“Llegó un momento en que no sabía diferenciar entre crisis de ansiedad y ‘mono’ de pastillas”
Tuvo una infancia feliz, pero se quedó huérfano de padre y madre muy joven. El escritor y director cinematográfico grancanario Ginés Lao Mendoza, vigilante de seguridad de profesión, ha presentado en La Palma las dos obras que ha escrito para contar su titánica lucha contra la ansiedad, un estado que hizo zozobrar su vida profesional y personal. Durante su estancia en la Isla, ha proseguido, como director, con el rodaje de ‘Leocricia, la poetisa blanca’, la primera película que se rueda sobre la vida de la ilustre escritora palmera (1853-1926) que vivió y compuso sus versos en su retiro de la Quinta Verde.
-¿Cuándo comenzó a sufrir crisis de ansiedad?
-Tuve unos padres maravillosos que me hicieron la infancia muy feliz, junto a cinco hermanos excepcionales. Quedé huérfano de ambos muy joven, aunque afortunadamente hoy sigo siendo el sexto de esta gran familia. Desde muy pequeño - desde que tengo uso de razón- recuerdo haber sido una persona inquieta y muy nerviosa, e incluso, si me lo permites, algo ‘chinchoso’. De crío, mis padres me llevaron en muchas ocasiones a los médicos por diferentes molestias y dolores que me aquejaban. Tenía la suerte de contar con un seguro privado por ser hijo de militar, y en cada uno de los estudios que me realizaban nunca encontraban nada, al contrario, estaba completamente sano. Yo, para mi desgracia, continuaba viviendo una serie de síntomas que insistía en comunicar a mis progenitores, y ellos seguían llevándome a los profesionales de la salud, siempre con los mismos resultados: sano, completamente sano. La conclusión a la que llegaron, tras reiteradas visitas a diferentes consultorios, fue que yo era una persona nerviosa y quizás hipocondriaca. A mí, confieso, en aquel entonces, lo de hipocondriaco me sonaba a chino, pues ni por asomo sabía lo que era eso. Con el tiempo, con unos 15 o 16 años, las molestias se repitieron con más frecuencia y constancia, e incluso más pronunciadas. Por mi edad, ya era más consciente de la situación y aprendí a vivir con ellas, pues supuesta y clínicamente, nunca tenía nada. Con la mayoría de edad cumplida, estos síntomas comenzaron a marcar mi vida y recuerdo que ya los achacaron, con más seriedad, a los nervios. Se habló de profesionales de la salud mental, pero, sin descartarlos como solución, los mantuvimos en un segundo plano. Por aquellos años, yo disfrutaba de la vida nocturna de los fines de semanas con mi grupo de amigos en discotecas, pub y fiestas. Entonces fue cuando esos síntomas se convirtieron en un ‘holocausto’ para mí, pues derivaron en ataques repentinos e inesperados, y yo, aunque los vivía en silencio y casi sin contar a nadie lo que me ocurría, me sentía incómodo, pues me interrumpían el buen momento que pasaba con los amigos o suponían una dificultad a la hora de ligar con una muchacha. Mis reacciones para salir de aquellos ambientes, o de cualquier otro, me convertían en una persona extraña, porque siempre intenté que nadie fuera espectador de mi malestar. Realmente, nunca supe cómo comencé a padecer crisis de ansiedad, y menos aún, por qué; lo que sí supe, y perdónenme la expresión, es que estuve muy, pero que muy jodido.
-¿Cómo alteró su vida ese estado ansioso?
-Mi vida la alteró por completo, a nivel profesional, familiar y particular; la alteró en general. Como comenté, comencé a vivir para mí mismo mis síntomas y las situaciones que me creaban, ya fuese en el trabajo, en casa o con los amigos. No siempre pude esquivar a las personas, ni evitar los testigos cuando estas crisis me daban, por lo que pasé a estar en boca de muchos y a ser la comidilla de otros tantos. Siempre había quienes te querían ayudar, y también quienes aprovechaban para joder más. Hay mucha gente mala en este mundo. Los que te querían ayudar, hiciesen lo que hiciesen, no podían conseguir nada, y creo que se debía a que yo ya había admitido la ansiedad, pero no la había asumido aún. A los que te querían joder, yo, con delicadeza y sin palabras, les mandaba un poquito a la mierda. Llegó un periodo largo que alteró tanto mi vida, en lo público y en lo privado, que la transformó en una obra de teatro en la que yo no era yo.
