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El COVID-19 y el síndrome del ‘futbolero’

Juan Capote

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Debo reconocer que a mí me gusta más el balompié por razones sentimentales que por deportivas. La épica del Atlético de Madrid me encanta, pero lo que realmente me fascina es el aroma a salitre viejo que se respira en el entorno del Tenisca. Pero yo me considero un conocedor de clase B en cuestiones de fútbol. Sin embargo, he disfrutado muchos partidos junto a todo tipo de gente en La Palma, en las otras islas y en la península. Entre ellos algunos de clase A como los hermanos Almenara, Paquito o Aroldo, todos de mi equipo, o como los hermanos Ayut o Miguel Perdigón, quien fue destacado guardameta del Mensajero. Pero no se trata de estos últimos, voy a referirme a los otros, a quienes, al igual que yo, discutimos a pesar de nuestros conocimientos inferiores. Y además siempre ganamos todos los encuentros después del pitido final. Si hubiera puesto a fulano en lugar de mengano por la banda, seguro que no nos empatan; si el portero no sale a destiempo…; si el planteamiento hubiera sido más ofensivo… Y por supuesto lo que perjudica a mis colores es malo y lo que le beneficia es bueno. Pero en todo caso no se olviden de que estamos hablando de futbol, lo más importante para mucha gente hasta hace seis semanas. Ahora tenemos otros motivos, otros temas de conversación, sobre lo que nos puede costar nuestra salud, o nuestra vida, como les paso a Felo y a Mario, tan rivales en lo futbolístico como queridos por sus amigos.

Desgraciadamente esos comportamientos de futboleros de clase B se han trasladado al campo de las ciencias de la salud. Como de entrada perdimos el partido, porque los responsables del equipo no tuvieron ni la inteligencia, ni los medios, ni la preparación científica (Dra. en Ciencias Físicas) de Doña Ángela Merkel, muchos se han apresurado a indicar el camino que nos hubiera evitado el 90% de los problemas de haberse seguido. Sus fuentes no provienen de revistas médicas, aunque a fuerza de leer, o más bien oír en los youtubes, todo lo que les echen, alguna vez coinciden con la información emitida por un científico de categoría contrastada. El problema es que no se sabe distinguir una noticia seria de una fake. Y peor todavía, que se valora, a la hora de darle credibilidad, más el sesgo político que el contenido de la información. Al igual que los futboleros, quienes solo leen los diarios y revistas que apoyan decididamente a sus respectivos equipos. Nos da igual que sea un experto como Michael Robinson (que EPD) o un canchanchán, siempre que diga lo que queremos oír. Y la calidad de los periodistas, tanto en fútbol como en las actuales circunstancias es muy variable.

El pasado 26 de abril, en la rueda de prensa habitual del Dr. Simón, le hicieron una pregunta a la científica del Instituto Carlos III. La realizaba un o una periodista de cierta cadena de televisión autonómica, de las más importantes de España. Y era así. “Dra. ¿Usted cree que es necesario hacer un estudio de prevalencia a 90.000 personas si sabe que todos los días se hacen 50.000 PCR?” Cualquier individuo con un cierto nivel académico sabe diferenciar test de anticuerpos y un PCR. Y además sabe que, según el segmento de la población sobre el que se hace la muestra, el resultado dice una cosa y no otra. Las diferencias en el muestreo y en la técnica son notables. Y la cuestión es: ¿un medio de la prensa que presume de cierto nivel y que hace preguntas en el ojo del huracán, no debería por lo menos asesorarse con un especialista? Alguien que le explique la diferencia entre un test para diagnóstico y un estudio de seroprevalencia. Afortunadamente no todos son iguales.

Y otro ejemplo más acerca de esas noticias que el futbolero quiere oír. En plena polémica por las desafortunadas declaraciones del general de la Guardia Civil, aparece algo muy importante. El Dr. Simón dice que las analíticas PCR se han multiplicado por cuatro y, sin embargo, el número de casos positivos se mantiene. Eso se puede interpretar de muchas maneras, pero en todo caso es una noticia que llena de esperanza. ¿Qué repercusión tuvo en la prensa, del color que sea? Ninguna, al menos de una manera mínimamente notable.

Y después están los futboleros de las teorías conspiranoicas, cocinadas y servidas en las redes. Antes era algo así como: “El partido estaba apañado. El árbitro es amigo de un cuñado de fulanito que le pagó no sé cuántos euros”. En este caso mucha gente se dedica a especular sobre un experimento chino del que podría haberse escapado el virus, en el mejor de los casos. A mí me gustaría que vieran cómo son las medidas de seguridad en un laboratorio de algo tan inocuo como la leche o que les fumigaran antes de entrar en una granja, a ver si cambian de opinión. En cuanto a los que dicen que fue liberado a propósito, que me expliquen cómo una bomba se prueba matando a tu propia población.

En las discusiones futboleras es muy importante poner la referencia en boca de alguien solvente: “Pues dice José María García que…” Y parece que con esta crisis sanitaria se sigue la misma pauta. El pasado 26 de abril corría la noticia de que el Nobel de Medicina Tasuku Honjo había dicho que el virus podía haber salido de un laboratorio. De inmediato puse el nombre del doctor en internet (1.150.000 resultados) y la primera noticia que sale es un desmentido de la fake.

Realmente estoy deseando volver a ser el futbolero de clase B dedicado a buscar chivos expiatorios: los árbitros. 

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