“El hospital de Los Dolores y el contacto con los viejos ha sido para mí una universidad”

El doctor Miguel Socorro lleva 35 años de servicio en el hospital de Los Dolores.

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

Nació en Gran Canaria, estudió en la Universidad de La Laguna y lleva en La Palma 40 años. El doctor Miguel Socorro es jefe de los Servicios Médicos del hospital de Los Dolores de Santa Cruz de La Palma, que acaba de celebrar el quinto centenario de su fundación. Comenzó a trabajar en el centro en 1979 y en los próximos meses se jubilará. Se va de su cargo “mil veces pagado”, pero no será un adiós definitivo porque quiere realizar labores de voluntariado acompañando “a los viejos” y conseguir que otros ciudadanos se sumen a esta iniciativa. La geriatría es su vocación y propone que los escolares mantengan contacto con ancianos afectados por distintas patologías para que aprendan “lo importante que es su cuidado”.

-500 años después de su fundación ¿Los Dolores es un hospital del siglo XXI?

-Teniendo en cuenta que de este siglo todavía hemos vivido muy pocos años y que los cambios no se producen con rapidez, a esta pregunta le respondo que se está intentando ir a un hospital geriátrico del siglo XXI.

-¿Qué deficiencias presenta?

-El edificio actual tiene muchos problemas de barreras arquitectónicas, y, aunque es muy entrañable y bonito, eso supone una dificultad para trabajar y para el atendimiento de los viejos, que no se puede solventar porque no hay forma de hacerlo. Así que, si por estos motivos se decide su traslado a otras instalaciones, yo aplaudo esa decisión.

-¿Qué requisitos se exigen para obtener una plaza?

-Hay una comisión de ingresos y, rigiéndonos por una ley del Gobierno de Canarias, hacemos una selección de solicitudes en base a las alteraciones de la salud. Existe una serie de puntuaciones para diferentes enfermedades que son las que dan acceso al centro.

-¿Cuál es el nivel de visitas de los familiares de los pacientes?

-Por desgracia, y creo que motivado por problemas de transporte y de lejanía, las visitas no son tan frecuentes como nosotros quisiéramos. Hay días que se registran muchas, pero la media es bastante escasa.

-¿Sus allegados se quejan de la atención que reciben los ancianos?

-No. Curiosamente, el hospital de Los Dolores en un gran desconocido en la sociedad palmera, a pesar de su larga historia. Pero la mejor propaganda la hacen los familiares de los ingresados, porque son conscientes de que se aplica el principio de geriatría, de que ha habido una mejoría de medios y de ayuda al buen morir.

-¿El hospital cuenta con voluntarios que realicen labores de acompañamiento?

-No, lo que existen son determinadas personas que vienen de visita de vez en cuando y que no tienen familiares aquí. Es una pena que no haya ninguna asociación y me gustaría, cuando me jubile, venir yo mismo de voluntario y luchar para conseguir que otros ciudadanos también dediquen parte de su tiempo al acompañamiento. El trabajo nuestro no solamente es médico, sino también de acompañar, de escuchar, de tocar...

-Las familias palmeras tradicionalmente han cuidado de sus mayores ¿ha percibido algún cambio en este comportamiento?

-Es complicado hablar de este tema. Recuerdo que cuando yo llegué aquí teníamos bastantes camas vacías, pero esto ocurría porque el hospital era el asilo y tenía unas connotaciones peyorativas. Aquí se ingresaba a las personas problemáticas de los pueblos. Con el paso del tiempo, el recinto se fue convirtiendo en auténtico hospital geriátrico y ahora quien viene aquí el que realmente lo necesita por patologías médicas.

-La Palma, con la población más envejecida de Canarias, ¿tiene recursos suficientes para atender a este segmento? ¿cómo ve el futuro en este sentido?

-Lo veo positivo, porque me voy a jubilar y me interesa percibirlo así, pero una cosa está clara: camas, hay, pero la interacción geriátrica no es solo dentro del hospital; hay que trabajar mucho en las residencias sociosanitarias y en los pueblos, detectando casos que están abocados a un atendimiento geriátrico integral.

-Desde el punto de vista psicológico ¿cómo le afecta a un mayor su ingreso en un geriátrico?

-Todos tenemos nuestros sentimientos y nuestro arraigo. Siempre se ha hablado de morir en la cama de casa, donde amaste, tuviste tus hijos, donde hiciste tu vida...Pero el hecho de que la familia se haya desmembrado por asuntos laborales o por la insularidad, que ha generado mucha emigración, ha llevado a que ese acto ahora se tenga que hacer en otro sitio, como en un hospital. Además, el aumento de la longevidad lleva consigo un incremento de patologías que en domicilio no se pueden atender. Pero es evidente que, psicológicamente, se ven afectados porque, por un lado, se encuentran mal y, por otro, porque no es lo mismo estar en tu casa que en un hospital. Personalmente, uno piensa que está mejor en su domicilio, pero no cabe la menor duda que dependiendo de la patología que tengas, tienes que estar donde recibas una mejor atención. La hospitalización domiciliaria en geriatría a veces no es posible.

-¿Cuáles son las patologías más frecuentes que atienden?

-De todo tipo. Antes, un mayor era una persona de 60-65 años. Hoy tenemos en el hospital cerca de una decena que pasan de 100 años. Eso significa que al vivir más tiempo las patologías se van haciendo más presentes. Fundamentalmente, tenemos enfermedades neurológicas (Alzheimer, demencias, etc.), pero también patologías relacionadas con fracturas de hueso que no se pueden operar, endocrinas, cardiológicas...

-¿Cree que la sociedad actual esconde la vejez?

-No. El viejo antes era el referente en la familia y eso se fue perdiendo, pero en la actualidad un abuelo es un regalo para un nieto. Transmite sus vivencias al núcleo familiar y lo enriquece. Una persona mayor dentro de la familia tiene un papel primordial. En los colegios se tendría que crear como hábito el contacto con gente que padece determinadas patologías para enseñarles a los escolares lo importante que es el cuidado de los mayores.

-¿Qué ha supuesto para usted convivir a diario con la vejez, con el deterioro de las personas y su desaparición? ¿su profesión le ha hecho tener un sentido más realista de la existencia?

-En la facultad de La Laguna no estudié el concepto de geriatría, pero cuando comencé a trabajar en un hospital, los médicos que ya se iban a jubilar comentaban que la vida que había llevado el enfermo influía en cómo llegaba a su final, y eso me hizo tomar consciencia de que yo era un privilegiado porque iba a observar durante toda mi vida laboral qué es lo que me iba a pasar a mí. Para mí el hospital de Dolores y el contacto con los viejos ha sido una especie de universidad donde he aprendido que el buen morir no es solo el momento en que ocurre sino los previos. Eso me ha llevado a cuidarme, a hacer ejercicio, y todos los compañeros que trabajan conmigo, tanto auxiliares como enfermeros o médicos, piensan casi como yo. La convivencia con los viejos nos hace mejores personas, porque se aprende un montón de ellos.

-¿Echará de menos el hospital de Los Dolores?

-Ha sido mi vida, pero hay que entender que la gente que viene detrás está pidiendo paso. La jubilación es una necesidad biológica y en un momento determinado te sientes autopagado porque has llegado. Si llegas en buen estado tienes tantas cosas que disfrutar, tantas cosas que no has hecho porque el trabajo no te lo ha permitido y que ahora puedes hacer. Me voy de Los Dolores mil veces pagado, porque para mí el hospital no son las paredes, es la gente, y la gente son los enfermos, los familiares, mis compañeros. Todos me han ayudado a buscar las mejores opciones y me han hecho mejor.

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