Del frío de un búnker de Kiev a estudiar en una universidad de Canarias
El tiempo de verano ha llegado ya a Tenerife, pero Kateryna no puede desprenderse del frío de aquel búnker de Kiev. Aunque ya está a salvo en Canarias, las noches la devuelven al oscuro aparcamiento subterráneo en el que se refugió durante los diez días que sufrió la guerra en Ucrania. Desde que Rusia invadió el país el 24 de febrero, Kateryna comenzó a vivir en un coche en la tercera planta del aparcamiento de su edificio junto a sus padres y su hermana. Después de tres viajes en tren, uno en coche, y de coger dos aviones, Kateryna ha conseguido continuar sus estudios de Periodismo en la Universidad de La Laguna como estudiante invitada.
“En el búnker estábamos a cinco grados bajo cero. No había baño. Dormíamos con muchas mantas y abrigos. Cuando las alarmas antiaéreas dejaban de sonar, podíamos subir entre 15 y 30 minutos a la superficie para ducharnos, comunicarnos con nuestros familiares y coger comida”, recuerda. Las familias que no tenían coche tenían que dormir en el suelo. A pesar de estar bajo tierra, las paredes del parking no la aislaban del sonido de los disparos o de los bombardeos. El quinto día del conflicto, se rompieron varias ventanas del edificio. “Casi no dormíamos”.
Después de diez días de guerra, Kateryna y su hermana emprendieron un largo viaje para salir del país y reunirse con su tío Costa, que vive en Tenerife desde 1995. Su padre no podía marcharse, ya que todos los hombres de entre 18 y 60 años debían quedarse en el país para prestar servicio militar. Su madre no quería dejar a su padre solo.
“Teníamos que hacer el viaje a oscuras. Nos decían por la radio que apagáramos los móviles y las linternas para que no nos vieran los soldados rusos”, narra. El primer trayecto fue desde Kiev hasta Leópolis. Después de siete intentos para meterse en un tren en medio de una estación abarrotada, las dos hermanas consiguieron subir. Un recorrido que normalmente dura seis horas se duplicó. “No querían ir por los caminos normales, así que nos metimos por muchos bosques”.
De Leópolis, otro tren hasta la ciudad polaca más cercana, Przemysl. Desde allí viajaron hasta Krakovia, donde cogieron un coche hasta Katowice. En esta pequeña ciudad les esperaba su tío Costa para coger un avión hasta Fuerteventura, ante la falta de vuelos directos hasta Tenerife.
Cuando Kateryna tiene que hablar de su hermana, se le entrecorta la voz. “Ella está yendo a la escuela, pero echa de menos a nuestros padres, nuestra ciudad, y muchas veces llora. Todos los ucranianos que estamos en el extranjero ahora nos sentimos solos y tristes y queremos volver”. Kateryna cuenta que en Kiev, a pesar de las ruinas en la ciudad, la gente intenta rehacer su vida y acostumbrarse a esta nueva realidad, pero no es fácil. Mucha gente se ha quedado sin trabajo y los precios se han disparado.
Durante su trayecto, Kateryna era consciente de la amenaza de las redes de tráfico de mujeres y niños. “Vi mucho caos en las fronteras, con hombres que iban a recoger refugiados. Después, las familias verdaderas denunciaban su desaparición”, recuerda. En abril, la Policía Nacional detuvo en una estación de Madrid a un hombre que llegó de Polonia con dos jóvenes ucranianas de 15 y 16 asegurando ser su tío. El traficante pretendía prostituir a las menores.
Periodismo para denunciar la guerra
Kateryna empezó a estudiar Periodismo en Kiev el año pasado. Cuando llegó a España, encontró en la página web de la Universidad un enlace para refugiados ucranianos. Su tío Costa se encargó de enviar un correo electrónico a la institución. “Pocos días después nos mandaron una carta de invitación y Kateryna pudo asistir a las clases como estudiante invitada de Ucrania, aunque no está matriculada”, explica Costa.
Ahora están esperando a la firma de un nuevo convenio que permita que la joven ucraniana se matricule, tal y como han explicado a este periódico desde la Universidad. “Esperamos que a partir de septiembre pueda hacerlo”, desea Costa. Hasta ahora, Kateryna participa en algunas actividades grupales gracias a que sus compañeros se esfuerzan en traducirle las actividades y explicarle las tareas.
“Decidí estudiar Periodismo porque esta profesión es como un arte y, como la política, me permite decir lo que quiero”, asegura. “Los periodistas del mundo deberían mostrar la realidad de Ucrania. Vídeos, fotos y testimonios de las personas para que todo el mundo sepa lo que es la invasión rusa”. En su voz ya no hay rabia, solo tristeza.
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