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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Las rotondas

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A estas alturas de la película puedo justificar que se quiera dar honra y gracias a quienes trabajaron en la construcción de la carretera que cruza las coladas del volcán palmero; entiendo que ha sido una obra dura y difícil por las proporciones y las dificultades de la misma; entiendo que se hayan querido exaltar los méritos de quienes han intervenido en ella, su trabajo y su esfuerzo. Lo que no entiendo es lo que han colocado en las rotondas como alegoría de tal agradecimiento. ¿Esos cucharones de excavadoras simbolizan el trabajo de quienes ayudaron a mover las coladas? ¿Son la representación de gigantes terribles a los que se enfrentó la población de la isla y quieren que no los olvidemos jamás? ¿Son esqueletos de animales prehistóricos descubiertos bajo la lava? ¿Se olvidaron las empresas constructoras de la maquinaria y decidieron abandonarla en mitad de las rotondas? No lo sé. No sé cómo calificarlo. Bueno sí que lo sé. Podría calificarlo de mal gusto por la poca o ninguna idea del espacio de quien lo ideó, por la falta de estética de quién lo colocó, pero, sobre todo, del poco sentido común de quienes aplaudieron tales adefesios. ¡Y encima le ponen nombres y nos lo explican como si fuéramos imbéciles!

No entiendo cómo se ha permitido la instalación de semejantes elementos, y digo elementos por llamarlos de alguna manera. El impacto ambiental es superior al impacto visual. Tanto que se habla desde los despachos del primero, mucho me temo que eso que ven nuestros ojos lo sea realmente. Un impacto a primera o a segunda vista; un impacto al espíritu; un impacto a todo lo que rodea ese territorio donde lo que tenía que haber predominado era el silencio absoluto. Hacer las rotondas si son necesarias (cosa que también dudo) o si querían poner de manifiesto algo tan sencillo como el agradecimiento a quienes han hecho posible que podamos volver a transitar por ese lugar, creo que es comprensible, pero siempre haciendo el honor a la isla en la que vivimos. Planten árboles, planten palmeras, planten algo que simbolice lo que somos, pero no esos esperpentos que no representan a nadie y lo único que indican es que ha habido un dedo con carácter divino o dominante que decidió se hicieran esos atracos a la sensibilidad.

Sin ánimo de ofender a los autores de tales obras, creo que a la cabeza pensante que ha decidido colocar esas mal llamadas esculturas habría que explicarle que eso ni es arte ni es nada. Son obra de un estudiante atrevido o de alguien que trabaja en la alcaldía de la zona o en el Cabildo de la isla y le encargó la susodicha a un pariente o a un enemigo. En cualquier caso, si tengo que ponerle algún calificativo es el de mal gusto. Mal gusto por parte de quienes lo consienten, lo construyen, y de aquellos que no piensan un poco en los ciudadanos que viajan por esas carreteras que debería ser un lugar de silencio y recogimiento. No podemos distraer la mirada de quienes atraviesan el lugar; no podemos distraer la conciencia de quienes recuerdan; y, sobre todo, debemos evitar los accidentes porque viendo eso uno se lanza al desvarío y puede acabar en cualquier curva.

Me han remitido las fotos. Las he visto. No me lo he creído y he estado indagando para poder hablar teniendo la certeza de que lo que estoy diciendo se basa en un hecho real. He querido escribir sobre ello para llamar la atención sobre lo que está sucediendo en la isla. Hay a quien no se le que caen los anillos a la hora de hablar de reconstrucción, de habitabilidad, de lo nuevo, lo productivo, lo necesario. Pues bien, señores, por si aún no se han enterado, estamos hartos de que se nos hable del medio ambiente o del ambiente completo; estamos cansados de florituras y altares a vivos y muertos; estamos hastiados de que nos hablen presidentes, ministros y demás parafernalia sobre construirnos un mundo mejor y yo lo que veo es que se siguen cometiendo tropelías con el paisaje, las tierras y todo lo que ella encierra.

No quiero fiestas ni recordatorios, quiero que respeten la isla. Me gusta mirar alrededor cuando viajo por ella; me gusta ver las casas, la tierra, el mar, las plantas, los animales vivos caminando por sus pastos, y no me gustan eso que ustedes llaman monumentos. El arte es otra cosa, señores, el arte es la misma naturaleza que nos rodea y estoy cansada de repetir que esta isla no necesita adornos. Hace mucho tiempo cuando se hizo una extraña escultura en la carretera de Garafía dije lo que pensaba y eso me costó enfrentamientos con el virtuoso en cuestión; lo dije cuando se hicieron las intervenciones de Ibarrola en un barranco que volvió a costarme el enfrentamiento con otros creadores y disgustos con amigos que no estaban conformes conmigo. Me da igual. Seguiré diciendo lo mismo: esta isla no necesita adornos. Ella tiene la belleza suficiente para que tengamos los ojos muy abiertos a la hora de contemplar todo eso que nos rodea y no queremos que nos cambien los barrancos, las montañas, las carreteras, etcétera, etcétera, etcétera. Y, por último, me permito darles un consejo Señores Regidores: eviten en lo posible que esos mal llamados artistas sigan viviendo a costa del erario público. 

Elsa López

8 de diciembre de 2023

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