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Los satélites privados se lanzan a por el espacio y amenazan con hacer sombra a las estrellas

Lanzamiento del quinto lote de 60 satélites de Starlink por Space X el 17 de febrero desde Florida

Adrián Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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Después de revolucionar los pagos online con PayPal y la automoción con los coches eléctricos Tesla, el empresario sudafricano Elon Musk se ha lanzado a la conquista del espacio con Space X. Su empresa aeroespacial ha lanzado este enero 120 satélites para empezar el desarrollo de su red global de internet satelital Starlink, poniendo en alerta a la comunidad astrofísica por los efectos sobre la ciencia de la saturación de los cielos.

El proyecto Starlink quiere llevar los satélites comerciales a un nuevo nivel, poniendo en órbita en pocos años seis veces el número total de satélites actualmente operativos, 12.000 artefactos de Starlink en la baja órbita del planeta frente a los cerca de 2.000 totales a día de hoy. Esta megaconstelación de satélites pretende acelerar la conexión a internet y hacerla accesible a todo el mundo a bajo coste.

Los astrofísicos aseguran que las señales emitidas por los satélites y el reflejo de la radiación en sus estructuras amenazan sus investigaciones. Además, temen que Starlink sea solo el comienzo de la expansión de las empresas privadas al espacio, con empresas como Blue Origin o OneWeb interesados en seguir la senda de Musk.

Para poner coto a los efectos negativos que pueda tener esta creciente industria, los astrónomos piden que se cree un nuevo organismo con autoridad en cuestiones espaciales. “Nuestra política en la Tierra depende de los ayuntamientos, las autonomías y los estados, pero en el espacio nadie tiene competencias. Antes no pasaba nada porque había solo dos superpotencias con acceso al espacio, pero ahora hay muchos países y muchas empresas privadas lanzando objetos al espacio a precios más bajos”, explica Héctor Socas-Navarro, investigador del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) y director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife.

Según el astrofísico, todos los amantes del cielo se verán afectados por las megaconstelaciones de satélites, desde el aficionado con un pequeño telescopio hasta los científicos con los sistemas más avanzados. Sin embargo, las investigaciones que más las sufrirán serán las que trabajan con radioastronomía y grandes cartografiados.

La radioastronomía, que estudia los objetos celestes midiendo su radiación electromagnética, sufriría interferencias en sus estudios debido a las señales de radio emitidas por los satélites y a cómo se reflejan otras señales de radio en sus cuerpos. Los radiotelescopios se suelen construir alejados de los núcleos de población para evitar interferencias de las infraestructuras de telecomunicaciones, pero no tendrían escapatoria frente a los proyectos como Starlink.

Los grandes cartografiados sufrirían especialmente el impacto de los satélites porque necesitan captar amplias secciones del cielo con tiempos de apertura largos para encontrar objetos poco brillantes, ampliando las posibilidades de que pasen los satélites por delante y dejen trazos en sus imágenes.

Socas-Navarro ha visto ya los rastros de los satélites de Starlink a simple vista. “Estaba saliendo del IAC una noche con unos compañeros cuando vimos unas líneas muy finitas cruzando el cielo. No sabíamos qué estábamos viendo y quedamos muy sorprendidos por lo brillantes que eran”, cuenta. El investigador explica que una vez alcanzan su altura de órbita de 550km, los satélites no son tan brillantes como durante el lanzamiento, pero pueden seguir viéndose a simple vista.

Tras las quejas iniciales de la comunidad científica, Elon Musk prometió que haría menos brillantes sus satélites. Sin embargo, según Socas-Navarro, esto no es tan sencillo. El primer obstáculo es su tamaño, ya que los satélites necesitan ser grandes para incorporar todos sus instrumentos y tener mayor vida útil. Además, aunque Musk proponía pintar los satélites de negro, eso hace más difícil su gestión del calor, un elemento esencial para su resistencia en el espacio. Por otro lado, los satélites portan unos grandes paneles fotovoltaicos para abastecerse de electricidad que no se pueden pintar.

La saturación de la órbita terrestre con grandes números de satélites eleva también el peligro de colisión entre ellos. Un satélite de Starlink tuvo en 2019 un acercamiento peligroso al satélite Aeolus para observaciones del cambio climático de la Agencia Espacial Europea (ESA). La empresa basada en California no respondió a las alertas de la ESA, obligando al satélite de la ESA a utilizar combustible para desviar su trayectoria, acortando por tanto su vida útil.

“La convivencia en el espacio se basa en tratados internacionales y en la buena vecindad, pero eso ya no es suficiente”, dice Socas-Navarro. El investigador insiste en que se pongan límites a los intereses privados en el espacio: “No puede ser que cualquiera que tenga dinero pueda hacer lo que le dé la gana en el espacio”.

El astrofísico del IAC afea a Elon Musk unas declaraciones que hizo en mayo de 2019 a través de Twitter asegurando que el impacto de Starlink en la astronomía sería prácticamente nulo y que, de todas formas, el futuro de la astronomía pasa por sacar los telescopios de la tierra poniéndolos en órbita. El argumento de Musk es que los satélites espaciales son mejores porque evitan las interferencias causados por la atmósfera.

“El espacio te da la ventaja de quitar el impacto de la atmósfera, pero desde tierra podemos tener telescopios más grandes y sofisticados”, explica Socas-Navarro. “El abaratamiento de los lanzamientos y la mejora de las conexiones a internet son buenos para todos, y sin duda han beneficiado a la astronomía, pero hay cosas que podemos hacer desde tierra y cosas que podemos hacer en órbita. Necesitamos las dos armas contra los misterios del universo”.

Los mayores proyectos astronómicos hoy en día, aparte del Telescopio Espacial James Webb, son los telescopios basados en tierra de treinta y cuarenta metros. Uno de ellos, el Telescopio de Treinta Metros (TMT) tiene a la isla de La Palma como posible ubicación si los conflictos con las comunidades nativas de Hawaii entorno al emplazamiento en el monte Kauna Kea, que consideran sagrado, no se resuelven.

El investigador y director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de Tenerife advierte de que lo que está en juego no es solamente la investigación astronómica. Además de ser nuestra ventana al universo, el cielo nocturno es parte de nuestro patrimonio natural y cultural.

Socas-Navarro compara la protección del cielo con la protección de los parajes naturales.  Asegura que, igual que no permitimos el afloramiento de carteles publicitarios en la cima del Teide, no deberíamos permitir el lanzamiento descontrolado de objetos al espacio.

“El cielo es un patrimonio natural e histórico muy particular. Es universal porque todos vemos el mismo cielo y, además, es un patrimonio cultural de todas las civilizaciones humanas de la historia. El cielo que estamos viendo ahora es el mismo que veían los guanches y los egipcios y los sumerios antes que nosotros, estableciendo una conexión a lo largo de los milenios entre las distintas culturas humanas,” añade.

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