Messi y el realismo mágico

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Me encargan que le haga una entrevista a Messi para hablar de filosofía. En español, claro. Y punto (los puntos son importantes en una entrevista a Messi). Indiscutiblemente es un reto para mí que soy una seguidora del Atlético de Madrid y me gusta ver jugar al fútbol a quien lo hace bien. Y Messi lo hace bien. No les quepa la menor duda. Sólo hace falta ver cómo corre, cómo regatea, cómo protege el balón y cómo mete unos goles que te dejan boquiabierta. Eso si hablamos de fútbol. Si tratamos otros temas no sé lo que pasará. Para empezar, le preguntaré por Borges y que opina sobre El Aleph y sus argumentos sobre determinadas ideas filosóficas como la eternidad o la metaficción y si está de acuerdo con algunos críticos que opinan que buena parte de la obra del maestro marca el comienzo del realismo mágico en la literatura hispanoamericana del siglo XX. Después hablaremos sobre la muerte de Alfonsina Storni y, llegado el caso, le preguntaré su opinión sobre Videla y su afición a las torturas. A lo mejor me suelta un verso de Alejandra Pizarnik como aquel que dice: “Han venido a incendiar la edad del sueño” o este otro: “Pero hace tanta soledad / que las palabras se suicidan”.

Sobre goles ya hablaremos otro día. Lo juro. Ahora debo pasar a las consideraciones oportunas sobre fútbol y el idealismo alemán. Creo que es la persona adecuada para enfrentarse a un reto como éste. Me da miedo, es cierto, que se ponga a filosofar sobre las características espaciales del balón, su forma y contenido, sus alegorías y sus definiciones cuando sobrevuela por porterías, cámaras de televisión, bancos y aleros; o cuando se multiplica en los pies de algún jugador o cuando se agota y se desliza por el césped y sale del campo y se enfrenta a los árbitros. ¡Tantas nuevas cabriolas! ¡Tantos giros y figuras! ¡Tanto regocijo! ¡Y cuánta belleza cuando el portero la descubre y se lanza contra ella y la hace girar sobre su cabeza y sobre las nuestras y sobre todas las cabezas expectantes que ven cómo desaparece su gloria y sus posibilidades de triunfo en la red! Me da miedo, insisto. Ya saben cómo son los argentinos y si no lo saben no tienen más remedio que escuchar a Valdano y esos comentarios que hace cuando retransmite los partidos en que juega el Real Madrid y hace que hace, pero no hace nada. Son sublimes, se los juro. Si uno cierra los ojos y lo escucha imagina ángeles despedazados, porterías con cortinas de volantes y jugadores galopando por campos de amapolas. Una verdadera fuente de emociones paranormales.

Pero volvamos a Messi y, si me lo permiten, a su silueta de diácono pulverizado por la gloria. Siempre me gustó su perfil de niño pobre de barrio pobre de Buenos Aires. Su aspecto desnutrido de los primeros años me sonaba a tango lacrimógeno, a película superrealista años 70. Y no ha variado mucho desde entonces. Ni el dinero ni la gloria han cambiado su rostro o su manera de caminar o su forma de hablar entrecortada y como en penumbra. Al mirarlo así, tan desvalido aparentemente, las preguntas se me atraviesan y se niegan a salir. Lo miro y, la verdad, lo único que se me ocurre es abrazarlo y darle unas palmaditas de consuelo en la espalda. Pero luego, cuando me pongo a recordar su pequeña figura sobre el césped, sus giros, sus rabonas y esos regateos con el balón moviéndose como una lagartija por el campo hasta llegar al lugar deseado desde el que pueda pasar el balón o disparar, que es lo suyo, lo que me invade es una sensación de vértigo mezclado con eso que llaman alegría y que los espectadores convierten en aullido. Yo no aúllo, lo confieso, pero sí aclaro que, aunque sea el enemigo en determinados momentos, no puedo dejar de aplaudir lo que es y lo que hace. Messi es deslumbramiento, magia, deporte sublime, pura superación, surrealismo puro. Argentina en estado puro, créanlo. Hace años vi un video titulado Tango y fútbol: pasiones argentinas y lo comprendí casi todo sobre él. Una pareja baila un tango, rodeada de un público variopinto en plena calle San Telmo de Buenos Aires. Son las 10:25 de la mañana. Un niño les lanza un balón y ellos bailan y mueven el balón al compás de la música. Ella viste de rojo y él de negro. El público en grises, la calle y el empedrado grises. Cuando el video termina aparecen estas palabras en la pantalla: “Fútbol. Tan nacional como nuestro tango”. Al verlos hacer los pasos, los quiebros, los deslizamientos, los golpes de tacón, el cruce de pies y de piernas, recordé a Messi. Baila, me dije. Messi no juega, Messi baila. He ahí su secreto.

Y por eso le haré sólo preguntas que estén fuera de juego. Nada del Guinness de los récords, nada de las armas secretas del París Saint-Germain para seducirlo, nada de Laporta y, desde luego, ni una palabra de la liga y del susto que tengo con la cacería que pretende su club para darnos alcance. Sería de pésimo gusto. Yo sólo le hablaré de los grandes maestros de la metafísica como Aristóteles o Shopenhauer y deslizaré suavemente la pregunta final: si el conde de Saint Germain fue una figura del misticismo occidental cuya ascensión y misteriosa vida está llena de incógnitas, ¿cómo entender que su sombra y su título recayera en un club de fútbol cuyos fans cantan sin cesar mientras juega su equipo? ¿Qué extraño sortilegio encierra esa música para Messi que lo hace dudar sobre su propio destino? ¿Sabrá estar a la altura de personaje tan enigmático? ¿Se nos irá al frío invierno de París y olvidará la música del sur del mundo?

Y, así, una pregunta tras otra hasta deshacer el encantamiento.

Elsa López

21 de marzo 2016

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