Las seis hijas de la discordia a las que Massa se propuso salvar

Massa, la madre de la niña maliense que murió tras ser rescatada al sur de Gran Canaria

Alicia Justo

Las Palmas de Gran Canaria —

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“Mi vida no ha sido fácil”. La vida de Massa podría resumirse en las seis palabras que más repite y que más fidelidad guardan con su realidad, pues su existencia ha sido una constante batalla contra las adversidades a las que lleva años enfrentándose de diferentes maneras. Los obstáculos se le presentaron en su adolescencia en su ciudad natal, Bamako (Mali); en Nador (Marruecos), a donde huyó, y en el Océano Atlántico, donde la vida de su hija comenzó a apagarse. Nunca imaginó llegar a Gran Canaria. De hecho, nunca pensó en migrar a Europa porque solo tenía un propósito: escapar de su casa familiar. 

Massa tiene 30 años y hasta hace dos meses tenía seis hijas. Ahora tiene cinco. Este es el único momento en el que nombra veladamente a Eléne, su hija de dos años que falleció en el Hospital Materno Infantil de Gran Canaria después de una reanimación in extremis por una parada cardiorrespiratoria en el muelle de Arguineguín y de cinco días de agonía en la UCI. Es conveniente no hacerle preguntas al respecto, puesto que la Fundación Cruz Blanca, entidad que la acoge, está haciendo un trabajo a nivel psicológico que no debe entorpecerse. 

A Massa la casaron aún siendo una adolescente, no puede especificar si con 16 o 17 años; solo sabe que lleva muchos años viviendo en matrimonio. En Mali, según Unicef, un 30% de las mujeres casadas tiene menos de 18 años. Desde el primer día que entró a vivir en la casa de la familia de su marido, comenzaron los problemas, recuerda. Después, Massa dio a luz a una, dos, tres, hasta seis niñas. Y se convirtieron en las hijas de la discordia. La familia de su marido no quería más niñas desde el tercer nacimiento y los maltratos se convirtieron en norma, sobre todo por parte de su suegro, quien le recriminaba que no trajera al mundo a un varón. 

Recuerda que un día la engañaron para que fuera a comprar. Cuando regresó a la casa, su familia política se había llevado a tres de sus hijas para practicarles la Mutilación Genital Femenina (MGF). En Mali, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), a un 85% de mujeres se le ha sometido a la MGF, una intervención considerada por este organismo como una violación de los derechos humanos de las niñas y mujeres. “Yo no estaba de acuerdo, así que esto empeoró más la relación con la familia de mi marido y decidí que debía salir de esa casa. Por mi bien y por el de mis hijas”, asegura tajante. “Me dije hasta aquí. Yo no aguanto más”, recuerda. Esta no era la primera vez que le tentaba la idea de marcharse. Cuando dio a luz a su tercera hija se propuso escapar, pero su hermana la convenció de lo contrario alegando que si huía, haría sufrir a su madre. 

Sin embargo, a finales de 2019, sin consultarlo con nadie, cruzó la frontera con Mauritania con dos de sus seis hijas sin tener un plan fijo. “Yo ni podía pensar en coger un avión, tampoco tenía a nadie que me ayudara para cogerlo. Yo me estaba buscando la vida para salvarme”. Según cuenta, solo buscaba un lugar donde refugiarse pero por el camino algunas personas la animaron a pasar a Marruecos. Entre estos dos países estuvo algo menos de dos años. Recaló en Nador, la ciudad marroquí limítrofe con Melilla, donde tenía que pedir limosna diariamente para poder alimentar a sus hijas y sobrevivir. El miércoles era el día de la semana en el que se colocaban los mercadillos de frutas y verduras en las calles y podía recuperar de la basura la comida sobrante de la que los comerciantes se deshacían. El resto de su día consistía en una huida cansina de la policía, de quien se escondía para que no la detuviera. “Los días en Marruecos tampoco fueron fáciles”, repite. 

Un día, los traficantes las llevaron a Dajla, desde donde embarcaría rumbo a Canarias. Asegura que las trasladaron junto a otras personas a una gran zona descampada donde no se veía nada y donde apenas pudieron comer. No se les permitía alimentarse por el día, solo al caer la tarde cuando un hombre que dirigía el grupo les proporcionaba un pan que debía ser compartido entre dos o tres personas, una lata de sardinas, algo de agua y a veces zumo. Aquí permanecieron cuatro días y fue donde comenzó a temer por su vida si cogía la patera. ''Tenía mucho miedo del agua ya que el sonido del agua en esa zona donde íbamos a coger la patera era muy muy fuerte'', apunta.

“Pero no podías volver para atrás porque si vuelves, te pegan o son capaces de matarte. Cuando tú ya estás en ese punto, sí o sí tienes que entrar en la patera”. Recuerda que algunos de sus compañeros recibieron golpes por negarse a embarcar. Ya en el mar, Massa pasó mucho miedo. Narra que fueron cuatro días de sufrimiento donde el frío fue lo de menos. Le tenía pavor al agua. Según el relato que algunos supervivientes le proporcionaron después a la Policía y a la Fiscalía, en este trayecto fallecieron nueve personas. Después de la llegada a Arguineguín, la historia ya se conoce. 

Massa sostiene con mucha firmeza que aunque su cuerpo esté en Gran Canaria, su mente y su corazón se encuentran en una casa de Bamako donde viven sus otras cuatro hijas. “Lo que yo viví no quiero que mis hijas lo vivan. Pienso día y noche en mis hijas, en cómo puedo hacer para traerlas aquí”, expresa tocándose con rapidez las sienes, como si sus enérgicos dedos pudieran ayudarla a enviarles una solución.

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