Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
¿QUÉ MÁS NOS TRAJO NIGHT VISIONS BACK TO BASIC 2017?
El quince de septiembre del año 1950, una fuerza compuesta por 261 navíos -los cuales transportaban un total de 75.000 soldados, además de un número indeterminados de aviones- desembarcaron en la ciudad costera de Inchón, primer paso para reconquistar la capital de Corea del sur, Seul, en manos, en aquellos instantes, de las fuerzas conjuntas de Corea del Norte y China.
El asalto, cuyo nombre en clave era Operation Chromite, fue considerado una temeridad por buena parte de los responsables de las fuerzas de las Naciones Unidas que participaban en el conflicto, además de por el propio estado mayor del régimen de Corea del Norte. Luego, tal osadía acabó siendo conocida como “la campaña de las escaleras”, dado que las fuerzas que desembarcaron en las costas que bordeaban la ciudad coreana debieron hacer uso de unas escaleras, especialmente diseñadas para la ocasión, para poder superar el desnivel que encontraron nada más desembarcar.
El artífice y principal impulsor de la campaña fue el general Douglas MacArthur, comandante en jefe de las tropas enviadas por la ONU, tras la invasión de Corea del Sur por parte de tropas de Corea del Norte, apoyadas, éstas, por China y, en menor medida, por la Unión Soviética.
MacArthur -uno de los militares más importantes y trascendentales, dentro de la historiografía militar contemporánea, sobre todo cuando se habla de la Segunda Guerra Mundial desarrollada en el Pacífico- hizo caso omiso de aquellos que le advirtieron del peligro que suponía atacar Inchón y, gracias a la información facilitada por un grupo de soldados de inteligencia infiltrados tras las líneas enemigas, lanzó un masivo ataque anfibio que, en tan sólo cuatro días, logró su propósito.
La información facilitada por el mencionado grupo, cuyo nombre en clave fue Trudy Jackson, se desarrolló dos semanas antes del asalto. Sus máximos responsables fueron el teniente de la marina norteamericana Eugene F. Clark; el también teniente de marina Youn Joung, oficial surcoreano; y un antiguo miembro del servicio de inteligencia de Corea del sur, el coronel Ke In-Ju. Después, todo el esfuerzo bélico invertido en la operación y la contienda misma, quedo en nada, ante el cierre en falso y sin consensuar de una contienda que, en pleno siglo XXI, sigue generando tensión entre los dos bandos que se enfrentaron, hace ya seis décadas.
Operation Chromite (In-cheon sang-ryuk jak-jeon), película dirigida por John H. Lee, cuenta con un reparto coral que junta actores coreanos con actores anglosajones, en especial, con el gran Liam Neeson en el papel del general Douglas MacArthur, y rememora aquel suceso, aunque éste se mueva más en medio de la épica y no del rigor histórico. No obstante, la película, protagonizada por los actores coreanos Jung-jae Lee y Beom-su Lee, además de por el ya mencionado Neeson, mantiene, durante todo su metraje, una intensidad narrativa que en nada desmerece el producto final y, de tanto en tanto, intercala esos pequeños detalles que hacen que las contiendas, a pesar de su crudeza, terminen por ser atractivas, sobre todo por las relaciones que se establecen entre quienes deben pasar por una situación tan infernal como ésa.
Tampoco quiero olvidarme de la forma en la que está plasmada la personalidad del general MacArthur, militar de la vieja escuela, amante de la confrontación y de la guerra como un medio de conseguir un fin, pero que, por encima de todo, era un soldado que no coqueteó con la política como sí hicieron otros miembros del estamento militar norteamericano, una vez que la Segunda Guerra Mundial finalizó. MacArthur quería ganar las guerras en el campo de batalla, no en los despachos del Capitolio y eso le hizo merecedor de no pocas críticas, además de por sus opiniones para con las sucesivas administraciones demócratas con las que le tocó tratar.
Sea como fuere, la pequeña gran gesta de un grupo de soldados, los cuales lograron que el escenario más adverso se transformara en el más óptimo, tal y como sucedió en el desembarco de Inchón, bien merecen los 111 minutos que dura la película de John H. Lee, según un guión de Man-Hee Lee, el cual contó con diálogos adicionales en inglés del propio director y del actor Sean Dulake, quien da la réplica a Lt. Col. Edward L. Rowny.
La guerra, pero en este caso, la guerra que se desarrolla en la “tramoya” de todo conflicto -la que libran las fuerzas especiales de uno u otro bando- es el tema que da pie a la película del director japonés Yûji Shimomura, Re: Born. A este director se le conoce por su labor como coreógrafo y responsable de los especialistas y de las escenas de acción de películas tales como Shinobi (2005); The Warrior's Way (2010); Gantz: Perfect Answer (2011) o Library Wars (2013).
