Los ríos de magma del volcán expulsan a miles de personas: “Creo que a mi casa le quedan horas”

Pedro, al que conocen por Míchel, en el centro de evacuados en Los Llanos en La Palma / RR.

Raúl Rejón / Natalia G. Vargas / Los Llanos / Sta. Cruz de la Palma (La Palma)

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“Creo que a mi casa le quedan horas”. Y tenía razón. Pedro, “aunque todos me dicen Míchel”, auguraba el fin de su vivienda este martes apenas amanecía en La Palma. Fue evacuado el domingo pasado de Todoque donde la lava ha terminado por llegar este martes. La erupción volcánica de la isla está suponiendo, sobre todo, una catástrofe humanitaria por los cerca de 6.000 evacuados que han debido salir disparados de sus casas. Muchos no la recuperarán nunca.

Desde que Míchel, palmero de 43 años, llegó al campo de fútbol de los Llanos vive en este centro de primera acogida. “No he querido irme a ningún otro sitio, ni al albergue, para no tener que dejar sola a mi perrita”, sentencia. Su perrita “que no tiene nombre de lo lista que es”, dice, corretea a su alrededor en un estadio ahora bastante tranquilo. “Lo más agobiante fue el domingo. Ayer vinieron pocas personas”, describe Antonio Hernández de Protección Civil. Sin embargo, este caso es bastante excepcional ya que la inmensa mayoría de los evacuados consiguen recolocarse en otras viviendas: de esos 6.000 desplazados hasta el martes, por el albergue de último recurso que coordina Cruz Roja en el Acuartelamiento de El Fuerte, en Breña Alta, han tenido que pasar solo 262 de los que quedan unos 150, según explica la ONG.

El dispositivo funciona por fases: las personas que tienen que salir de sus viviendas por la amenaza de la lava son conducidas a centros de distribución como el campo donde terminó Míchel o el estadio municipal de El Paso. Allí, una vez atendido, se trata de poder derivarse a una segunda residencia, a casa de familiares o amigos. Si no hay solución se ofrece el traslado a El Fuerte.

“No aguanto más”

Allí llevan dos noches Ángeles y su hija. Duermen en los camastros del acuartelamiento militar desde el día en el que el volcán de La Palma entró en erupción. Han convivido con cerca de 300 vecinos en este recurso habilitado como espacio de acogida temporal. Aunque esta vecina de 60 años vivía a seis kilómetros de la primera boca del volcán, se enteró por el telediario de que había estallado: “La televisión rebotó tan fuerte que pensé que era un terremoto, pero era la erupción”.

El coordinador de Cruz Roja en la isla, Daniel Losada, explica que, en este refugio, se ha atendido, sobre todo, “a perfiles vulnerables”. Personas “con problemas de movilidad o dependientes. Casos en los que intentamos que los cuidadores puedan acudir al albergue”. Losada cuenta que “lo peor de este cataclismo, desde el punto de vista de las personas, está todavía por llegar. Es una crisis de medio y largo plazo”.

Se refiere, incluso, a los evacuados cuyas casas no sean directamente pulverizadas por la lava, pero para las que “la tierra donde han estado viviendo va a convertirse en inhabitable”. Una vez solidificado el magma, ese terreno no va a ser apto para los humanos. “Se hará necesario encontrar, primero, una solución habitacional para mucha gente. Más que la que haya perdido físicamente la vivienda”, opina. Habrá que añadirle luego el modo de vida.

Al contrario que Ángeles, canaria, Jesús y Aurora solo llevan tres meses viviendo en La Palma. Los dos están jubilados y llegaron desde Madrid para vivir tranquilos, pero durante su estancia han superado el incendio forestal de agosto pasado y una erupción volcánica. No tienen familia en Canarias, así que su única opción es quedarse en El Fuerte. Desde que comenzó el enjambre sísmico hace ya más de una semana, el matrimonio preparó un pequeño bolso de emergencia: una vela, una linterna, una muda y una botella de agua. Con esto y con lo puesto abandonaron su casa de alquiler. A pesar de los imprevistos, no se arrepienten de haberse mudado. “Buscaremos otro alquiler y ya está”.

“Aquí está funcionando todo muy bien”, opina Míchel. El centro tiene zonas de techumbre provisional a modo de comedor y otra parte habilitada para pasar la noche. La meteorología, de momento, está siendo benévola. En El Paso, a escasos kilómetros, por la mañana del martes no quedaba ya nadie de los que tuvieron que ir ante la apertura de la novena boca que obligó a evacuar el barrio de Tacande. La columna de humo permanente que exhala el volcán domina el fondo de este campo de fútbol de césped artificial. “El dispositivo y los protocolos están muy engrasados”, explica Losada.

Sin embargo, el coordinador de Cruz Roja explica que un evento como la erupción tiene peor solución cuando pase esta fase aguda. “La principal diferencia con, por ejemplo, un incendio es esa: cómo afrontar la situación cuando pase más tiempo”. Incluso en el plano psicológico ya que “mucha gente va a comprobar cómo su paisaje, su orografía, en la que se han desenvuelto, ya no está más. Es otra cosa, ha cambiado”.

La angustia de Ángeles confirma las palabras de Losada. Ella sufre ansiedad desde que tuvieron lugar los últimos incendios de La Palma en agosto. Su casa, localizada en el barrio de El Paraíso, aún no ha sido engullida por la colada, pero la catástrofe que atraviesa su isla ha agravado su angustia. “Intento guardarme el dolor para no preocupar a mis padres, que son mayores y viven en otra isla”, cuenta intentando contener las lágrimas. Entre sus planes está recuperar a su perro, refugiado en un albergue de El Paso, y mudarse a Tenerife con su familia. “Estoy esperando a ver qué pasa, pero si esto se prolonga en el tiempo me marcho. No aguanto más la situación”.

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