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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Redescubriendo el pasado

Felipe Jorge Pais Pais

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En los diferentes trabajos que iremos incluyendo en esta sección hablaremos, evidentemente, de patrimonio arqueológico y etnográfico. Pero la visión que pretendemos dar no es hacer sesudos artículos que, en nuestra opinión, deben tener otros cauces de divulgación en publicaciones más científicas. Pretendemos, sobre todo, ofrecer otra visión más intimista que parte del mundo de los sentimientos, las percepciones personales y esa vena nostálgica-poética palmera que, a veces, brota de lo más profundo de nuestro ser sin darnos realmente cuenta.

Por tanto, en ocasiones, haremos referencia a una serie de personas que, de una forma u otra, han sido importantes, no sólo en nuestra formación investigadora, sino también en la manera de ver e, incluso, enfrentarnos a la vida. El primero de ellos va a estar dedicado a alguien que nos ha demostrado que se puede ser muy feliz trabajando sin desfallecer nunca durante toda su vida, sin grandes pretensiones, pero sin olvidar que, siempre, siempre, se puede sacar algo positivo de todo lo que hacemos.

Este artículo está directamente relacionado con el anterior (Callada labor) al referirnos a uno de esos personajes anónimos que han dedicado la mayor parte de su existencia a trabajar en las cuadrillas de Medio Ambiente del Cabildo Insular. Por cierto que, algunos conocidos han criticado la larga extensión del trabajo, si bien en el mismo ya apuntaba lo que había que hacer al respecto, por lo que no vamos a insistir en este tema. Aunque en esta ocasión esperamos no ser tan pesados, consideramos que este personaje se merece mucho más que un simple folio de agradecimiento. Consideramos imprescindible hacer un breve repaso sobre sus aportaciones al conocimiento del patrimonio etnográfico palmero porque lo ha hecho de forma altruista y, lo más sorprendente de todo, sin esperar ningún tipo de agradecimiento o reconocimiento. Aunque, con toda probabilidad, no sea muy consciente de la trascendencia de su trabajo, nosotros si queremos valorarlo en su justa medida, puesto que ha rescatado del olvido unas construcciones que fueron fruto de una actividad que ha dejado de practicarse desde hace más de 100 años pero que, durante más de 400 años, constituyeron una importante riqueza para esta Isla.

Seguramente, la inmensa mayoría de ustedes no tienen ni pajolera idea de quién es Don Isidoro Castro Medina (a partir de este momento Isidoro) y, que conste, que en este caso, el Don está puesto con toda justicia por sus méritos y no por su edad, que también. Desde chiquito nos enseñaron que debíamos dirigirnos a cualquier persona mayor utilizando el Don en sentido de respecto y, en este caso, además, de admiración. Por su carácter tímido y reservado es probable que se sienta algo abrumado por este artículo, pero es la forma que se nos ocurre de agradecerle públicamente la extraordinaria e impagable labor que ha realizado por el simple placer de ayudarnos a incrementar nuestros conocimientos. Así mismo, le estaremos eternamente agradecidos porque nos ha mostrado algunos de los paisajes más espectaculares y sublimes que hemos visto en la antigua Benahoare: La Fajana Oscura, Siete Fuentes, Los Charcos de La Barca y La Barquita, etc, etc.

El mérito Isidoro es haber sabido sobrevivir a todo tipo de penurias y adversidades siempre con una sonrisa en la boca, una palabra amigable y un ánimo inquebrantable. A ello hemos de añadir que ha sido capaz de disfrutar con su humilde trabajo y con las pequeñas cosas que le ofrece la vida cotidiana y en eso, creemos, que ha sido un auténtico maestro. Seguramente, nunca le harán un reconocimiento aunque, si hemos de ser sinceros, tampoco lo desea ni lo espera. Pero nosotros si creemos que es una persona de unos valores profesionales y espirituales fuera de lo común.

