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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Así como hay traga-fuegos se podría decir que yo soy una devora-libros. Pequeños, grandes, para adultos, para niños, para reír, para llorar... Me da lo mismo, los engullo sin miramientos. Para mí, no hay nada mejor que un libro, una caja de galletas y horas libres, para rellenar con lectura.

LA SOLEDAD DEL CABALLO SIN JINETE

La última semana del mes de enero de 1.977 supuso el colofón de una serie de trágicos sucesos que comenzaron el día 23 de enero con la muerte, a manos de pistoleros fascistas, del estudiante Arturo Ruiz.

En aquellos momentos, en donde flotaba el fantasma de la legalización del demonizado por la dictadura Partido Comunista de España (PCE), por parte del gobierno de Adolfo Suárez, los grupos de extrema derecha que se oponían al cambio que se avecinaba, con siglas como la Alianza Apostólica Anticomunista (AAA o “Triple A”), Antiterrorismo ETA (ATE), Grupos Armados Españoles (GAE), Guerrilleros de Cristo Rey, Batallón Vasco Español (BVE) entraron en una época de hiperactividad.

Según un antiguo militar, uno de los responsables del asesinato del dirigente etarra José Miguel Beñaran Ordeñana, “Argala” –a su vez responsable, éste, del asesinato del almirante Carrero Blanco-, “todos esos nombre sólo eran siglas, las cuales se iban utilizando conforme se necesitaba”.

La verdadera tutela de los atentados la tenían agentes del servicio secreto SECED (Servicio Central de Documentación), con dinero y manos libres para actuar al margen de la ley.

Durante la mañana del día 24 de enero, el GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre) había secuestrado al teniente general Emilio Villaescusa Quilis, presidente del Consejo Superior de Justicia Militar.

A las 16.20 de la tarde moría la joven estudiante Mari Luz Nájera, como consecuencia del impacto, en pleno rostro, de un bote de humo lanzado por los antidisturbios durante una manifestación de protesta por la muerte de Arturo Ruiz celebrada esa mañana.

Y esa misma noche, a las 22.30, tres individuos armados penetraron en el portal número 55 de la calle Atocha y se ocultaron un poco más arriba de la planta tercera, donde había un despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras (CCOO), la mayoría de los cuales pertenecían al PCE.

Los asesinos buscaban a Joaquín Navarro, considerado como el “enemigo número uno” del decadente sindicato vertical franquista, y quien había sido una pieza clave en la huelga de transportes que se había desarrollado en las semanas anteriores en la capital.

Éste es el pesado telón de fondo que está presente durante toda la narración de un libro como La soledad del caballo sin jinete. Una de sus protagonistas, una anciana llamada Soledad, fue testigo de los sucesos que se desarrollaron en el bufete situado en la madrileña calle de Atocha y aquellos recuerdos le han acompañado en los últimos treinta años.

A su lado conoceremos a Estrella, una joven de etnia gitana que viaja hasta Madrid, en respuesta a un anuncio puesto por Soledad, para encontrar una chica que le acompañe y le ayude en las tareas cotidianas. Sin embargo, hay otra razón para el viaje de Estrella hasta la capital de nuestro país. Estrella quiere encontrar alguna respuesta que le ayude a entender la muerte de su hermano Julián, el cual murió desangrado sobre su cama, en el hostal en el que vivía, tras ser apuñalado por unos desconocidos.

A Estrella se le escapan las razones que puedan justificar un acto como aquel. La única ilusión de Julián era convertirse en un bailador famoso y por ello decidió trasladarse hasta la capital. Su muerte y la ausencia de respuestas a las muchas preguntas que asaltaban la mente de Estrella terminaron por decidirla a emprender el mismo camino que su hermano.

Para su viaje sólo tiene un pequeño caballo de jade verde que su hermano se dejó olvidado y que se había convertido en una especie de talismán, como ya lo fuera de su Julián.

Un caballo de cara triste que parecía echar de menos a su jinete. Porque era evidente que aquel caballo había tenido un jinete, como lo demostraba el que aún conservara, en uno de sus costados, la bota del que lo había montado.

