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Pepe Feliciano y el arrecife artificial

Juan Capote

Creo que en estos momentos, en los que la inmersión de unos enanos de hormigón ha causado tanta polémica, sería bueno recordar a una figura profundamente ligada al litoral palmero, un hombre de la mar. Cada vez que intento recordar al Pepe Feliciano de los años sesenta o setenta, me lo imagino en bañador. Este hombre activo y generoso siempre ha estado dispuesto a enseñar sus conocimientos náuticos a quienes lo rodeaban y, a menudo, los invitaba a navegar en su catamarán. Solo una vez tuve la oportunidad de acompañarlo en uno de esos periplos y lo recuerdo como uno de los días más agradables de aquellos veranos.

Un buen día Pepe, dentro de su entusiasmo por todo lo que olía a mar, se enteró de la existencia de arrecifes artificiales que potenciaban la proliferación de algas e invertebrados y, como consecuencia, la de alevines de diferentes especies marinas. También supo que un economista catalán, cuyo nombre no recuerdo, era un enérgico promotor de esas formaciones y consiguió que viniera a La Palma a impartir una conferencia. El personaje en cuestión nos pareció muy brillante y nos enteramos de que había decidido estudiar económicas, en lugar de biología, cuando supo que tendría que diseccionar a una rana.

Lo que planteaba este señor parecía bastante sencillo: se trataba de hundir, frente a la costa, coches de chatarra hasta completar un arrecife. Sus numerosos recovecos permitirían la proliferación de pequeños peces que terminarían construyendo un banco de recursos pesqueros. No se trataba de crear un biotopo para submarinistas. Se trataba de incrementar la productividad del sector primario, aprovechando que la naturaleza misma del arrecife impediría el uso de las artes pesqueras más agresivas, fomentando así un tipo de pesca más sostenible, al mismo tiempo que se eliminaba un material de desecho en tierra.

Recuerdo que la conferencia de aquel ponente produjo un gran entusiasmo en muchos de nosotros y que tuvimos además la suerte de compartir un buen rato con el economista. Pepe, por otro lado, tenía muy claro dónde situar el arrecife: frente a la avenida Marítima a una profundidad por determinar.

Cuando todo parecía factible y de un interés consolidado, un problema insoluble hizo inviable todas las expectativas. No recuerdo que en algún momento se hubiera hablado de niveles de contaminación, pero ahí estaban constituyendo un factor negativo, decisivo e irresoluble. Posteriormente se habló de hacer el arrecife con estructuras de hormigón pero, obviamente, eso encarecería enormemente el proyecto que terminó por olvidarse.

A pesar de lo que diga la mitología griega, el Dios Cronos sigue con su inexorable dominio y hoy el amigo Pepe no se encuentra en su mejor forma. Quiero pensar que en La Portada, donde siempre ha vivido con su familia, cada vez que este antiguo Comodoro del Real Club Náutico se asoma al balcón de su casa para mirar al mar, lo hace sintiéndose en el puente del barco infinito que siempre estará bajo sus pies.

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