Isidoro es un garafiano enamorado de su tierra. Toda su vida ha transcurrido a caballo entre San Antonio del Monte y Llano del Negro. Su sabiduría y sensibilidad sobre las cosas antiguas, es decir, lo nuestro, están a flor de piel. Sólo basta mirarlo una sola vez a los ojos para darnos cuenta de su carácter tranquilo, sereno, sencillo y, al mismo tiempo, apasionado, sobre todo cuando nos habla del pasado, de una formas de vida que han caído en desuso y que, en la mayoría de los casos, están a punto de extinguirse. Y, a pesar de la época de penurias y miseria que le tocó vivir, siempre tiene recuerdos positivos de ese pasado no tan lejano, del que supo extraer enseñanzas para disfrutar de la vida a cada instante.

En cierta ocasión nos hizo una confesión que resume, muy a las claras, su filosofía de la vida: “Me siento un privilegiado por tener la posibilidad de trabajar en unos de los paisajes más bonitos de La Tierra. Sólo puedo estar agradecido a quienes me han dado esta posibilidad”. Hemos visto sus ojos brillantes y su cara de satisfacción cuando nos ha mostrado gigantescos pinos de tea en Hoya Grande y Roque Faro. Lo hemos visto emocionarse como un niño cuando descubrió, al segundo intento, que el pequeño dornajo de tea en el que se recoge el agua de la Fuente del Dornajito, no se había quemado, sino que permanecía perfectamente camuflado y protegido en el interior de una pequeña covacha que se abre en la parte alta de un caboco del barranco homónimo.

Al realizar este artículo y rememorar todos los momentos que pasamos con Isidoro es cuando de verdad nos hemos dado cuenta del auténtico privilegio que ha sido poder disfrutar de su compañía y sapiencia. Personas como Isidoro quedan pocas, cada vez menos, capaces de valorar el esfuerzo sobrehumano que supuso domesticar unos paisajes salvajes y agrestes que nos cuentan historias de sufrimiento, hambre y miseria pero que, al mismo tiempo, supusieron la supervivencia de quienes la trabajaron y domesticaron con mimo. Gracias a los esfuerzos de muchos palmeros, como Isidoro, aún contamos con una Naturaleza espectacular que debe ser respetada y conservada para las generaciones futuras. El aprovechamiento sensato y sostenible del monte es lo que ha permitido la conservación del extraordinario e impresionante pinar de La Fajana Oscura (uno de los parajes más grandiosos en los que hemos estado), donde realmente te sientes un enano ante colosos inmensos que, a pesar de sus dimensiones y fortaleza, fueron derribados como un castillo de naipes por los vientos huracanados de la tormenta tropical Delta, aprovechando que el tronco de los pinos habían sido cateados o cabaquiados para calibrar el grosor de la tea que recorre su corazón.

Los otros miembros del equipo fueron Juan Manuel Rodríguez Pérez (amigo y compañero en el Museo Arqueológico Benahoarita) y Arístides Pedrianes Pérez, si bien este último sólo pudo acompañarnos durante los primeros momentos de la experiencia. Esperábamos con impaciencia que las pesquisas y los rastreos de Isidoro llegasen a buen puerto para poder visitar sus descubrimientos. Pero, desde el primer momento, comenzaron a llegarnos comentarios malintencionados y, seguramente, más bien producto de la envidia, sobre las intenciones últimas de nuestra colaboración. Decían que éramos unos aprovechados y que sólo nos interesaba obtener una información privilegiada y valiosísima para nuestras investigaciones y que luego “si te he visto no me acuerdo”. Evidentemente, consideramos que los esfuerzos de Isidoro no pueden caer en el olvido y que sus hallazgos deben ser dados a conocer, puesto que se trata de un patrimonio cultural único que ha vuelto a salir a la luz gracias a su tesón y empeño. Pero jamás olvidaremos, y de ahí este reconocimiento, quienes han sido los artífices de este trabajo. Y, aunque tenemos muchos defectos, uno de ellos no es, precisamente, la ingratitud.