Al principio ambas mujeres deberán aprender a convivir juntas, pero tanto el talante de la anciana como el de Estrella son los idóneos para lograrlo en un poco tiempo. Cada una irá aprendiendo de la otra, a la vez que comienzan a compartir secretos cada vez más íntimos.

Lo que no estaba en los planes de ninguna de las dos era descubrir que la misma intransigencia que fuera el motor de los asesinatos de los abogados de la calle de Atocha, estuviera también en la base de la muerte del hermano de Estrella.

Los responsables de la muerte de tres abogados, un estudiante de derecho y un auxiliar administrativo, además de graves heridas a otras cuatro personas –entre ellas una mujer embarazada que perdió a su bebé- fueron los miembros del comando “Hugo Sosa” de la organización “Alianza Apostólica Anticomunista”, José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá, Fernando Lerdo de Tejada, su novia Gloria Herguedas, y Leocadio Jiménez Caravaca.

Como instigador de toda la acción estaba Francisco Albadalejo Corredera, secretario del Sindicato Provincial de Transportes, tremendamente molesto con una huelga en el sector de transportes que, según él, “era del todo inadmisible”.

En el camino que le llevará a Estrella a descubrir la verdad que se esconde tras la muerte de Julián, ésta se cruzará con el mismo monstruo que alimentó dictaduras como la española o la soviética, en plena represión orquestada por el camarada Stalin –tal y como le enseña a Estrella, Soledad-.

En esta ocasión se trata de un grupo neonazi llamado Sangre y Honor, los cuales llegaron a tener un puesto en el rastro madrileño en el que repartían propaganda y diversas insignias de la imaginería nacionalsocialista.

Desde su fundación, a finales de los años noventa, Sangre y Honor se había convertido en su grito de guerra detrás del que justificaban la guerra declarada contra las distintas razas, porque, según ellos, de la pureza de la raza surgirá la Europa aria. “De nuestra venganza, con la sangre derramada por los judíos y los masones, volveremos a la España Una, Grande y Libre, la España que nunca debió dejar de ser”.

Para Estrella el descubrimiento le hará entender los temores que, durante tantos años, habían perseguido a Soledad, sobre todo después de la muerte del marido de la anciana. Además, Estrella se dará cuenta de que aún quedan muchas barreras por derribar en nuestra sociedad moderna.

Uno de los supervivientes de la noche del 24 de enero de 1.977 Miguel Sarabia (fallecido en enero del presente año 2.007) destacó en su momento: Aunque ahora parezca poca cosa, el juicio de los asesinos de Atocha, en 1980 -pese a la arrogancia de los acusados, con camisa azul y muchos asistentes, también de uniforme-, fue la primera vez que la extrema derecha fue sentada en el banquillo, juzgada y condenada. Con el atentado buscaban una huelga general que desencadenara el golpe de Estado... Pero no lo consiguieron.

La muerte de Julián demuestra, tanto a Estrella como a los lectores, que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía hay muchos que piensan que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y están dispuestos a cualquier cosa para lograrlo.

Lo paradójico del caso, tal y como le comenta Soledad a Estrella, es que quienes más tenían en ese momento –y en la actualidad- fueron quienes más apoyaron todos aquellos sucesos, buscando no perder la situación de privilegio en la que se encontraban y sin importar quien debiera pagar por ello.

El resto de esta magnífica historia, originalmente pensada para un público juvenil, pero recomendada para cualquier edad, se esconde en este libro que merece la pena ser leído y que fue publicado, originalmente, en el año que se conmemoraban los treinta años de los sucesos del número 55 de la calle de Atocha.

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Así como hay traga-fuegos se podría decir que yo soy una devora-libros. Pequeños, grandes, para adultos, para niños, para reír, para llorar... Me da lo mismo, los engullo sin miramientos. Para mí, no hay nada mejor que un libro, una caja de galletas y horas libres, para rellenar con lectura.

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