Re: Born bien podría ser una reinterpretación del mítico personaje gráfico The Phantom: the ghost who walks, creado por Lee Falk en la década de los años treinta del pasado siglo XX, pero situando la acción en el presente y con unos actores bien distintos. El concepto de este personaje, The Phantom, que parece ser inmortal y que se mueve a lo largo de los siglos, décadas, en el caso de la película, permanece latente en toda la narración.
Poco se sabe del personaje principal y de las razones que lo llevaron a dejar atrás su vida, salvo por algunos flash-back fragmentados a lo largo del metraje, sobre todo en la parte inicial. Lo importante es que él representa para sus antagonistas una suerte de fantasma, un “hombre del saco” moderno y mucho más aterrador. Además, y a diferencia del personaje gráfico, este “fantasma” prefiere usar armas blancas antes que las automáticas de las que hace gala The Phantom, razón por la cual sus ataques son más difíciles de oír y, por lo tanto, prever.
No obstante, los antagonistas a lo que se deberá enfrentar el personaje de la película de Yûji Shimomura son mucho más descarnados y sádicos que cualquiera de los delincuentes dibujados por Lee Falk en las tiras de prensa del personaje gráfico. Como todo, con el tiempo, los malvados se vuelven sociópatas y el mejor ejemplo es la joven a la que el personaje principal, ese fantasma renacido que da nombre a la película, debe enfrentarse en la larga, dura y espectacular secuencia final. La joven, carente de todo freno y cortapisa moral, vuelca todos sus esfuerzos en causar la mayor destrucción posible y acabar con su enemigo, sin reparar en gastos. En esto, la película plantea cómo los gobiernos -con tal de limpiar la basura que van acumulando durante su mandato- no dudan en apadrinar cualquier iniciativa que les libre de tan molesta carga. Luego vienen los problemas cuando el/ los encargados de tal labor están mal de la cabeza, pero, para cuando se sepa, quienes tomaron la decisión original ya estarán lejos, disfrutando de los dineros que malversaron durante su mandato.
En el caso de Coll Hell, primer thriller cinematográfico rodado en Austria de la mano de Stefan Ruzowitzky -director galardonado con un Oscar de la Academia en la categoría de película de habla no inglesa por su película Die Fälscher (Los falsificadores) en el año 2008- la historia va por otros derroteros. El director, que también acudió a la cita finlandesa, expresó su satisfacción por ser el responsable de rodar un thriller de acción y suspense en las mismas calles de Viena, la capital de su país, pero que también se detiene a contar los problemas de la sociedad austriaca, sobre todo por el choque de culturas que se produce al juntar a personas de diferentes países, con diferentes formas de entender la vida y en un mismo espacio.
Coll Hell (Die Hölle) se sustenta en los avatares del personaje interpretado por la actriz de origen eslavo Violetta Schurawlow, quien da la réplica a Özge Dogruol, una dura, áspera y resolutiva mujer de ascendencia turca quien, desafiando el “status quo” asignado a las hembras dentro de la sociedad musulmana, lleva una vida al margen de los dictados de sus padres y del resto de su familia, mientras recorre las calles de Viena conduciendo un taxi, mayoritariamente durante el turno de noche.
Saeed el Hadary (Sammy Sheik) perseguido por Özge (Violetta Schurawlow)
Su vida, dividida entre su trabajo y sus sesiones de entrenamiento en el gimnasio, se ve truncada cuando es testigo de un asesinato que se comete enfrente del piso en el que vive. Hasta allí acudirá la policía, estamento representado por el detective Christian Steiner (Tobias Moretti), un curtido agente que, con el paso del tiempo, no solamente abandonará su actitud racista y machista para con la mujer, sino que llegará a entenderla, respetarla y admirarla por su forma de hacer las cosas, aunque, eso sí, le acarree más de un dolor de cabeza, por no decir, directamente, una migraña monumental.
La virtud del guión de Martin Ambrosch reside en mezclar todos los elementos que rodean a la vida de la protagonista, añadir aquellos que definen al personaje del policía, y para colmar el vaso, los asesinatos de un demente que se deleita haciendo sufrir a toda mujer musulmana que caiga en sus redes, sobre todo aquéllas que no se comportan como deberían, según su fanatismo ideológico, claro está. Al hacerlo, y sin caer en los maniqueísmos de rigor, queda claro que el problema del ser humano reside en su tendencia a radicalizar las cosas, sin reparar en las consecuencias que tal comportamiento pueda acarrear a quienes tratan de sobrevivir en una sociedad cualquiera. Una vez que los dos personajes principales aúnan fuerzas contra un enemigo común y dejan atrás sus miedos y neurosis es, entonces, cuando la balanza se desequilibra a su favor y no antes, cuando cada uno es incapaz de sentir empatía por su semejante.
