue invitado a ir Madrid y la ministra Isabel Tocino le hizo entrega de un galardón.

Eso mismo pasó el 2016, con motivo del centenario de la Ley de Parques Nacionales. Se le hizo entrega de un nuevo reconocimiento, junto a otras cuatro personas.

Estos últimos años ha subido de vez en cuando a las cumbres con personal del Parque, pues para todos nosotros era alguien muy querido.

Yo lo he subido personalmente alguna vez para que pudiera ver conmigo las manchas de retamones cerca del Roque de Los Muchachos o del Morro de la Cebolla y yo poder ver si estaba contento. Recordábamos cuando quedaban seis adultos en todas las cumbres y el incendio de 1988 quemó el de Briesta. Un auténtico desastre. Ahora si se quemaran mil sería menos grave. Algo que parece mentira.

Le conté como me sorprendió ver tajinastes crecer en los cortafuegos de Puntagorda y Garafía sin vallas y saliendo de una siembra.

A finales de 2018 vino al Centro de Visitantes con su nieta para recoger las fotos del día del homenaje. Estaba bien, caminaba sin necesidad de bastón. Tomamos café. Nos ha sorprendido su rápido deterioro y fallecimiento.

Gracias D. Marcos por los buenos momentos pasados y por enseñarme los secretos de La Caldera.

Ángel Palomares, director-conservador del Parque Nacional de La Caldera de Taburiente.

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