Y, como suele suceder en este tipo de casos, conocimos a Isidoro de una forma casual y fortuita. Apenas llevaba abierto el Museo Arqueología Benahoarita varios meses, a fínales de abril de 1997. Como fondo de pantalla del ordenador que teníamos en el mab escogimos una fotografía de una de las cabañas del Barranco de Las Ovejas (Refugio del Pilar. El Paso). Juan Manuel, que pensó se trataba de un horno de brea, nos comentó que había visto una construcción igual en la parte alta de Franceses cuando trabajaba en Medio Ambiente. Él no se acordaba del lugar exacto, aunque conocía a una persona que si sabía cómo llegar, y que no era otra que Isidoro. Así, en junio de 2007, visitamos (Isidoro, Arístides, Juan Manuel y un servidor) nuestro primer horno de brea en las cumbres de Garafía. Desde esa fecha, hasta diciembre de 2008, llevamos a cabo infinidad de salidas de campo, prácticamente una cada semana, que nos permitieron estudiar e inventariar hornos de brea, eras, bodegas, hornos de teja, fuentes e, incluso, yacimientos prehispánicos desconocidos para la investigación etnográfica y arqueológica.

Antes de conocer a Isidoro, apenas si conocíamos varios hornos de brea en Garafía, mientras que ahora mismo nos aproximamos a la veintena. De ahí que su trabajo de campo haya sido encomiable e impagable. Para localizarlos tuvo que recurrir a informantes orales mucho mayores que él (se acaba de jubilar con 65 años recién cumplidos). Sus desvelos y persistencia le permitieron redescubrir unas construcciones perfectamente camufladas en el terreno y que se habían ido deteriorando progresivamente desde el mismo momento en que dejaron de utilizarse. La avanzada edad de sus informantes les impedía acompañarle por lo que, en muchas ocasiones, hubo de realizar varias visitas a la zona para encontrar los hornos de brea que estaban cubiertos por el pinillo y la vegetación, presentaban un estado de conservación ruinoso debido al paso del tiempo y las raíces de los pinos e, incluso, habían sido desmantelados, total o parcialmente, al trazar caminos, abancalar el terreno para crear vetas de cultivo de secano, utilización como goros o simplemente para sembrar árboles frutales aprovechando su planta circular.

Los hornos de brea descubiertos por Isidoro e inventariados son los siguientes: Cumbre Vieja, entre los barrancos de Los Hombres y Carmona; Topo Alto, en la trocha de Franceses; Lomo Machín, en El Tablado; Los Lomitos, al oeste de la Montaña de Colmenero, en Cueva de Agua; Las Moradas, por encima de la Galería de Las Moaraditas, en la margen derecha del Barranco de Izcagua; Fajana Oscura, en la margen derecha del Barranco de Carmona; Lomo de Los Hornos o Los Charcos, en el Barranquito de La Mierda; Llano de La Sirgonera, en El Castillo; Barranco del Dornajito, junto a la fuente homónima; Las Grajas, en la margen derecha del barranco homónimo; Caboco Trancao, en la margen izquierda del Barranco de Briesta; Fajana de La Pedrera, en la margen derecha del Barranco de Jerónimo-El Atajo y Frontón de Abajo, en El Castillo.

La labor investigadora de Isidoro no sólo se circunscribió al tema de los hornos de brea, sino también a otros preciosos conjuntos etnográficos entre los que podemos destacar los hornos de teja de Los Loros en San Antonio del Monte, El Frontón de Abajo y El Frontón Alto en El Castillo, Los Guanches en la bajada a El Tablado, etc. Entre las eras visitadas podemos reseñar las de Los Guanches, en San Antonio del Monte, de donde se trasladó un precioso petroglifo a la Sociedad La Cosmológica hace muchísimos años; la era de La Fajana del Sarampio, junto a la Montaña de Colmenero, alrededor de la cual hay había un magnífico conjunto etnográfico formado por un pajero, 3 abrigos y un gran corral; la era de Las Moraditas, junto a la galería homónima en la margen derecha del Barranco de Izcagua; la era de La Rosa de Caramba, en la margen derecha del barranquito de La Mierda; la era y bodega en el Lomo de Jerónimo, en los altos de Briestas, etc. A ello hemos de añadir un buen grupo de carboneras antiguas que jalonan la orilla superior de Cumbre Nueva y Topo Alto a lo largo del camino que lleva a Siete Fuentes.