-¿Recurrió a la medicina convencional?
-Yo había trabajado para una empresa de seguridad como vigilante a los 18 años, pero, al cerrar, dejé esa profesión y me dediqué a otros trabajos como el de conductor sanitario, bombero contratado, mánager de grupos musicales y algunos otros más. En 1999 comencé a trabajar nuevamente y, hasta ahora, para otras empresas de seguridad privada. Durante todo ese tiempo, a mí me continuaban dando con dureza las crisis y todos, pero todos, sus síntomas. En esta última etapa, como vigilante, comencé a coger bajas laborales. Tal y como marca la ley, no me podía negar a acudir a los psicólogos y psiquiatras cada vez que la mutua de la empresa me enviaba a ellos. Realmente, no me ayudaron en nada, y sin menospreciar la maravillosa labor que desarrollan estos profesionales de la salud mental, a los que recomiendo, puedo decir que a mí no me ayudaron, o yo no me sentí ayudado. Me recetaron medicación para aliviar mis síntomas y mejorar mis ánimos, aunque siempre que podía yo marcaba una sonrisa en mi rostro y contaba algún chiste. Cada vez que me daba una crisis, si era fuerte y no la controlaba, tenía que ponerme, por recomendación médica, la pastillita debajo de la lengua, un Trankimazín 0,50. Las crisis eran muchas y todas fuertes, por lo que, cada dos por tres, como se suele decir, tomaba un Trankimazín. Llegó a ocurrir que, en el trabajo y de uniforme, caminaba como podía manteniendo el equilibrio, con la baba cayéndoseme, los ojos medio cerrados y siempre con mi mano descansando en la parte superior de mi defensa. La verdad es que había momentos en los que yo dudaba si era ansioso o una persona ‘enganchada’, porque ya no sabía diferenciar entre la crisis de ansiedad y el ‘mono’ de las pastillas. Luché por recuperar mi vida y abandonar la medicación. Un día me dije que no podía seguir así, y que igual que abría solo el paraguas para cuando llovía realmente fuerte, me tomaría la medicación cuando ya no aguantase más. Lo conseguí.
-¿Qué opina del tratamiento con ansiolíticos?
-Seré breve, pero preciso. En mi opinión, el ansiolítico hay que tomarlo para curar un estado o unos síntomas, pero no para disfrazarlos. Las personas quieren curarse de una enfermedad o de unos trastornos, pero no difrazarlos.
-¿Los profesionales de la medicina banalizan este padecimiento?
-La madre naturaleza no se casa con nadie, aunque en ocasiones nos da sorpresas. La ansiedad, al igual que cualquier otra enfermedad o patología, la puede padecer cualquiera, rico o pobre, grande o chico, vigilante de seguridad, psiquiatra o psicólogo. No hay que ser profesional para banalizar un padecimiento, hay que ser persona, y cada persona es un mundo.
-¿Logró llegar al origen de su ansiedad?
-Nunca. Ni yo, ni nadie. Siempre me decían -cuando preguntaba por qué la sufría- que mi ansiedad era endógena, es decir, que surgió, digamos, de la nada. Durante un tiempo considerable busqué el porqué para así poder combatirla. Mientras lo hacía, luchaba por suprimir las crisis y los síntomas, y cuando los fui venciendo, dejó de inmiscuirme el por qué y le di más importancia a la recuperación de mi razón de ser. ¿Para qué seguir mortificándome?, me cuestionaba retórica y repetidamente.
-¿Y la ha neutralizado?
