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Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

¿PORCO ROSSO?... POR SUPUESTO.

Y dicha epifanía estaba relaciona con una de las grandes realizaciones del director japonés, Hayao Miyazaki, estrenada en el año 1992 y que, poco a poco, fue llegando al resto del mundo conocido, que no civilizado. La película en cuestión se llama Porco Rosso y su idea, puesta en escena y desenfreno narrativo reúne las premisas fundaciones del festival de cine finlandés; es decir, amor, pero no demasiado, y anarquía, eso sí, mucha, mucha anarquía.

Porco Rosso es una historia de pilotos, la mayoría de ellos bastante colgados -sobre todo los que enarbolan la bandera de la piratería aérea. Es, también, una historia de aviones, sobre todo hidroaviones, tan rápidos y majestuosos como letales y peligrosos. Es una historia sobre los albores de la aviación y de la guerra protagonizada por aquellos primitivos caballeros del aire, por mucho que suene extraño, tratándose de un conflicto bélico. Y es una historia que nos muestra la enorme sensación de libertad que se tiene volando entre las nubes, lejos de las tribulaciones del mundo, mal llamado civilizado. Poco importa que Porco Rosso sea un cerdo antropomórfico, en vez del ser humano -Marco Pagot- que era durante la contienda mundial. Porco es un piloto que solamente es feliz cuando está volando en su carmesí aparato, a imagen y semejanza del barón Manfred von Richthofen, y esa máxima nadie la puede negar. Incluso, su antagonista, el petulante Donald Curtis siente y se comporta como Porco Rosso, algo que igualmente se puede aplicar a la pléyade de piratas aéreos, dignos de una película de los estudios Keystone.

Tampoco hay que olvidar que Hayao Miyazaki nunca ha disimulado su querencia para con el mundo de la aviación, pasión que empezó siendo un niño, cuando la empresa familiar fabricaba motores para las fuerzas aéreas japonsas y que, luego, fue creciendo con el transcurrir de los años. No es de extrañar que, cuando el animador y dibujante debió buscar un nombre para su empresa, decidiera llamarla Ghibli, un vocablo de origen árabe que luego fue utilizado por los aviadores italianos de las Segunda Guerra Mundial cuando querían referirse al abrasador y fortísimo viento que se desataba sobre las arenas del desierto africano. Por añadidura, el potente motor que terminará montando el Savoia S-21 de Porco Rosso, una vez que éste debe ser reparado por Piccolo y Fio, es nada más y nada menos que un modelo de la marca… ¡Ghibli!

Porco Rosso es, a su vez, una película en contra de los totalitarismos, en este caso particular, contra el fascismo que asoló las mentes y las vidas de los italianos durante cerca de tres décadas y que llevó al país transalpino a formar parte de los Países del Eje, junto a la Alemania nacionalsocialista y el imperio japonés, con desastrosos resultados, todo sea dicho.

El director y guionista de la historia, la cual está basada en el Hikōtei Jidai (The Age of the Flying Boat. 1989), también obra del autor, utiliza dicha circunstancia socio-política para explicar parte del rechazo que profesa el personaje para con su entorno pero, a su vez, sirve para que podamos comprobar la camaradería y el estricto código que mantienen los pilotos, incluso aunque no peleen en el mismo bando. Esquiroles los hay en todos sitios y ya se sabe que, antes que las ratas, son los cobardes, los vende-patrias y los especuladores los que abandonan primero el barco.

Al final, Porco Rosso, los piratas aéreos y el ya mencionado Donald Curtis se mueven llevados por un sentimiento totalmente anárquico, carente de toda lógica, pero impregnado por un romanticismo que hoy se consideraría absurdo y totalmente pasado de moda. Los tiempos han cambiado, la estupidez de la raza humana ha aumentado de forma exponencial y ahora, encima, hay canales de comunicación que llevan dichas estupideces hasta el infinito, y más allá.

Por todo ello, y a pesar de los vaivenes y altercados que he tenido en mi vida profesional por culpa de mi querencia para con el sobresaliente trabajo de Hayao Miyazaki -mamarrachos obtusos de mente los hay en todos sitios, debo añadir- considero que Porco Rosso es un magnífico ejemplo del espíritu transgresor que lleva impregnando el festival de cine finlandés durante tres décadas y que espero que continúe haciendo otras tantas, aunque yo ya no lo cubra como profesional.

Además, siempre me he preguntado qué fue lo que ocurrió con Porco Rosso tras el enfrentamiento con Donald Curtis y el furtivo beso de Fio Piccolo. Éste se me antoja tan buen momento para averiguarlo como otro cualquiera.

El resto, como todas las veces anteriores, corre de su cuenta, nada más se apaguen las luces de la sala.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2018

Porco Rosso © 2018 Studio Ghibli, Japan Airlines, Nibariki, Nippon Television Network, TNNG, Toho Company & Tokuma Shoten.

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