Entre las visitas más espectaculares debemos reseñar una serie de lugares en los que el agua es el protagonista esencial, tanto en fuentes como en charcos en el fondo de barrancos y barranqueras ubicadas en medio de los frondosos pinares que cubren la parte alta de Garafía. Los conjuntos más interesantes son los de La Cueva y El Charco de Regina, en la margen derecha del Barranco de Briestas, junto a la pista de Machín; la Fuente del Dornajito, en la margen derecha del barranco homónimo; los impresionantes y numerosos charcos de La Barquita y Las Barcas, por encima del Caboco Trancao; El Charco Feo, en el Barranco de Briestas; La Fuente de Pedrianes en el Barranco del Atajo y, sobre todo, la auténtica maravilla que es Siete Fuentes y todo su entorno arqueológico-etnográfico, pues se trata del punto de agua con mayor concentración de pastores de toda La Cumbre, desde la época aborigen hasta finales de la década de los del siglo XX. También estuvimos en La Fuente del Risco, encima de Callao Salvaje, en Juan Adalid.

El interés de Isidoro por las tradiciones antiguas le llevaron a organizar, para ser filmada por una televisión local, una demostración sobre una actividad que hace mucho tiempo dejó de practicarse. Estamos hablando de las denominadas “tiras de madera” en las que se bajaban desde el monte a los caseríos, los aserraderos o los embarcaderos los troncos de pinos de tea que se talaban en los montes. Los protagonistas principales de esta ardua labor eran las vacas de la tierra guiadas por un grupo de personas encargadas de destrabar y frenar los troncos en las pendientes más acusadas. Esta recreación se llevó a cabo en la zona de Tronco Verde (El Tablado), junto a la casa forestal de Roque Faro, el 14 de noviembre de 2009 gracias a la colaboración del joven ganadero Diego Reyes Martín, con apenas 17 años de edad, y sus preciosas reses con nombres tan bonitos como Gara y Gitana, que por esa época tenían 5 años.

Pero es que, además, el interés y las pesquisas de Isidoro también se extendieron al campo de la arqueología. En este campo sus logros más significativos fueron los siguientes: 1) la localización de una preciosa y oculta espiral en la zona de El Moculón, en Llano del Negro, a la que habíamos buscado infructuosamente desde su hallazgo en la década de los 90 del siglo XX. El petroglifo, según nos confesó el propio Isidoro, fue localizado por su mujer Isabel María Rodríguez Sanfiel; 2) el hallazgo, gracias a las informaciones de un cabrero de la zona, un grabado rupestres enterrado en el talud de una pista en la zona de Las Toscas (Juan Adalid). El petroglifo fue desenterrado y trasladado al Museo Arqueológico Beneahoarita el 6 de junio de 2008 y C) la visita a Siete Fuentes fue muy lucrativa para el patrimonio arqueológico de La Palma, por cuanto descubrimos varias estaciones de grabados rupestres, conjuntos de canalillos y cazoletas, amontonamientos de piedra y un grupo de abrigos pastoriles reutilizados.

Pero donde de verdad queda reflejada toda la sapiencia, el buen hacer y la sensibilidad de Isidoro para con las huellas de nuestros antepasados lo podemos apreciar en el primoroso e insuperable trabajo de sustitución y reposición del vallado de madera que recorre los senderos del Caboco de La Zarza. Y es que Isidoro es, en “lengua palmera”, lo que conocemos como una persona curisosa que viene a significar que cuando hace un trabajo su acabado es fino y perfecto. En esta tarea recibió la ayuda, durante algún tiempo, de parte de la cuadrilla de Medio Ambiente en Garafía. La valla es de madera de tea, con una ejecución perfecta y sólida, a pesar de que no se empleó un solo clavo, sino cuñas y tacos de la misma materia prima. Su fortaleza es tal que, seguramente, nos sobreviva a todos nosotros, sin necesidad de volver a reponerla. Además, durante las labores de colocación de uno de los postes aparecieron enterrados en el suelo un precioso fonil de la Fase Cerámica IV, así como un grabado rupestre, lo cual es bastante extraño, curioso e interesante, puesto que podría tratarse de una especie de ofrenda a los dioses que se veneraban en el santuario que conforma la maravillosa estación de grabados rupestres del Caboco de La Zarza

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