Coll Hell es una película ambiciosa no sólo por el mismo coste de producción, sino por plasmar los problemas de una comunidad, la turca, muy asentada tanto en Austria como en la vecina Alemania, poseedora de una cultura y de unas tradiciones que pueden llegar a lastrar tanto la vida de quienes se han criado dentro de ella como la de quienes la ven desde fuera. Al final, los monstruos pueden ser tanto los que asesinan, como los que abusan de sus hijos, o aquéllos que se aprovechan de su situación de privilegio para medrar o condicionar la vida ajena, sin reparar en el daño que ocasionan.
Termino este recorrido por la edición de primavera del festival Night Visions con una película de género, Daylight´s End, una de esas películas que han logrado captar un público fiel y constante para los intereses de quienes, año tras año, continúan apostando en Finlandia por un cine denostado en nuestras latitudes patrias, salvo contadas excepciones.
Y es que Daylight´s End nos retrotrae a las producciones de finales de los años ochenta y principios de los noventa del pasado siglo XX, instantes en los que uno iba al cine a pasarlo bien y no a buscar el sentido a la vida o, peor aún, a buscarle defectos al diseño de producción.
Dirigida por William Kaufman, escrita por Chad Law e interpretada por Johnny Strong, Louis Mandylor -en la segunda colaboración de ambos con el director- y el siempre resolutivo Lance Henriksen, actor mítico cuando se habla del cine de género, Daylight´s End parte de una serie de premisas por todos conocidas.
Rourke (Johnny Strong)
La primera y principal es que el mundo se ha visto devastado por una epidemia, útil recurso para acabar con la sociedad tal cual la conocemos, y los pocos supervivientes deben hacer frente a una horda de criaturas sedientas de sangre, una suerte de zombis, que, a imagen y semejanza de los chupasangres, no toleran la luz del sol. En medio de todo este escenario está el personaje al que da vida Johnny Strong, Rourke, versión actualizada de Max Rockatansky, aunque sin perder el carácter pétreo e inmutable del personaje inmortalizado por Mel Gibson en la gran pantalla. De él solamente sabemos que perdió a su familia -al igual que le sucede al oficial de policía Rockatansky de la saga Mad Max- y que, a partir de entonces, recorre el mundo tratando de hacer ¿lo correcto?, aunque esto último suene “marciano” en medio de un escenario en donde las reglas, todas las reglas quedaron olvidadas y/o enterradas, tiempo atrás.
Rourke se topará con Sam (Chelsea Edmundson), integrante de un grupo de supervivientes liderados por un antiguo capitán de policía, Frank (Lance Henriksen), los cuales sobreviven en las dependencias de la comisaria que un día dirigiera el último. Tras una de las muchas escaramuzas que llenan los 105 minutos del metraje -magníficamente desarrollados por el director-, la pareja formada por Sam y Rourke logra llegar hasta el santuario erigido por Frank y, a partir de ese momento, las tensiones, las decisiones y algún que otro recuerdo, se intercalan para irnos preparando para el enfrentamiento final.
La mayor virtud de la película reside en que no quiere, ni pretende contar otra cosa que no sean las peripecias vitales de un grupo de personas atrapadas en el peor escenario posible. Los infectados son gregarios y se mueven por sus instintos más básicos mientras que los humanos, a pesar de la situación en la que están, continúan pecando de los mismos defectos que cuando en el mundo había una suerte de sociedad civilizada.
Rourke, por su parte, es un superviviente, ni más ni menos. Hace tiempo se olvidó de las taras y de los prejuicios que todavía persiguen a buena parte de los humanos con los que deberá compartir una nueva batalla, tal y como le sucede a Max, al final de la segunda entrega cinematográfica. En el caso del segundo, su situación no le permite buscar otra salida. Rourke, sin embargo, se aferra a su código ético y permanece junto a Sam, Frank y el resto de los supervivientes, una circunstancia, otra, que lo emparenta con el personaje creado por George Miller y Byron Kennedy, cuatro décadas atrás, para la saga Mad Max. Al final, y siguiendo la estela del guerrero de la carretera, Rourke toma la única decisión posible, más si se tienen en cuenta sus antecedentes y la coherencia que demuestra a lo largo de toda la película.
Daylight´s End no es de las películas que logran llenar las salas cinematográficas, no hoy en día, pero que sí que te dejan un muy buen sabor de boca y la sensación de no haber perdido el tiempo. ¿Suena simplista? ¡Sí, lo es! En medio de tanta película que cuenta en tres horas lo que se podría tratar en noventa minutos -y sin necesidad de recurrir a elipsis, requiebros mentales y movimientos de cámara innecesarios- la película de William Kaufman supuso todo un remanso de paz, concepto que también se puede encontrar en un festival como Night Visions.
¿Y el futuro? Hablamos en seis meses.
© Eduardo Serradilla Sanchis, 2017
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