Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
EL FOTOGRAFO DE MAUTHAUSEN. NORMA COMICS.
Transcripción de la conversación entre Marie-Claude Valliant-Couturier, símbolo de la resistencia gala, superviviente de los campos de concentración y exterminio de Ravensbrück y de Auschwitz II–Birkenau y Francisco Boix, fotógrafo, veterano de la Guerra Civil española y contra la ocupación alemana, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, y superviviente del campo de exterminio de Mauthausen. La conversación fabulada y luego escrita por el guionista Salva Rubio, a modo de continuidad para la obra gráfica El fotógrafo de Mauthausen, bien pudiera haberse desarrollado de la misma forma, tras los dos días que pasó el superviviente español declarando ante los letrados del tribunal reunidos en la ciudad alemana de Nuremberg, en el año 1946 del pasado siglo XX.
El diálogo con el que empieza esta reseña sirve para explicar, mal que me pese, la concepción que hoy en día se tiene acerca de lo que sucedió en buena parte de Europa durante una década. Da igual la cantidad de libros, artículos, películas, fotos y documentales que puedas llegar a leer o ver sobre este tema. En 1992 visité una exposición organizada en el Museo de Guerra Imperial británico, exposición que incluía una recopilación de algunas de las películas rodadas por las tropas norteamericanas cuando éstas liberaron los campos de exterminio, a finales de la Segunda Guerra Mundial. Tan solo eran cuarenta y cinco minutos, con una advertencia previa que venía a decir que el museo no se responsabilizaba de los efectos que aquellas imágenes pudieran llegar a tener en los visitantes… Éstas, de una brutalidad prácticamente imposible de definir, ni siquiera eran capaces de reflejar lo que sucedió dentro de aquellos mataderos.
Con el paso del tiempo, la sociedad resultante de aquella contienda ha pretendido combinar un estudio racional de lo que aconteció con una suerte de olvido selectivo que ha terminado degenerando, no ya en una negación, sino en reducir algo tan terrible como fue el Holocausto a unas simples líneas impresas en los libros de texto de Historia.
En nuestro país se ha llegado al disparate de acusar a quienes pensamos que el estudio de la Historia es fundamental de querer sembrar la discordia y de un megalómano sentido de la revancha, en vez de aceptar que hoy en día, en pleno siglo XXI, se sigue sin asumir la deuda que se tiene con quienes desaparecieron durante la Guerra Civil española y con todos aquellos que tuvieron que pasar por el calvario del exilio, muchos de los cuales, como Francisco Boix, terminaron en un campo de exterminio alemán.
El Fotógrafo de Mauthausen, obra de Salva Rubio, Pedro J. Colombo y Aintzane Landa, busca revindicar la persona del único español, apátrida en ese momento, que declaró en el tribunal de Nuremberg en 1946 y que, además, logró rescatar una ingente cantidad de fotografías tomadas por los responsables de Erkonnungsdienst, el servicio de identificación que dependía de la Gestapo y la Politische Abteilung.
La misión de este organismo era documentar gráficamente la entrada y salida de los deportados a los campos, aunque también hacía otros trabajos privados para soldados y oficiales alemanes. El afán organizativo y documental de éste le llevaba a tomar fotos de cada uno de los presos muertos en circunstancias dudosas o poco claras, llegándose a archivar cinco copias de cada caso.
Para Francisco Boix este hecho fue fundamental, porque, desde niño, aprendió los rudimentos de la fotografía y gracias a su experiencia y conocimientos el prisionero español número 5185 -que portaba en el uniforme de preso, junto con la S de “Spanier” sobre un triángulo azul, símbolo del Holocausto español- entró a trabajar a las órdenes de Paul Ricken, responsable del servicio de identificación de la sección política del campo de concentración de Mauthausen.
Paul Ricken representa la viva imagen de la degeneración del espíritu humano, de la mano del partido Nacional Socialista Obrero alemán. Esto explica cómo un profesor de Arte de secundaria se transformó en un obseso que buscaba la belleza en la muerte de los prisioneros asesinados en el campo de exterminio. Sea como fuere esta atípica relación entre el carcelero y su preso logró no solo que Francisco Boix sobreviviera de una manera más “decente”, sino que pudiera robar las miles de fotos que presentó al mundo como prueba irrefutable de lo acontecido en Mauthausen, hecho que se podía extrapolar al resto de los campos de concentración y exterminio diseminados por buena parte de Europa.
La mayor virtud del trabajo de los tres responsables de esta historia gráfica es saber combinar una situación tan terrible como ésta con momentos en donde el lector se puede tomar un pequeño respiro ante la pesada losa que va cayendo sobre su psique. No les voy a engañar diciendo que es una obra fácil de leer, dotada de un cromatismo que te ayuda a evadirte ante la desazón de lo expuesto. En realidad, todo está al servicio de una verosimilitud que no te haga olvidar que todo aquello de verdad sucedió y no es ningún invento.
No obstante, El Fotógrafo de Mauthausen sirve para recordarnos que la Historia no se escribe con eslóganes molones, titulares oportunistas o vídeos protagonizados por influencers de medio pelo. La Historia es una asignatura mucho más importante de lo que se cree en España, donde ni siquiera se habla de un Holocausto español y eso que, como mínimo, cuatro mil ochocientos dieciséis españoles murieron asesinados allí, de los siete mil quinientos treinta y dos que fueron deportados a Mauthausen. Es más, España es el segundo país del mundo, tras Camboya, en números de desaparecidos cuyos restos no han sido identificados, ni recuperados, pero eso sí, hay una ley que prohíbe juzgar a ejecutores, torturadores y genocidas de la Guerra Civil española y del régimen dictatorial posterior.
© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2018
Edición española © Norma Editorial, Barcelona, 2018
Sobre este blog
Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
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