Treinta segundos

Se cumplieron los pronósticos en el pleno de la moción de censura en el Cabildo de Gran Canaria: José Manuel Soria no resistió ni treinta segundos como líder de la oposición. Salió literalmente corriendo de la Corporación de la que durante cuatro años fue presidente con mayoría absoluta. Antes, eso sí, dejó sembrada la semilla de la confrontación, de la soberbia, de la altanería, del desprecio por las mínimas normas de convivencia y estilo democráticos. José Miguel Pérez, del PSOE, pasó a ocupar la presidencia dieciséis años después de que una moción de censura idéntica descabalgara al también socialista Carmelo Artiles. Algunos de los censurantes de la cosecha del 91 estaban allí este lunes. Censurando de nuevo, pero en sentido inverso.

Efectivamente, los de “con el PP ni de coña” han cumplido por fin con aquel grito de guerra que, sin embargo, terminó por contribuir a que el partido primero de Bravo de Laguna y ahora de Soria haya estado doce años en las principales instituciones grancanarias.

Ahora toca cambio. Y si Carmelo Ramírez se ocupó en el 91 de mandar a Carmelo Artiles a la oposición, este lunes le correspondió a Manuel Lobo hacer de atrabiliario defensor de las mismas teorías empleadas por el PP para desacreditar la moción de censura suscrita contra Soria por el PSOE y Nueva Canarias. El ex rector trató de hacerse el ingenioso y le salió un churro. Se trajo el discurso escrito de casa y le dio lo mismo que no casara lo dicho por José Miguel Pérez con lo que él iba a leer a continuación.

Lobo dejó claro, eso sí, que no se entera de nada. De entrada, dijo haber echado en falta en las palabras del nuevo presidente una referencia a la ubicación de la nueva cárcel, cuando todo el mundo en Gran Canaria sabe que ya han comenzado las catas en Juan Grande. También dejó claro que entre su prioridad está la implantación del gas “de una vez” y que alguien le explique qué cosa es esa de “esponjar la renovación de la planta turística obsoleta”.

Como un Urdaci cualquiera, se refirió a Nueva Canarias solamente por sus siglas, y tachó de personajes “figurones” a los protagonistas de la censura en un largo y poco afortunado recorrido por las diversas modalidades de la comedia, evitando cuidadosamente referirse a la comedia bufa, donde inmediatamente lo habría encuadrado el respetable. Sari Chesa lo haría mucho mejor.

José Miguel Pérez leyó un discurso largo, de doce folios, donde se detuvo poco en criticar al presidente saliente, pero al que no perdonó sobre todo los gestos externos, la mala gestión y la ausencia de democracia en la Corporación. Luego se puso a hablar de futuro, algo que a priori resulta muy poco popular y antiperiodístico pero que quizás sea lo que más reclama el ciudadano grancanario, hastiado de tanto pugilato.

Pérez hizo un par de anuncios de relumbrón, como la apertura de una oficina del Parlamento en la sede del Cabildo, la conversión de la isla en una biópolis (desarrollo industrial basado en la biotecnología y las nuevas tecnologías), la creación de una agencia pública para la reconversión de la planta turística obsoleta o la celebración de un pleno extraordinario para dar a conocer el programa detallado de gobierno.

Pero los gestos fueron quizás lo más importante. Aprovechando que quien presidía la mesa de edad y por lo tanto el pleno era el socialista Demetrio Suárez, minutos antes de comenzar la sesión Pérez pidió que la mesilla con la Constitución sobre la que habría de prometer su cargo no se situara sobre la tarima famosa de los seis escalones, sino al mismo nivel que el resto de los consejeros de la Corporación.

Lo recalcó una muy prometedora Encarna Galván, que asumió desde este lunes la portavocía socialista, y que anunció que se suprimirán las alturas y los comportamientos altaneros y se habilitará una sala más adecuada para la participación del público y mayor comodidad para los medios de comunicación.

Galván repartió estopa a diestro y siniestro, y sin llegar a la crueldad, puso en su sitio a Manuel Lobo, que se abstuvo en la votación.

Más incisivo, mejor orador que ninguno y con un manejo de la escena que promete convertir los plenos del Cabildo en algo mucho más entretenido que lo visto las últimas décadas, Román Rodríguez empezó arrancando los aplausos del público y terminó prácticamente humillando al presidente saliente, al que no perdonó apenas nada de su comportamiento político.

Larry Álvarez no sorprendió a la concurrencia, aunque sí contradijo los anuncios de su jefe de filas, que había asegurado al defenderse de la moción de censura que no habría descalificaciones para nadie. Álvarez no le hizo ni puñetero caso, y lo más bonito que dijo de los censurantes es que eran unos verdaderos mentirosos. Se empeña el PP de aquí y de allá en colgar ese defecto a sus adversarios olvidando que es precisamente eso de mentir lo que más le reprochan los ciudadanos. Asesores tendrá el partido que aconsejarán inocularse la bacteria, a ver si así.

Soria se movió en el complicado y movedizo territorio de dar por legítima una moción que la toca verdaderamente las narices y justificar sus cuatro penosos años de gobierno. Que si el transporte para los minusválidos, que si las mil plazas para mayores que nunca creó, que si la economía va bien, que si la cultura grancanaria se mueve por el mundo... Ni una sola referencia al varapalo dado por los electores, ni el mínimo acercamiento a la autocrítica. Más bien insistió en el error que cometían los censurantes y en la joya que se pierden los grancanarios.

No aguantó ni treinta segundos en la oposición. Le incomodaba tener que soportar a tanto ser inferior lavándole la cara, así que sin que se hubieran apagado los micrófonos, felicitó a José Miguel Pérez y se echó a correr. Ni siquiera atendió a los medios informativos, tarea que dejó para ese impagable subalterno que es Larry Álvarez.

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