-He llegado a la conclusión que la ansiedad es un pulso que la mente le echa a la conciencia. Cuando sufría ataques, pasaban por mi cabeza infinidad de barbaries que originaban pensamientos ilógicos que, a su vez, incluso, me hacían ver situaciones irreales. En esos momentos dejaba de ser consciente y la mente me ganaba el pulso. Son cientos de situaciones las que pueden originar un desánimo, una tristeza, e incluso, una angustia. Somos humanos, y la muerte de un ser querido, el abandono de una persona amada o cualquier otra circunstancia, pueden desencadenar estos estados emocionales, pero la ansiedad, aunque venga acompaña de estos síntomas, es, si bien muy, muy, muy parecida, completamente diferente. Yo la neutralicé siendo consciente -gustándome o no- de los hechos, marcando la diferencia, entre otros, en cada uno de los casos que anteriormente cité: la muerte de mis padres, el abandono de seres amados, etc., etc.
-¿Considera que el ritmo de vida actual es proclive a generar estos estados?
-Absolutamente, sí, aunque también creo que la vida interior de cada uno es lo que cada uno quiere que sea.
-¿Por qué decidió escribir sobre su ansiedad?
-Cuando decidí luchar por recuperar mi vida y superar mi ansiedad, comencé por estudiar qué era lo que me pasaba, cómo me pasaba, cuándo, dónde y en qué situación. En estado de crisis no podía examinar la situación, así que empecé a escribir en trozos de papeles que llevaba encima si efectuaba guardias de seguridad y si no, los cogía de cualquier papelera que veía o del mismo suelo. Escribía todo lo que me sucedía y sentía en ese momento lo que estaba haciendo y en dónde me encontraba. Luego estudiaba y analizaba esos papeles. No lo hacía para escribir un libro, pero como siempre quise escribir uno -lo que decidí animado por mi mujer- tras lograr grandes pasos en mi recuperación, mi objetivo era compartir mis vivencias con otras personas que estaban pasando por la misma situación para que les sirviera de ayuda, porque yo ya casi la había superado. El libro me sirvió de terapia; fue la escritura la que culminó mi ansiedad.
-Ha publicado ya dos libros ¿piensa seguir escribiendo sobre este tema?
-Tengo cuatro libros publicados: ‘Desde mi ansiedad’, ‘Ansiedad. Más allá de la frontera’, ‘Corazones encadenados’ y ‘Celeste Sin Habla’. Los dos primeros están relacionados con mi superación de la ansiedad; los otros dos son novelas, y la última, dirigida a los más jóvenes. Sigo escribiendo, aunque sobre la ansiedad no tengo en mente ningún proyecto, aunque tampoco lo descarto.
-Sus obras han sido autoeditadas.
-Mi primer libro, ‘Desde mi ansiedad’, le interesó bastante a una editorial pero su editor fue franco conmigo. Me comentó que el libro era muy bueno, pero que al ser un escritor novel y no reconocido, no le aseguraba las ventas y me propuso la autoedición. Con los siguientes, me di de alta como escritor y editor y los publiqué yo mismo.
-La escritura fue para usted una especie de terapia.
-Sí, porque no escondía nada en cada reglón que escribía, y eso me ayudó a liberar, y perdóneme nuevamente la expresión, gran cantidad de la mierda que llevaba dentro.
-¿Qué sensación le embarga cuando escribe?
-Me libero, me aíslo, y presto atención a mis sentimientos, a mis raíces internas, a mis aprendizajes, a mis ideales, me sumerjo en un mundo sin conflictos, sin maldades, sin negatividad; en resumen, estoy en la gloria.
-¿Se siente totalmente curado de la ansiedad?
-Completamente, aunque, en ocasiones, como la gripe, me viene porque soy humano, pero yo me resguardo, la combato, y hasta la otra. Doy gracias a Dios de que la gripe solo venga cada dos o tres años y me dure pocos días.
-¿Realmente cree que sus libros pueden ayudar a otras personas?
-Esta es una pregunta que más bien se debería dirigir a los lectores, puesto que son ellos quienes pueden ratificarlo. Espero que, como mínimo, les ayuden en algo, que no sería poco. Yo me remito a los comentarios que he recibido de quienes los han leído: “Gracias, Ginés, por ayudarme”, “Gracias, Ginés, tu libro me sirvió de gran ayuda” y otros similares. También me han dicho que son un “tostón”, y no lo escondo. Hay gustos para todo.